Home

Mundo

Artículo

Lilian Tintori, la esposa de Leopoldo López (izq.), se ha convertido en una protagonista de la oposición. | Foto: AFP.

ANÁLISIS

Venezuela: ¿qué está en juego?

Si la oposición gana este domingo, como dicen las encuestas, chavistas y antichavistas tendrán que convivir en el poder. ¿Podrán hacerlo?

Rodrigo Pardo, director editorial de Semana
5 de diciembre de 2015

Según las encuestas, y según suele ocurrir cuando hay una crisis económica como la que atraviesa Venezuela, la oposición ganará las elecciones de este domingo y alcanzará una mayoría en la Asamblea Nacional. Un escenario probable que obligaría a una compleja cohabitación de dos fuerzas políticas polarizadas hasta la irracionalidad. El chavismo, en poder de la Presidencia –lo que no está en juego en esta jornada- y la oposición, con control del Legislativo.

La cohabitación no es fácil en ninguna parte. En Estados Unidos el poder dividido entre los demócratas –en control de la Presidencia– y los republicanos –con mayoría en las dos cámaras del Congreso– ha generado una parálisis que llegó al cierre del Gobierno. Y Venezuela no es Estados Unidos. El enfrentamiento entre el chavismo y la oposición en los últimos años ha dejado claro que en ambos lados hay sectores que quieren erradicar a los contradictores.

La campaña para las elecciones de este 6 de diciembre –con la expectativa de una victoria de la oposición– ha llegado aún más lejos en términos de la confrontación no institucional: el amenazante discurso del presidente Nicolás Maduro, la falta de garantías para el ejercicio de la política, la asfixiada libertad de expresión, la falta de propuestas de una oposición que sólo converge en la intención de debilitar al régimen, o de cambiarlo. La campaña se concentró en actitudes radicales y apasionadas y la amenaza de la violencia se concretó en el asesinato de Luis Manuel Díaz, un dirigente de la oposición de tradición adeca.

La gran pregunta es cómo cohabitarán dos fuerzas tan polarizadas. Y aunque no es fácil mirar ese escenario con optimismo, habrá que ponerles el ojo a dos variables fundamentales: el tamaño de la victoria de la oposición (si se cumplen los pronósticos de las encuestas) y la reacción de ambas fuerzas ante los resultados electorales.

Si la oposición gana, los efectos políticos de su victoria no serán los mismos si la ventaja es amplia o reducida. Incluso porque una mayoría calificada, de dos terceras partes de los miembros, le permitiría tomar decisiones que, según la normatividad, requieren de esa fuerza. Entre ellas, la convocatoria de un referendo revocatorio del gobierno del presidente Maduro, para lo cual habría que esperar al punto medio de su período, lo cual ocurrirá en abril del 2016. Si la oposición alcanza apenas una mayoría simple, podrá frenar algunas iniciativas del Ejecutivo y algunos nombramientos en órganos de control y de justicia, y ejercer una especie de veeduría política.

Pero todo dependerá, también, de la reacción de las dos partes. Seguramente una derrota le parecerá a Maduro “de mierda”, como calificó Chávez su revés en el referendo que pretendía reformar la Constitución en el 2007. Pero tendrá un amplio abanico de opciones que van desde un diálogo institucional con la asamblea en manos de la oposición, hasta un desconocimiento de los resultados. O lo que ha sido más frecuente en el chavismo: aceptar la derrota pero crear instancias paralelas empoderadas por decretos del Ejecutivo. Como lo hizo con el nombramiento de un superalcalde de Caracas que le compitió en funciones a Antonio Ledezma, un mandatario local elegido por la oposición. O hacer aprobar por parte de la Asamblea saliente, en la que tiene mayoría, otra ley habilitante que le permita al Gobierno legislar por decreto.

También habrá que ver qué hace la oposición. En su última derrota en un escenario inclinado en contra -la de Henrique Capriles contra Nicolás Maduro, después de la muerte de Chavez- los miembros de la oposición se dividieron entre los que proponían desconocer el resultado y los que optaron por reconocer la derrota. Esta última línea, en cabeza de Capriles, fue la escogida. Pero la división fue profunda, se abrieron heridas y se frenó el impulso que había alcanzado la campaña de Capriles. El camino quedó despejado para la consolidación de Maduro, a pesar de su precario margen electoral.

La Mesa de Unidad logró, en esta campaña del 2015, volver a presentar candidaturas únicas. Pero tendrá que decidir de nuevo qué hacer, y enfrentará varias opciones. Si gana, el espectro va entre un llamamiento a la salida de Maduro del poder –en contra de lo que establecen las reglas de juego- hasta una propuesta de oposición institucional que le permita fortalecerse para volver a ganar en elecciones en las que sí esté en juego la presidencia: un eventual referendo revocatorio, o las elecciones del 2019.

Se ha dicho que las elecciones para la Asamblea Nacional son cruciales e históricas. Y es cierto. Pero también lo serán las reacciones del presidente Maduro y de los jefes de la oposición ante los resultados, sobre lo cual existen explicables temores. Maduro ha dicho que si pierde, “la revolución seguirá desde las calles”, que va a ganar “como sea” y que va a “respetar los resultados”. La oposición, por su parte, tiende a calificar como fraude cualquier resultado adverso. Tiempos difíciles. Todo indica que este domingo  no será un día definitivo, el fin de un proceso, sino más bien el inicio de una nueva etapa para Venezuela.