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La canciller alemana, Angela Merkel, se presenta por cuarta vez a las elecciones de su país. Pero ahora su reelección no será tan sencilla como en las otras ocasiones. / El holandés Geert Wilders es un admirador convencido de Donald Trump. De hecho, adaptó el eslogan del magnate para su propia campaña electoral: “Que Holanda vuelva a ser grande”. Su islamofobia es bien conocida. | Foto: Getty Images

ELECCIONES

Siete elecciones que marcarán el rumbo del mundo en otro año de infarto

Los comicios que vienen en 2017 podrían confirmar si la tendencia inaugurada por la victoria de Trump, el ‘brexit’ y el ascenso del populismo y de la intolerancia se consolida.

7 de enero de 2017

Sin confiar en los sondeos, agobiados por la incertidumbre y con el temor de que el futuro será peor que el presente, más de 200 millones de electores de siete países decidirán sus gobernantes. No solo ellos están angustiados, pues lo que decidan se sentirá más allá de sus fronteras. De hecho, este año está en juego la supervivencia de la Unión Europea (UE), el pacto nuclear que el presidente Obama logró con Irán y la estabilidad del mar del Sur de la China, entre otros puntos calientes del planeta.

Alemania. Entre Putin y la ultraderecha

El próximo octubre Angela Merkel pondrá a prueba su continuidad al frente de los destinos de Alemania, en unas elecciones que definirían la suerte de la Unión Europea. Sus dificultades se concentran en dos factores. Por un lado, tras el ataque terrorista del 20 de diciembre en Berlín, el partido islamófobo y antieuropeo Alternativa por Alemania (AfD, por su sigla en inglés) subió 5 puntos y superó por primera vez el 15 por ciento en los sondeos de opinión tras decir que Merkel y su política de puertas abiertas para los refugiados eran la causa de las muertes. En efecto, hoy se da por descontado que la ultraderecha entrará por primera vez desde 1945 al Parlamento federal (el Bundestag), y la gran pregunta es qué tantos escaños logrará arrancarle la AfD a la Unión Demócrata Cristiana (CDU), el partido de Merkel.

Por el otro, sobre la campaña de la canciller pesa la amenaza de los hackers del gobierno de Rusia, que no le perdonan sus continuas críticas por la intervención en Siria ni las sanciones que promovió en su contra tras la invasión de Crimea en 2014. Según el servicio de inteligencia teutón, los ciberpiratas rusos entraron el año pasado a los computadores de la CDU y del Bundestag. El gran temor de los analistas es que –como en las elecciones gringas– la información así obtenida emerja en un momento clave de la campaña. ¿Lograrán inclinar la balanza en su contra tal y como lograron hacerlo con Hillary este año? Las encuestas favorecen a Merkel, pero nunca como ahora ese es un indicio muy poco confiable.

Francia. Que entre el diablo y escoja

Con su inusual renuncia a buscar un segundo mandato, el presidente François Hollande puso de manifiesto no solo la debacle que ha sido su gestión, sino también la extrema debilidad en que dejó a la izquierda francesa. Tras cuatro años de malos resultados económicos, de atentados como los de París o Niza y de una aguda crisis social, las encuestas les dan a los candidatos del Partido Socialista muy pocas posibilidades de llegar a la segunda ronda en las elecciones del 23 de abril. En plata blanca, eso significa que los más opcionados para pasar al balotaje del 7 de mayo serían la líder del Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, y el candidato de Les Républicains (el nuevo nombre de la derecha tradicional francesa), François Fillon.

No sería la primera vez que el FN llega a esa instancia, pues ya en los comicios de 2002 Jean-Marie Le Pen (el padre de Marine) se enfrentó a Jacques Chirac, que lo derrotó por amplio margen debido a que todo el espectro político francés votó por él para frenar a la ultraderecha. Sin embargo, el escenario electoral se encuentra a años luz del de esa época. Por un lado, Marine ha adoptado un tono mucho menos confrontador que su padre, lo que le ha permitido atraer votantes de derecha y de centro sin espantar a la tradicional base xenófoba de su partido. Por el otro, Fillon ha adoptado una agenda ultraconservadora sobre la familia y la religión, quiere acabar con medio millón de empleos públicos, suprimir las 35 horas máximas de trabajo semanal y ha dicho que Francia no es una sociedad multicultural. De hecho, la gran diferencia entre ambos es que Le Pen se quiere salir de la Unión Europea, y Fillon no. ¿Se animará la izquierda a votarlo para detener a Marine, como lo hizo hace 15 años con su padre?

