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Elecciones en la Venezuela post Chávez

Análisis de cómo fue la campaña y qué impacto tendrá cuando los venezolanos acudan a las urnas.

Catalina Lobo-Guerrero, corresponsal de SEMANA en Venezuela
13 de abril de 2013

Esta quizás ha sido la campaña presidencial más corta, atípica, emocional y liviana que han vivido los venezolanos en las últimas décadas. Tras la muerte del presidente Hugo Chávez, el Concejo Nacional Electoral (CNE) fijó la fecha de los comicios para el domingo 14 de abril, un mes y unos pocos días después del fallecimiento del mandatario, y se decretaron tan solo diez días de campaña oficial.

En pocas horas, 18.9 millones de venezolanos acudirán a votar en 39.018 mesas de votación, tanto en el país como en el exterior, y si no hay retrasos, a las nueve de la noche el mundo podría conocer quién es el ganador de esta contienda que ya ha dejado huella en la historia política de Venezuela.

Campaña emocional y surreal

Los dos candidatos, Nicolás Maduro, designado por Chávez antes de morir, y Henrique Capriles, a quien la coalición de partidos de oposición que integran la Mesa de Unidad le ofrecieron la candidatura, se enfrentaron duramente desde el primer momento. El ataque se llevó hasta el plano personal, cuestionando la sexualidad, origen social y económico de cada uno, sus creencias, trayectorias e influencias. Como niños, se insultaron a punta de apodos: "Mentira Fresca", "Enchufado" o "Toripollo", y "Caprichito", "Burguesito", "Princeso", "Señorito de los apellidos".

La campaña fue agresiva porque se jugó meramente en un plano emocional. Tras la muerte de Chávez, los sentimientos del país estaban exaltados. El duelo fue aprovechado por el oficialismo para lanzar a Maduro como "el hijo de Chávez", y con escenas de llanto, se explotó la tristeza nacional para posicionar  al candidato-heredero del comandante.

El otro país, ese que incluso sintió alivio con la muerte de Chávez, estuvo reprimiendo su expresividad mientras duraron los funerales de estado. Finalmente, cuando se convocaron las elecciones y Capriles dio un paso al frente con un discurso cargado de emoción y más agresivo de lo que lo había mostrado en la contienda anterior, los opositores se despertaron y las concentraciones públicas de caprilistas se convirtieron en un desfogue de euforia colectiva masiva.

Fue una campaña que además se jugó en un plano casi surreal y en donde el elemento religioso jugó un papel que no se puede subestimar. Las declaraciones de Maduro al afirmar que Chávez se le había aparecido en forma de “pajarito” y lo había bendecido fueron motivo de burla para sus detractores, pero entre algunos chavistas creyentes en los superpoderes del fallecido comandante, fue una declaración importante.

De otro lado, la "cruzada" que Capriles emprendió visitando no sólo pueblos, sino también iglesias, Cristos y Vírgenes, presentándose como un mártir que lo estaba dando todo en una lucha espiritual “contra el mal”, alborotó el mesianismo en un país en dónde la figura del héroe-caudillo político es la que tiene acogida entre la población desde hace siglos. El hecho de que la Semana Santa se atravesara también en la campaña exacerbó aún más el uso de la religión con fines políticos.

Los verdaderos problemas del país, la inseguridad, los problemas económicos, la impunidad, la corrupción, se tocaron someramente y con una liviandad asombrosa. No hubo debate ni una discusión a fondo sobre el modelo de país que cada uno representa. Increíblemente, ambos terminaron prometiendo lo mismo en la recta final: un irresponsable aumento salarial del 40 por ciento en un país que tiene un déficit fiscal que se calcula alrededor del 15 por ciento de su PIB, según la firma Ecoanalítica, y una inflación superior a la de otros países del continente, con tal de ganar los últimos votos.

