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EN BUSCA DEL ORO PERDIDO

Por obra del líder del Congreso Mundial Judío, varios países aceptan indemnizar a las víctimas del Holocausto

31 de marzo de 1997

Desde los oscuros años de la Segunda Guerra Mundial muchas riquezas duermen en las bóvedas de los bancos suizos. Algunas fueron depositadas por ciudadanos judíos que querían proteger sus patrimonios en medio de la debacle. Otras, por nazis que querían ocultar el producido de sus botines de guerra, que incluían joyas,obras de arte y hasta los implantes dentales de oro arrancados a los muertos del Holocausto. No pocos sobrevivientes murieron en la miseria, sabiendo que lo único que los separaba de sus fortunas familiares era el excesivo celo de los funcionarios suizos a la hora de exigirles la documentación necesaria para devolverles su dinero. Otras víctimas, conocedoras de que sus patrimonios fueron saqueados por los nazis, no podían hacer nada para recuperarlos ni obtener alguna compensación. Amparados por la neutralidad del país y sus severas normas de secreto bancario, los bancos suizos se beneficiaron durante medio siglo de la tragedia.Pero esos días están terminando por cuenta de una organización con base en Estados Unidos: el Congreso Mundial Judío -CMJ-. Detrás de ella está el impulso de su presidente, Edgar Bronfman, un multimillonario hombre de empresa (ver recuadro), sin cuyo poder e influencia el tema nunca hubiera llegado tan lejos. Cuando Bronfman recibió la presidencia del CMJ en 1981 estaba decidido a cambiar el perfil de la organización y a luchar más agresivamente por enderezar las injusticias cometidas contra los judíos. Y desde 1990 se puso como objetivo la restitución de los bienes y dineros perdidos, o al menos la indemnización a las víctimas del Holocausto. Varios factores aceleraron sus acciones: en 1995 se cumplieron 50 años de la terminación del conflicto, y esa conmemoración le hizo tomar conciencia de que en poco tiempo ya no habría sobrevivientes. Por otro lado, el estreno de la película La lista de Schindler, junto con la apertura del museo del Holocausto en Washington, contribuyeron a sensibilizar a la opinión pública y a crear un clima de receptividad. Pero, además, en 1995 el historiador suizo Jacques Picard publicó el libro Suiza y los Judíos: 1933-1945, en el que puso en tela de juicio la historia oficial de la actuación de Suiza en la era nazi. Allí se describía con gran detalle la forma como los bancos suizos compraron bienes, oro y dinero evidentemente robados por los nazis a los judíos, por una parte, y por la otra, la forma como los funcionarios suizos exigían documentos imposibles de conseguir para los sobrevivientes o sus herederos que quisieran recuperar su dinero.
Bronfman en acción
En septiembre de 1995 Bronfman y su equipo se reunieron en Berna con el entonces presidente, Kaspar Villiger, y con la junta directiva de la Asociación de Bancos Suizos para discutir sobre las cuentas de las víctimas del Holocausto. Iban armados con documentos recién desclasificados del informe 'Refugio Seguro' ('Safehaven'), resultado de una investigación hecha en 1943 por los servicios secretos estadounidenses, en la que se detallaban pruebas muy comprometedoras de la amistad de los banqueros suizos con los nazis; del acuerdo por el cual Suiza compraba a Alemania seis toneladas mensuales de oro, y del hecho de que "prácticamente toda la cúpula militar y política del III Reich tenía cuentas en Suiza, incluido Adolfo Hitler". Los suizos, sin hacer el más mínimo gesto amistoso, se limitaron a ofrecer 32 millones de dólares para saldar las cuentas no resueltas. No se imaginaban lo que les esperaba. Bronfman consiguió en Estados Unidos el apoyo del parlamentario neoyorquino Alfonse D'Amato, jefe del Comité Bancario del Senado, quien estaba a la caza de un tema que le permitiera salir de un bache de impopularidad. Los vínculos de Bronfman con la Casa Blanca le permitieron, además, embarcar en el mismo tren al presidente Bill Clinton. Menos de dos años después de iniciada la campaña, hoy marchan varias investigaciones sobre el tema en Estados Unidos: la de D'Amato y su contraparte de la Cámara de Representantes, Jim Leach, y la ordenada por Clinton, que se adelanta bajo la supervisión del subsecretario de Comercio, Stuart Eizenstadt. Como consecuencia de esas investigaciones, más de 10.000 sobrevivientes o herederos comenzaron a demandar a los bancos suizos. Y las audiencias celebradas por D'Amato, en las que se ventilaron los hechos mencionados en el informe 'Safehaven', se convirtieron en una vergüenza creciente para ese país europeo. No se trataba sólo de la opinión pública interna, que comenzó a revivir un tema que consideraba cerrado, sino de la posibilidad de que el escándalo afectara de modo permanente a los bancos, los cuales forman el corazón de la economía suiza. La presión hizo que el Parlamento suizo adoptara normas que obligaban a los bancos a avanzar en el tema y estableciera dos comisiones investigadoras separadas: una, llamada 'De la Verdad', para sacar a la luz los oscuros tratos con los nazis; y otra, dirigida por el antiguo jefe de la Reserva Federal de Estados Unidos Paul Volcker, para rastrear las cuentas perdidas de las víctimas del Holocausto. Por fin, a comienzos de febrero pasado, los tres principales bancos de Suiza -Credit Suisse, Suiss Bank Corporation y Union Bank of Switzerland- acordaron formar un "Fondo humanitario para las víctimas del Holocausto', con un monto inicial de 70 millones de dólares, e invitaron a otras instituciones financieras, junto con el propio gobierno suizo, para que se vinculen con nuevos aportes. De ese modo, los suizos admitían por fin su responsabilidad en el tema del dinero de los judíos, y comprometían recursos propios (no deducibles de las cuentas que se puedan descubrir) en el esfuerzo por indemnizar a las víctimas.

