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En la plaza Tahrir se vive un ambiente entre tenso y festivo, marcado por la sensación de que cada día se puede hacer historia. Pero a pesar de la determinación de los manifestantes, entre los egipcios no hay unanimidad sobre la conveniencia de la salida inmediata de los militares del poder.

EGIPTO

En las entrañas de la revolución

La plaza Tahrir sigue siendo el corazón de la lucha de los egipcios por la democracia. Catalina Gómez Ángel la visitó y cuenta sus impresiones, en exclusiva para SEMANA.

3 de diciembre de 2011

Hay una frase que se repite en El Cairo: Egipto no solo es Tahrir. Y Nasser City, un barrio periférico que representa a ese Cairo moderno que se contrapone al de construcciones entrañables de los alrededores del Nilo, es un ejemplo de ello. Mientras en la noche del miércoles decenas de grupos de activistas discutían alrededor de la rotonda central de la plaza Tahrir los pasos a seguir tras la primera jornada electoral, que había dado como ganador a los grupos islámicos, el lujoso centro comercial City Star estaba lleno de hombres y mujeres, muchas cubiertas totalmente por un velo negro. Paseaban por los seis pisos de esta mole de mármol y parecían pertenecer a otro universo. La revolución no era asunto de ellos.

Pero los egipcios, así no hayan apoyado la revolución, aseguran que el movimiento de la plaza Tahrir ha cambiado la historia a un nivel impensable hace diez meses, cuando el 25 de enero un grupo de jóvenes salió por primera vez a la calle a crear la misma dinámica grupal que tumbó a Hosni Mubarak y que hoy exige a los militares permitir una verdadera democracia. "La revolución no ha terminado, apenas comienza. Por eso me voy a quedar aquí hasta que los militares se vayan", aseguró esa noche a SEMANA Mohammad Gamil, un estudiante de Enfermería que atiende uno de los puestos de salud improvisados en la plaza.

Como Gamil, muchos egipcios son conscientes de la fragilidad de su joven revolución. Por un lado, gobierna una junta militar, conocida como Scaf, heredada del anterior régimen, que en teoría deberá entregar el poder tras las elecciones presidenciales de julio de 2012. La plaza, sin embargo, insiste en que se vayan. Y por otro, el auge islamista que ha llevado a la Hermandad Musulmana -que aunque dividida se mueve en una posición de centro- y a los extremistas salafistas a ganar un terreno que ni los más optimistas esperaban antes de comenzar las elecciones el lunes pasado. Según los resultados publicados hasta el momento, los islamistas sumados habrían ganado al menos 60 por ciento de los votos de la primera ronda que se llevó a cabo en El Cairo, Alejandría y otras regiones. Las elecciones continuarán en las próximas semanas, en un complejo sistema que deberá completar el nuevo Parlamento en marzo próximo.

Por encima de todo, la desilusión e indignación con el Ejército, al que la plaza ovacionaba antes de la caída de Mubarak, es enorme. "Han cometido miles de errores en estos meses y perdieron el favor popular", explicó el profesor Rifaat Said, refiriéndose a las detenciones arbitrarias y los juicios militares de los últimos meses. Un informe presentado en días pasados por Amnistía Internacional asegura que la Scaf ha actuado con mayor brutalidad que el régimen anterior.

A ningún egipcio, por ejemplo, se le ha borrado de la mente la imagen de un militar que echaba un cadáver a la basura o la de los disparos arbitrarios del 9 de octubre contra quienes protestaban, la mayoría cristianos coptos, frente a la sede de la televisión estatal.

Pero el debate es interminable en una sociedad en la que campean todas las tendencias políticas y religiosas. Por ejemplo, Said Hilel, un ingeniero de 60 años, es de aquellos que piensan que la plaza no tiene derecho a decidir por él. "¿Cuántos son los de Tahrir para resolver si los militares se tienen que ir?", preguntó en su oficina de la plazoleta de Talaat Harb, en cuyos cafés los jóvenes sostienen sus más apasionados debates. "Esta es la fila para reconstruir el Egipto que rompió la revolución", dijo, mientras esperaba para votar. A pesar del gorrito blanco que testimonia su devoción islámica, no votó por el partido religioso.

