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EN AGUAS TURBULENTAS

El desastre del avión de TWA tiene en ascuas al mundo entero por la posibilidad de que haya manos criminales.

19 de agosto de 1996

Si el desastre aereo de la semana pasada fue un atentado criminal, la ocasión no pudo haber sido mejor escogida para causar un efecto sicológico demoledor. La tragedia del vuelo 800 de TWA, desintegrado el miércoles frente a las costas de Long Island, en Estados Unidos, se presentó sólo dos días antes de que el mundo entero se sumergiera en los Juegos Olímpicos, un evento que representa mejor que ningún otro el ideal de un planeta en paz donde los pueblos puedan competir pacíficamente entre sí, dejando de lado odios y rencores ancestrales. Tal vez por eso la primera reacción de la gente fue pensar en un accidente de los que de cuando en cuando recuerdan a la humanidad que el acto de volar es una transgresión de las leyes de la naturaleza. Pero la primera sospecha de que algo andaba mal provino de las palabras del presidente Bill Clinton, quien previno sobre la posibilidad de que cualquier especulación sobre terrorismo resultara una falsedad de consecuencias imprevisibles. De ahí en adelante y ante el horror de la opinión pública norteamericana, con el paso de las horas comenzó a abrirse paso la teoría de que, aunque todavía era muy temprano para comprobarlo, la posibilidad de un atentado no podía descartarse. El peor indicio para los impresionados norteamericanos fue que el FBI asumió la investigación como una "pesquisa criminal" mientras varias cadenas de televisión señalaban, como la CNN, que "la investigación está enfocada en un acto criminal y no en un desperfecto". Varias llamadas hechas por supuestos grupos de Jihad (guerra santa islámica) le daban mayor fuerza a la teoría de que el suceso fue fruto de manos criminales. A medida que los equipos de rescate lograban sacar los cadáveres de los 230 ocupantes y recobrar partes del Boeing 747, los investigadores se enfocaban en tres teorías concretas: una falla mecánica desastrosa, una bomba puesta en el interior del avión, bien explosiva o incendiaria, o un misil tierra-aire lanzado desde la costa. Ninguna de las tres teorías era plenamente comprobable al cierre de esta edición, sobre todo porque aún no había aparecido ninguna de las 'cajas negras', instrumentos que registran todos los parámetros operacionales del vuelo. Sin embargo, hasta ese momento, no había ninguna indicación de que el avión hubiera tenido una falla masiva capaz de producir su explosión en pleno vuelo. Por otro lado, la confirmación de una bomba en el interior del aparato dependería de la existencia de residuos químicos y de los efectos dejados en el metal del fuselaje, que habría sido atravesado hacia afuera, algo que todavía estaba por verificarse en espera de recobrar más piezas. Y la tercera posibilidad, la de un misil parecía remota debido a la altura del avión en el momento del desastre. Como era de esperarse, las sospechas generalizadas se centraron en los grupos fundamentalistas islámicos, que son aparentemente los únicos que tienen una confrontación con Estados Unidos capaz de llevar al extremo del terrorismo. Mientras algunos hablaban del grupo que voló hace algunas semanas un edificio que albergaba a soldados estadounidenses en Arabia Saudita, otros lo hacían de un sujeto de apellido Youssef, conectado con el bombazo del World Trade Center de Nueva York. Sin que se supiera con certeza si se trató de un atentado, ni mucho menos quiénes fueron sus autores, una ola de paranoia se apoderó de los organizadores de las olimpíadas de Atlanta. Porque, si efectivamente se trató de una acción criminal, resultaría difícil pensar en un segundo blanco diferente a la sede olímpica.