Contienda mediática

Toda esta puesta en escena de dos personajes que provienen de orígenes sociales opuestos y que representan dos modelos de gobierno y de política diferentes, tuvo lugar en algunas concentraciones masivas callejeras, pero sobre todo, en los medios. Esta fue una campaña absolutamente mediática y para ser testigo de ella había que tener prendida la televisión a toda hora. Nicolás Maduro aparecía como figura protagónica en el canal Venezolana de Televisión, cuyo lema es "el canal de todos los venezolanos", pero a pesar de ser un canal del estado, es abiertamente propagandista del oficialismo. Por el canal de la oposición, Globovisión, que no es una canal nacional, sino por cable, aparecía Capriles.

La contienda mediática no fue balanceada. Maduro, como presidente encargado, tuvo más exposición que Capriles, no sólo en el canal y medios del estado, sino en todos. Utilizando la figura de las "cadenas", en donde todos los canales de televisión y radio deben enlazarse cuando el gobierno quiere transmitir un mensaje oficial o promocionar obras de gobierno, Maduro tuvo casi 36 minutos de exposición, según cálculos de la organización Monitoreo Ciudadano, más los 4 minutos de pauta como candidato. Capriles tuvo solo 4 minutos de pauta en todos los medios.

Fue una campaña farandulera. Ambos candidatos se rodearon de artistas, actores, deportistas ídolos del entretenimiento nacional que demostraban su apoyo por uno o por otro candidato. Maduro utilizó a niños ciegos cantantes, aunque en teoría es prohibido por ley, y a Diego Armando Maradona. Capriles recurrió a figuras como Ricardo Montaner y Willie Colón. Los artistas no sólo fueron parte central de la campaña en actos públicos sino también en cuñas de radio y televisión.

Amenazas, intimidación y cuestionamientos

Las diferencias de exposición mediática, la falta de garantías de imparcialidad por parte del CNE, cuyos rectores principales en su mayoría son chavistas, y quejas sobre el uso de recursos del estado para financiar la campaña oficialista, fueron una constante por parte de los miembros de la oposición, que parecían dando patadas de ahogado ante unos organismos de control que en el pasado se han quedado de brazos cruzados.

A pesar de la retórica incendiaria entre los bandos, esta no fue una campaña dominada por la violencia física. Se presentaron algunos casos aislados de choques entre estudiantes de tendencia opositora y grupos de radicales chavistas, y tanto gobierno como oposición alertaron de unas amenazas para atentar contra Capriles, quien responsabilizó de cualquier cosa que pudiera pasarle a Maduro. El gobierno también denunció permanentemente supuestos actos de sabotaje y complots contra el oficialismo, que incluso involucraban, según ellos, a mercenarios salvadoreños, paramilitares colombianos, traficantes de armas y agentes del "imperio" y la "ultraderecha" que querían “desestabilizar” al país.

A lo largo de la contienda hubo un intento de sembrar la idea entre la opinión pública de que ni Maduro ni Capriles reconocerán los resultados, lo que provocará una reacción colectiva violenta por parte de los seguidores que cada uno tiene. Tanto oposición como chavismo han reconocido los resultados en el pasado y no habría por qué pensar que esta vez sea distinto. Ambos candidatos firmaron a principios de la semana un compromiso de reconocimiento de lo que decidan los venezolanos en las urnas.

A pesar de que no hay una misión de observación internacional en Venezuela, pues el gobierno sólo invitó a los delegados de Unasur en calidad de "acompañantes", que es una figura distinta y que en la práctica no permite críticas a las fallas que pueda haber en el certamen electoral, la organización electoral, técnicamente es confiable. El sistema ha sido auditado 16 veces, y en las auditorías han estado presentes representantes tanto del oficialismo como de la oposición, que sin embargo denunció la semana pasada, que personas del partido de gobierno, el PSUV, tenían una clave con la que podían revisar los resultados, aunque no alterarlos o modificarlos, hecho que se consideraría fraude electoral.

