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| Foto: A.F.P.

PERÚ

Keiko Fujimori, tras los pasos de su padre

Keiko Fujimori, la primogénita del autoritario expresidente, puntea en la intención de voto para las presidenciales del 10 de abril.

20 de febrero de 2016

Hace 26 años, Alberto Fujimori, el símbolo de la antipolítica, llegó a la Presidencia de Perú con la promesa de exterminar la ‘partidocracia’, la amenaza guerrillera y la corrupción de las elites. Hoy su hija Keiko Sofía Fujimori acaricia la posibilidad de ser la próxima presidenta del país.

Su intención de voto no baja del 30 por ciento desde hace meses, mientras los demás candidatos no logran acercarse. El exministro Pedro Pablo Kuszynski, los expresidentes Alejandro Toledo y Alan García, y César Acuña, el exgobernador acusado de plagio en su tesis doctoral, no superan el 15 por ciento y oscilan más bien entre los 5 y 10 puntos. Con votantes de débil vinculación partidista no parece haber por el momento otro candidato que logre pasar la barrera de los 20 puntos.

Pero la pregunta no es si pueda ganar o no, sino más bien qué tan parecida o distante estaría de los gobiernos de Alberto Fujimori, condenado en 2009 a 25 años de cárcel por crímenes contra los derechos humanos, robo de las arcas públicas y concierto para delinquir. Si bien es cierto que Keiko se muestra más moderada y ha insistido en que no repetirá los excesos autoritarios de su padre, parece que siempre cargará con la imagen de haber sido la primera dama del fujimorismo. Además, el fantasma del ‘autogolpe’ del 5 de abril de 1992, cuando Alberto Fujimori disolvió el Parlamento e intervino el poder judicial, es difícil de extirpar del imaginario nacional.

No obstante, “el problema de Keiko está en los simpatizantes y dirigentes de su partido, que todavía se parecen mucho al fujimorismo de los noventa. Y aunque una parte de la población guarda buen recuerdo del gobierno Fujimori, todavía hay mucho que temer si el partido Fuerza Popular toma una ruta de endurecimiento”, explicó a SEMANA Eduardo Dargent, director de la maestría en Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Perú.

La historia habla por sí sola. El desconocido ingeniero Fujimori llegó al poder como un outsider político que pudo derrotar en las urnas a Mario Vargas Llosa con el eslogan “honradez, tecnología y trabajo”. La ciudadanía lo recibió como un técnico eficaz frente a un país traumatizado por la violencia y consumido por la crisis de la representatividad. Venció a las guerrillas de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) y sorprendió a la oposición con un shock económico más fuerte que el prometido por su adversario.

Su favorabilidad acariciaba el 80 por ciento. Pero el autoritarismo, perdonado por sus logros, se convirtió en su peor enemigo. En 2000, sacudido por la inestabilidad política, abandonó su cargo por fax mientras se encontraba de gira por Asia y se exilió en Japón, el país de sus padres. Seis años después inexplicablemente emprendió el regreso, las autoridades de Chile lo detuvieron y fue extraditado a Perú. El idilio había llegado a su fin.

Paradójicamente, en 2006 Keiko era la congresista más votada y popular del país. En las últimas presidenciales, liderando a Fuerza 2011 –claro referente de Cambio 90 y Perú 2000–, Ollanta Humala la derrotó, pero hoy parece recoger los frutos de su trabajo político. La cuestión es que aún tiene un alto ‘antivoto’, gente que jamás votaría por el fujimorismo, ilustrado por el ataque con aceite caliente a su local de campaña en Piura.

“Keiko ha prometido la transparencia para demostrar que está lejos de la opacidad de su padre”, dijo a SEMANA David Scott Palmer, profesor emérito de estudios globales de la Universidad de Boston. Pero el sentimiento nacional es pesimista. Más del 80 por ciento de la población cree que quienquiera que gane será acusado de corrupción tarde o temprano, lo cual se refuerza con los juicios e investigaciones por corrupción, homicidio y lavado de dinero que enfrentan algunos candidatos.

Hasta ahora, ya sea por su arrastre político o por la simpatía heredada de su padre, el hecho de que Keiko puntee en las encuestas tiene un alto impacto simbólico. Y a no ser que otro candidato entusiasme a los votantes de todos los sectores, todo apunta a una victoria de color naranja y apellido Fujimori.