EL ORO DE LOS NASIS
Por esos mismos días el grupo de Bronfman tuvo otro éxito, no menos significativo, con una reliquia casi olvidada de la Segunda Guerra Mundial: la llamada Comisión Tripartita. Formada por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, esa comisión fue creada en 1945 para administrar el oro que países neutrales como Suiza y Suecia habían guardado a los nazis. Se trataba de 337 toneladas métricas de 'oro monetario' pertenecientes a los gobiernos de Europa Oriental. Ante la imposibilidad de distinguir entre los lingotes cuál parte era de propiedad pública y cuál era privada, los tres miembros habían acordado que sólo se devolvería a los gobiernos y no a reclamantes individuales. Como consecuencia de las gestiones de Bronfman ante Clinton, el presidente de Estados Unidos convenció a los otros dos gobiernos de congelar los 68 millones de dólares en lingotes de oro que no se habían entregado. La decisión se basa en el hecho de que parte de ese oro podría provenir de los judíos, y consiste en crear un fondo independiente para intentar indemnizar a las víctimas. Eso significa que hoy por hoy existen dos fondos creados en favor de los sobrevivientes del Holocausto o sus herederos: uno de los bancos suizos y otro creado por la Comisión Tripartita. Pero ninguno de ellos está reglamentado, y todavía falta la voluntad política de los gobiernos para llevar a feliz término la devolución. En uno y otro caso el Congreso Mundial Judío y los gobiernos involucrados deberán actuar tan rápido como sea posible. Porque ha pasado más de medio siglo desde la terminación de la guerra, y si se descuidan, la muerte habrá consumado la injusticia cometida con los sobrevivientes del Holocausto.
Multimillonario e idealista
Edgar Bronfman, el hombre que encabeza la cruzada para la recuperación de los dineros de las víctimas del Holocausto, es uno de los hombres más ricos del mundo. Y uno de los más audaces. Con una fortuna de varios miles de millones de dólares, y con una arrolladora personalidad, es virtualmente capaz de abrir cualquier puerta: la del Papa, la de Boris Yeltsin, la de Fidel Castro o la de cualquiera que, sin importar su estatura, pueda darle una mano en favor de sus luchas. Amigo personal de Bill Clinton, logró que en el tema de los dineros de los judíos el presidente de Estados Unidos trabajara hombro a hombro con uno de sus peores enemigos políticos, el senador Alfonse D'Amato. Y que entre los dos convencieran a otros líderes mundiales de la necesidad de apoyar su causa.Bronfman es el propietario de Seagram Company Ltd., una empresa que su padre, Sam Bronfman, convirtió en el centro de un imperio empresarial valorado en 22.000 millones de dólares, que es, de lejos, la mayor productora de licores del mundo. Pero esa no es su única propiedad. Es dueño de la MCA _que compró a Matshusita por una suma superior a los 5.000 millones de dólares_, de Universal Studios Inc., de Tropicana Dole Beverages, de Martell 7 Co., de G.H. Mumm & Cie. y de la mayoría de las acciones de Time Warner. Hasta no hace mucho tiempo fue dueño, además, de Dupont.Según él, su actividad con el Congreso Mundial Judío le consume hasta el 40 por ciento de su febril agenda, que le lleva permanentemente de un lado a otro del mundo en su jet privado, un Gulfstream IV. Y también gasta a dos manos en la causa: uno de sus colaboradores dijo recientemente que su jefe "ha invertido sumas en siete cifras en la reivindicación de las víctimas del Holocausto". El estilo agresivo de Bronfman y su contraste con los dirigentes judíos más antiguos quedó claro cuando se encargó de bloquear las aspiraciones del ex secretario general de la ONU Kurt Waldheim _acusado de haber sido nazi_ de ser presidente de Austria. En esa época algunos líderes judíos tradicionales se opusieron al ataque contra el austríaco, quien gozaba de respeto por su labor en la ONU. Temían que irse contra Waldheim podría suscitar antisemitismo. "Los judíos no crean el antisemitismo, sino los antisemitas", contestó Bronfman. Hay quienes señalan, además, la ironía de que un multimillonario como Bronfman esté tan enfocado hacia la indemnización pecuniaria, por el peligro de que ello reviva el viejo tema antisemita de la avaricia de los judíos. Incluso el propio Simón Wiesenthal, el legendario cazador de nazis, comentó sobre las gestiones de Bronfman que "me interesa que se haga justicia a los que tomaron las vidas de los judíos, no sus bienes". Pero Bronfman no se preocupa por ello, y sostiene que para él el dinero no es más que un símbolo. "Mi punto de vista es que la timidez hacia el antisemitismo crea más antisemitismo. Este es el último capítulo del Holocausto, y hay que escribirlo bien", dice.