Países Bajos. El Trump europeo

Geert Wilders adaptó la frase más famosa de 2016 y la convirtió en el eslogan no oficial de su campaña para las elecciones generales del 15 de marzo: “Make the Netherlands Great Again” (que Holanda vuelva a ser grande). Y es que las semejanzas entre Donald Trump y el líder del partido de ultraderecha PVV van más allá de su apariencia física, pues ambos se han presentado ante sus electores como unos campeones de la libertad de expresión y como unas víctimas de la elite y de los discursos políticamente correctos. A su vez, los dos han basado sus proyectos políticos en una agenda aislacionista, que en el caso del holandés incluye separarse de la Unión Europea mediante un referendo secesionista basado en el brexit. Sin embargo, los rasgos más marcados son su estilo confrontacional, su discurso de odio y su abierta islamofobia (Wilders ha propuesto ilegalizar el Corán, aplicarle un impuesto al velo islámico y prohibir la construcción de mezquitas). Estos le valieron el año pasado al holandés una condena por discriminación racial que, lejos de debilitarlo, le permitió subir 9 puntos en las encuestas, que desde entonces lidera.

Hoy, Wilders se perfila como el más opcionado para convertirse en el próximo primer ministro de su país, lo que tiene consecuencias a nivel continental y nacional. Pues si la posibilidad de que un eurófobo dirija uno de los países fundadores de la UE tiene a los moderados del Viejo Continente con los pelos de punta, su llegada al poder tiene también el potencial de partir en dos la historia del país. Como escribió el analista neerlandés Tom-Jan Meeus en un artículo publicado en la revista Político a finales del año pasado: “La nueva Holanda podría muy bien convertirse en un país que prefiere el conflicto y la confrontación a el consenso y la tolerancia”.

Hong Kong. ¿Hasta dónde llegará China?

Las elecciones del 26 de marzo para elegir el jefe ejecutivo de esta antigua colonia británica están lejos de ser un asunto local. Desde que Reino Unido le devolvió en 1997 a China la soberanía de la península y el archipiélago que componen ese territorio, las relaciones entre este y Beijing se han regido por el principio de un país, dos sistemas. Sin embargo, en 2014 esa política entró en crisis durante la revolución de los paraguas, en la que decenas de miles de jóvenes ocuparon la ciudad para protestar por la creciente interferencia del gobierno central y exigir el sufragio universal y la renuncia del actual jefe ejecutivo, Leung Chun-ying.

Aunque Beijing ganó esa batalla al desarticular el movimiento, los comicios de este año no solo tienen buenas posibilidades de reactivar las protestas, sino también de marcar la actitud de China hacia otros territorios que tampoco reconocen su autoridad. En concreto, hacia la isla de Taiwán, gobernada desde 1949 por los nacionalistas que se refugiaron allí tras perder la guerra civil que dio lugar a la República Popular. De hecho, la Oficina de Asuntos de Taiwán de China publicó el 30 de diciembre un comunicado amenazante en el que vincula las aspiraciones de ambas regiones. “Un pequeño grupo de fuerzas proindependentistas en Taiwán están con los promotores de la independencia de Hong Kong para dividir el país” dijo la portavoz de esa entidad, An Fengshan. “Pero van a fracasar y sus cabezas terminarán rotas y sangrando”. No se trata de una simple bravuconada. Desde que Donald Trump recibió una llamada de la presidenta de Taiwán y reconoció informalmente a su gobierno, los ánimos en Beijing están más caldeados que nunca.

Irán. El pacto en peligro

Lo único que el presidente Hassan Rouhani tiene para mostrar, tras cuatro años en el poder, es el pacto nuclear con Estados Unidos. A diferencia de lo que prometió en las elecciones de 2012, la economía ha tenido un crecimiento anémico, el país no se ha abierto al mundo ni tampoco ha mejorado la situación de los derechos civiles. De ahí que la llegada de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos y su amenaza con deshacer los acuerdos alcanzados en abril del año pasado hayan dejado a Rouhani sin su principal argumento de campaña. Pero las preocupaciones del presidente no terminan ahí. Desde que llegó al poder, la línea dura de su partido lo ha acusado de ser un tecnócrata desconectado de las necesidades del pueblo, y, sobre todo, de pagarle a sus subalternos salarios millonarios en un contexto de pobreza generalizada.