"Yo no voto por los Hermanos Musulmanes, pero si la gente decide que son los mejores, tendré que aceptarlo. Así es la democracia", explicó Muhammed Mutas, un analista económico de 30 años que vive en plena plaza Tahrir y que llevaba una hora frente al colegio electoral en una fila en la que había desde barbudos con chilabas hasta liberales como él, con jeans y saco deportivo. En los alrededores se veían carteles tan diversos como el de Jamila Ismael con su pelo rubio suelto y el de los salafistas, que practican una versión extrema de su religión, en el que la imagen de su mujer candidata estaba representada por un logo en el que se veía un horizonte de luz.

Sin embargo, los analistas coinciden en que lo importante será la nueva Constitución del Egipto democrático, que en teoría será aprobada por el Parlamento. A juzgar por lo sucedido esta semana, lo más probable es que ese cuerpo quede bajo control de los religiosos, moderados o no, lo que podría conducir a que la Carta incluya una interpretación estricta de la Sharia, o ley islámica. Esa perspectiva causa pavor entre un sector de la población que cree que la sociedad egipcia retrocedería siglos si este escenario se hace realidad.

En efecto, muchos temen que las mujeres pierdan sus libertades y que se impongan restricciones que alejarían el turismo. Esto sería un caos para una economía que se ha derrumbado, entre otras cosas, por la disminución del flujo de visitantes. "Hemos dejado de vender un 90 por ciento", explicó Heisisi Said, un vendedor de abayas en el bazar Khan El Khalili, que, a pesar de las dificultades, sigue pensando que Tahrir es la única opción de Egipto.

Pero, de nuevo, hay matices. "Los islamistas han hablado de un marco religioso, pero no quieren romper con todo. Van paso a paso porque no quieren problemas", explicó a SEMANA el copto Amin Eskandar, un investigador de ciencias políticas que se presentó a las elecciones en la lista de Libertad y Justicia, el partido de la Hermandad Musulmana. "Los Hermanos no quieren alcohol, no quieren turismo de bikini; esos cambios se darán. Pero también todo el mundo tendrá libertad para hacer lo que quiera. Cabemos todos", dijo Eskandar, que repitió que la pelea era contra los salafistas, a los que relaciona con el modelo de Arabia Saudita.

"Son ignorantes", dijo, mientras su conductor trataba de abrirse paso por la estrechas calles del barrio de Shobra, uno de los más tradicionales, donde las mezquitas se mezclan con las iglesias coptas. El candidato iba de prisa porque ese día quería visitar el mayor número de puestos electorales. "Si la revolución triunfa, este será un país gobernado por civiles bajo el marco de la ley y con un presidente elegido por voto popular", dijo, y aseguró que si fracasa, será porque los poderes contrarrevolucionarios, que no son pequeños, se opusieron. "Los puntos de vista religiosos también lo pueden llevar a fallar", dijo antes de apearse.

En Tahrir, los grupos de activistas son conscientes de que la revolución puede fracasar. Pero aun así, no pierden el optimismo, no están dispuestos a bajar la guardia. "Las revoluciones toman tiempo. Tal vez sea el momento de dejar la plaza por ahora y dejarlos actuar. Si fracasan, que lo harán, volveremos a convocar a una marcha y con seguridad la gente va a regresar", aseguró uno de los jóvenes activistas que discutían en la plaza sobre qué hacer con esta revolución en construcción. "Han hecho cosas maravillosas, pero es hora de que dejen que el país se recupere", le insinuó un señor mayor que, como la otra parte de Egipto, piensa que la vida debe continuar.