Encuestas y proyecciones

Todas las encuestas que hasta la semana pasada se podían divulgar daban como el más seguro ganador a Nicolás Maduro, algunas por 9 puntos otras por casi 20. Sólo un tracking poll de la empresa argentina Datamática mostraba una caída importante en intención de voto de Maduro y un ascenso de Capriles. Como la muestra tiene un margen de error de 6 puntos, en realidad mostraba un empate técnico entre ambos candidatos y no una victoria segura del candidato de la oposición.

Las mediciones de las demás encuestadoras locales que han seguido actualizando sus datos en los últimos días para clientes privados muestran que aunque la brecha entre ambos candidatos se recortó, Maduro está por encima de Capriles en intención de voto.

La maquinaria

En otros países las elecciones se definen el mismo día en las urnas. En Venezuela no ha sido el caso por una sencilla razón: la maquinaria. El PSUV, el partido de gobierno, tiene una estructura exitosa para movilizar votantes. Tal vez la excepción fueron las elecciones para el referendo constitucional del 2007, en donde hubo aproximadamente tres millones de chavistas que no votaron, pero el partido ha ido afinando la estrategia y aunque se espera que esta vez haya más abstención que en las pasadas elecciones (en las que Chávez sacó una votación histórica de más de ocho millones), se espera que la maquinaria funcione también para Maduro.

Competir contra ese nivel de organización siempre ha sido un reto para la oposición, y por eso más allá de la campaña emocional y las calles que se desbordaron para apoyar a Capriles, el entusiasmo colectivo puede que no se traduzca en suficientes votos a su favor. A pesar de que la oposición ha ido creciendo su base de votantes de manera sostenida y llegó a la nada despreciable suma de seis millones y medio de votantes en las pasadas elecciones, la MUD tiene que hacer un esfuerzo mayor para movilizar a sus abstencionistas.

La oposición ha tenido dificultades a la hora de poner testigos en todos los puestos de votación y personas que estén presentes cuando cierren las mesas y verifiquen los votos. En las pasadas elecciones el factor del miedo fue un elemento importante. Se supone que el voto debe ser secreto, pero en algunos puestos los testigos o miembros de mesa, en vez de garantizar el voto libre, intimidaban a los electores, parándose detrás de ellos mientras marcaban el tarjetón o "enseñándoles" o "asistiendo" a quienes no sabían cómo funciona el tarjetón.

Los puestos de votación deben cerrar a las 6:00 de la tarde, a menos que a esa hora todavía haya gente en la fila. En el pasado, en las horas finales de la tarde, el chavismo ha logrado aumentar la diferencia porque realiza la famosa "operación remolque", en donde van a buscar a sus militantes que todavía no han cumplido con su deber. Para contrarrestar esta estrategia, la oposición ha dado la orden a sus seguidores que esta vez tienen que ir a votar escalonadamente a lo largo de todo el día.

Si las mesas permanecen abiertas más tiempo del estimado por ley, la entrega de resultados se retrasaría. Esto no contribuye a un clima de zozobra que se presenta con cada elección en Venezuela. Aún si los candidatos reconocen el triunfo al final, el ambiente está tan polarizado que sus simpatizantes pueden decidir no hacerlo. Si el margen es muy estrecho o hay sospechas de que hubo trampas o irregularidades, se podrían presentar disturbios.

El Plan República de las fuerzas armadas, que debe velar para garantizar el desarrollo libre y seguro de las elecciones, ya está en operación y hay militares desplegados a lo largo y ancho del territorio nacional. La gran incógnita es si los militares van a responder para defender la institucionalidad, gane quien gane, o si van a tomar partido. También hay dudas de que ante un escenario de violencia, se mantengan unidos como una sola fuerza o si también se dividirían entre las facciones que hay en su interior.

Las próximas horas serán decisivas. Sólo cuando se conozca quién es el ganador de la contienda, empezará realmente la Venezuela post Chávez.