Se trata de una batalla política de grandes proporciones, que podría llevar a que Rouhani sea el primer presidente no reelegido desde 1981. De hecho, la única razón por la que sigue liderando en los sondeos es debido a su falta de unidad y a la ausencia de un candidato fuerte (el expresidente Mahmud Ahmadineyad abandonó la campaña tras ser desautorizado por el líder supremo, Alí Jamenei). De cualquier modo, todo indica que tras las elecciones del 19 de mayo el gobierno de Teherán será mucho menos conciliador que el de los últimos cuatro años. Y eso incluye una eventual reelección de Rouhani, a quien los propios ayatolás le jalaron las orejas en septiembre por haberse “precipitado a firmar el pacto”.

¿Y en américa?

Quito y Santiago cambiarán de presidente este año. Los resultados de sus comicios afectarán a toda la región.

Ecuador. continuidad o cambio

Según el presidente Rafael Correa, su renuncia a presentar su candidatura se debe a razones personales. Pero según sus detractores, en su decisión pesó el hecho de que la economía entró en recesión en 2016, por lo que los comicios del 19 de febrero serán los primeros en los que tendrá el viento en contra. Previsiblemente, entre los candidatos está Lenín Boltaire Moreno, su vicepresidente entre 2007 y 2013 y uno de los delfines del oficialista Alianza País. Sin embargo, independientemente del resultado de esa votación (o de un eventual balotaje, previsto para el 2 de abril) la salida de Correa del poder marca el final del periodo de la revolución ciudadana. Como dijo a SEMANA Simón Pachano, analista de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), “incluso si gana Moreno, el ciclo del correísmo está terminado, pues la revolución ciudadana del presidente se basa en dos pilares. Por un lado, la bonanza económica por el petróleo, que se acabó y no va a volver a corto plazo. Por el otro, el propio Rafael Correa, que creó un régimen personalista para el cual su figura es indispensable”.

Aunque desde octubre todas las encuestas dan por ganador a Moreno, dos factores podrían cambiar esa situación durante los 45 días de campaña que prevé la ley ecuatoriana. Por un lado, la alta proporción de indecisos, que supera el 45 por ciento. Y por el otro, la fuerte fragmentación de la oposición, que a medida que avance el proceso electoral podrá reunirse en torno a una figura con la suficiente fuerza como para derrotar al oficialismo. En ese sentido, el exgobernador de Guayas Guillermo Lasso o la excongresista Cynthia Viteri podrían dar la sorpresa.

Chile. Amenaza populista

Todavía resta tiempo para que arranque en vigor la campaña presidencial de Chile, pero ya se oyen gritos de batalla de cara a las elecciones del 19 de noviembre. Según las encuestas, el más opcionado para suceder a Michelle Bachelet es nada menos que su antecesor, el expresidente de centroderecha Sebastián Piñera. De ganar, ambos configurarían una suerte de Frente Nacional en el que se intercalarán los mandatos durante 16 años. Y aunque no triunfe, todo apunta a que habrá poca renovación en la Presidencia. Sus contrincantes más sonados son el también expresidente Ricardo Lagos, la senadora Isabel Allende y el senador independiente Alejandro Guillier, quien a pesar de despertar bastante entusiasmo por su origen independiente (se ubica como el principal contendiente de Piñera) se presenta como el candidato continuista.

No sorprende que muchos chilenos sientan un descontento con el establishment de su país, donde queda poco de los vientos de cambio que se respiraban en los noventa después de la dictadura de Pinochet. Por eso muchos ven el caldo de cultivo propicio para un candidato antiestablecimiento de la onda de Donald Trump. No en vano el propio Piñera tomó prestada una de las propuestas del magnate y dijo querer aumentar los requisitos de ingreso para inmigrantes, según su percepción de que “muchas bandas criminales en Chile son de extranjeros”. Los discursos xenófobos se han vuelto populares en el país austral, que recibe tantos inmigrantes anuales como el Reino Unido (en el primer semestre de 2016 entraron 34.000 haitianos), aunque estos solo cometen el 1 por ciento de los delitos