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En la cuerda floja

La peligrosa escalada en el conflicto por Cachemira entre India y Pakistán afecta a Estados Unidos en su guerra contra el terrorismo.

22 de octubre de 2001

En un complejo tablero de ajedrez se ha convertido la relación entre India y Pakistán por el control de la región de Cachemira. El escenario está compuesto por las piezas clásicas: discursos ambiguos en Islamabad y Nueva Delhi, tropas que se desplazan hacia la zona fronteriza, disparos y víctimas de lado y lado, sentimientos nacionalistas que influyen las políticas gubernamentales, poblaciones galvanizadas por la posibilidad de una guerra. Se trata de los elementos que en condiciones normales llevan a las crisis al punto de no retorno y que preocupan a la comunidad internacional. Sólo que ahora hay dos aspectos que complican más el tema: uno, la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo, en la cual Pakistán es un aliado crucial. Y dos, el agravante de que éste y su enemigo tienen en sus arsenales el arma máxima: la bomba atómica. A través de la historia el conflicto por el control de esa región ha generado tres guerras, en 1947, 1965 y 1971. El asunto comenzó poco después de que la India se independizara de Gran Bretaña. Pakistán, de mayoría musulmana, se separó ese mismo año de la India, principalmente hinduista, pero en el proceso quedó seccionada la musulmana Cachemira entre los dos países. Desde entonces los islamistas que quedaron en el lado indio sueñan con integrar la provincia bajo el Estado paquistaní. Y la India asegura que los grupos terroristas son apoyados por Pakistán. Esa situación nunca se ha solucionado del todo y de tiempo en tiempo ocurren escaladas militares solucionadas con promesas conciliatorias de ambos bandos. La situación que encendió el polvorín se dio esta vez el 13 de diciembre, cuando murieron 14 personas en un ataque contra el Parlamento de Nueva Delhi atribuido por India a terroristas apoyados por Pakistán. India entregó al gobierno de Pakistán 20 nombres de terroristas para ser capturados y extraditados cuanto antes. Pakistán desmintió las acusaciones y sugirió al gobierno indio no hacer esas afirmaciones falsas si quería avances en la lucha contra esas células fundamentalistas. La semana pasada los ánimos exaltados en ambos lados de la frontera contrastaban con las manifestaciones diplomáticas. Según el diario The Kashmir Times, “el primer ministro de la India, Atal Bihari Vajpayee, anunció que ese país estaba listo para abrir las conversaciones con Pakistán, incluido el tema sobre Cachemira, siempre y cuando Pakistán abandonara esa mentalidad antiindia”. En respuesta a ese tono conciliador un vocero paquistaní dijo en una rueda de prensa que su país siempre ha estado abierto al diálogo y negó cualquier tipo de políticas o manifestaciones para generar sentimientos nacionalistas contra India. Sin embargo ese tono amistoso no resultaba coherente con la movilización de armamento y tropas indias hacia la frontera que, según The Asian Times, es la mayor en los últimos 15 años. Y tampoco es coherente con las muertes de varios soldados indios y paquistaníes ocurridas en los últimos intercambios de disparos a lo largo de los límites de Cachemira. La situación produjo preocupación en el mundo. Prueba de ello fue la visita que hizo a ambos contendientes el primer ministro británico, Tony Blair. Primero se reunió con su homólogo indio, Atal Behari Vajpayee, con quien firmó una declaración de condena al terrorismo. Luego en Pakistán hizo lo mismo con su presidente, el general Pervez Musharraf, quien manifestó: “Rechazamos el terrorismo en todas sus formas y estamos trabajando en varias medidas para combatir a los terroristas islámicos”. Esta última es significativa dadas las acusaciones de India. El juego de Estados Unidos Un factor de complicación es Estados Unidos. Luego de los ataques del 11 de septiembre Pakistán e India se convirtieron por conveniencia en ‘aliados’ de Washington en su lucha contra el terrorismo. Pero cuando esa luna de miel se acabó en diciembre Washington optó por una posición riesgosa. Pretende que no se genere una nueva guerra, pero para sus intereses está jugando a dos bandas: por un lado, para la Casa Blanca es bueno que la India amenace a Pakistán y despliegue tropas. Según esos cálculos ello generaría vulnerabilidad en Islamabad y su reacción sería buscar respaldo en Estados Unidos. Si esto ocurriera la administración Bush conseguiría mayor colaboración para capturar a los miembros de Al Qaeda, de Osama Ben Laden. Pero, por otro lado, si las amenazas de la India aumentan y el movimiento de tropas hacia la frontera continúa incrementándose los sentimientos antiindios en Pakistán alcanzarán límites impensables y el conflicto terminaría por salirse de las manos estadounidenses. Entonces el mayor perjudicado sería Washington, no sólo por fracasar en evitar una guerra entre dos potencias nucleares sino porque vería complicadas sus esperanzas de acabar cuanto antes con Al Qaeda y tener tras las rejas a Osama Ben Laden. Pero, como dijo a SEMANA Anita Weis, profesora de la Universidad de Oregón, el tema debería ser resuelto a nivel local y con la mira puesta no en la estabilidad mundial sino en el beneficio de los dos países: “Pakistán debe tratar de bajar el tono del lenguaje pues en una guerra convencional contra la India sufriría una derrota inobjetable. Por el contrario, se debería aprovechar la coyuntura para que ambos países encuentren una salida a un conflicto que es más peligroso cada día que se deja de lado”.