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EMPATE DE OBISPOS

Por ahora el Sínodo de Roma sólo ha producido discusiones sobre el propio Sínodo

13 de enero de 1986

En estos días de cumbres (Reagan-Gorbachev) y aniversarios históricos (40 años de Naciones Unidas, de FAO, de fin de guerra, etc.) se celebró en Roma una cumbre no menos importante: el Sinodo Extraordinario de Obispos, una especie de conferencia excepcional para los profanos. Convocado por el Papa Juan Pablo 11 el pasado 24 de noviembre con ocasión de los 20 años de existencia del Concilio Vaticano II, que reformó profundamente la Iglesia, el Sínodo tuvo la difícil y delicada tarea de dar "ayuda y consejo" al Santo Padre acerca de la actual vida de la Iglesia y sus valores.
Con carácter puramente de consulta, el Sínodo tuvo sin embargo, una duración limitada: 2 semanas, del 24 de noviembre al 8 de diciembre, durante los cuales más de 200 prelados analizaron y debatieron los adelantos y retardos que en estos últimos 20 años de cambios tanto teológicos como pastorales se han dado en la comunidad eclesiástica. La "ayuda y el consejo" que los obispos deberian dar al Papa, han sido enumerados por el mismo pontifice: "verificar" qué se ha hecho y qué ha pasado en la Iglesia desde el Concilio Vaticano II de 1965, auspiciado por Juan XXIII, y también "promover" una profundización de los valores del Concilio mismo que instaban al diálogo y al pluralismo dentro de la Iglesia, asi como con el resto del mundo y con las otras culturas creyentes o no.
Pero este Sínodo adquirió todavia más importancia dado el estado actual por el cual atraviesa la Iglesia, de divisiones y polémicas acerca de la evaluación de estos últimos 20 años definidos como una "revolución" al interior de la Iglesia.
Fueron convocados, pues, alrededor de 200 religiosos, entre ellos 102 presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo (nominados por los mismos obispos), jefes de los "dicasterios", es decir, los ministerios del Vaticano, superiores de varias órdenes religiosas e invitados pontificios con los cuales, según opinión de los vaticanistas, el Papa quiso equilibrar la balanza.
De Colombia participaron el cardenal Alfonso López Trujillo, arzobispo de Medellín, monseñor Héctor Rueda Hernández, arzobispo de Bucaramanga y presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana, y Darío Castrillón, obispo de Pereira, invitado por el Papa en cuanto secretario de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM), con sede en Bogotá. Presidieron el encuentro tres cardenales: Krol de Filadelfia, Malula de Kinshasa y Willebrands, holandés.
Pero seguramente, de los 15 días de Sínodo, de sus discusiones internas casi en código, de los matices, tonos y frases entre líneas, habrá que esperar aún mucho. Por ahora, la discusión más interesante se ha dado alrededor del Sínodo.
A dar inicio a los debates ha sido la entrevista-libro del periodista Vittorio Messori al cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación por la Doctrina de la Santa Fe (ex Santo Oficio) y gran acusador de la Teología de la Liberación. Un texto que en pocos meses ha sido reeditado y traducido tanto como la novela del escritor italiano Umberto Eco, "El nombre de la rosa". Un éxito que se debe sobre todo al peso y figura del entrevistado, el cardenal Ratzinger considerado entre los prelados más "progresistas" desde hace 20 años y que hoy encabeza la necesidad de "restaurar" la Iglesia. Cercano al Papa, Ratzinger se presenta al centro del debate: en contra de él o con él, evitando de todos modos algo que en el mundo católico es dificil de hacer: pronunciarse contra el Sumo Pontifice. Las posiciones del cardenal Ratzinger son conocidas para los latinoamericanos. Un juicio severo a la Teología de la Liberación, que nace justamente de los cambios del Concilio Vaticano II; a sus teólogos, como el peruano Gustavo Gutiérrez, y sus seguidores como el padre brasilero Leonardo Boff.
Por otro lado, muchas voces autorizadas han tomado posición en pro y contra de Ratzinger. Entre los más conocidos, se ha pronunciado a favor el Cardenal francés el jesuita De Lubac. Contrario en cambio a las posiciones de Ratzinger se ha manifestado un importante teólogo católico, suizo Hans Kung, de quien SEMANA publica en esta misma acción apartes de un largo artículo aparecido en varios países del mundo, el cual ataca las posiciones del cardenal Ratzinger, así como la gestió wotyliana de la época post conciliar. Contra la "restauración" que propone Ratzinger, se han pronunciado también la Asociación de Teólogos Italianos y la revista jesuita La civil Católica.
En fin, posiciones polarizadas que trajeron como consecuencia directa a la mediación del Papa Wojtyla, aunque se sepa que su corazón late por Ralzinger. ¿Ganó Ratzinger?, se preguntaban los expertos observadores de cuestiones vaticanas al concluir el Sínodo. La respuesta para algunos es más bien lo que se llama un empate en términos deportivos. El texto final de Sínodo no suscita mayores entusiasmos ni dentro ni fuera de la Iglesia calificado más bien como fruto de intensas mediaciones. Los obispos parecen contentos todos. Los latinoamericanos, asiáticos y africanos han visto de todos modos aumentar su peso con respecto a las diócesis europeas, que comporta un pluralismo mayor dentro de la Iglesia, diálogo apertura.
Por su parte, Ratzinger está contento por la propuesta, ya aceptada por el Papa, de un "catecismo universal", en contraposición con los catecismos nacionales (fue famoso en los años 60 el de la Iglesia holandesa), como forma de salvaguardiar la ortodoxia en el campo de la fe y la moral.
A todo esto se suma el peso de los medios de comunicación. Más de 30 periodistas de todo el mundo se acreditaron para seguir el Sínodo. Los medios de comunicación le han quitado todo tipo de secreto y censura a los debates internos de la Iglesia. Y la Iglesia a su vez se sirve de los mass media. Por eso cuando el cardenal Ratzinger lanzó a través de los medios de comunicación masivos su plan de "restauración", en vez de conducirlos por los caminos eclesiales superreservados, se pudo ver claramente que las cosas habían cambiado. Y del Santo Oficio, de las torturas y cárceles no quedaba nada. Paradójicamente, mientras se trataba de parar el impacto reformador y pluralista del Concilio Vaticano II, éste sigue adelante después de haber transformado los cimientos milenarios de la Iglesia romana. --
Kelly Velásquez, corresponsal de SEMANA en Roma --