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EN ESTADO DE SHOCK

Acorralada por el terrorismo de los chechenos la población rusa enfrenta una ola de paranoia <BR>colectiva.

18 de octubre de 1999

Los vecinos se organizan en milicias, encabezados por los veteranos de la Segunda
Guerra Mundia, para revisar las entradas de los edificios, los sótanos y las azoteas; las abuelitas sacan los
perros a pasear en horarios coordinados para contribuir a la vigilancia. Moscú se cerró "por inventario",
obligando a todos los no-residentes a registrarse nuevamente en el plazo de tres días o a irse de la ciudad y
las autoridades han tomado medidas de seguridad sin precedentes.
Después de los cinco atentados, tres de ellos en Moscú, dos en las ciudades de Buinaksk y Volgodonsk, que
dejaron alrededor de 300 muertos, la gente duerme con un ojo abierto y otro cerrado. No hay defensa que
baste frente a este enemigo inhumano que golpea de noche, contra edificios de obreros, pensionados y
niños dormidos, en los barrios más pobres de Moscú o en ciudades alejadas. Un fenómeno viejo en Occidente
pero completamente desconocido en Rusia hasta ahora.
La version más probable es que los responsables de los atentados son los rebeldes islamistas chechenos
en venganza por las víctimas de los bombardeos aéreos realizados por el ejército ruso a las aldeas
chechenas y daguestaníes (ver recuadro).
Esta ola de terror se produce cuando el gobierno del presidente Boris Yeltsin está en su último año, rodeado
por acusaciones de corrupción y con elecciones parlamentarias en menos de tres meses. Para Yeltsin es
una oportunidad para enterrar el escándalo que lo rodea, uniendo al país en el objetivo de castigar
fuertemente a Chechenia, a diferencia de 1994, cuando inició la impopular guerra contra la pequeña república,
que terminó con una grave derrota del ejército ruso. Tal vez sea la oportunidad, también, para que el primer
ministro Vladimir Putin gane el prestigio que le falta para suceder a Yeltsin.
Sin embargo el tiro puede salir por la culata, pues si bien la mayoría de la población exige medidas
drásticas contra los terroristas, los atentados, de continuar, pueden provocar un salto en el descontento
popular por la impotencia para impedirlos. Desde hace meses todos los medios advierten sobre la inminencia
de ataques chechenos en Daguestán y también desde hace meses los rebeldes islamistas amenazan con
posibles atentados terroristas.
Sviatoslav Kaspe, del Centro Ruso de Investigaciones Sociopolíticas, dijo a SEMANA que "las
consecuencias políticas de los atentados pueden ser muy grandes", incluyendo posibles "actos
espontáneos, estallidos de manifestaciones anticaucásicas", y que si bien se ha logrado un acuerdo
entre la Duma y el gobierno para enfrentar esta oleada de terrorismo, "si ésta continúa la gente puede
adoptar una actitud antiélite o antisistema".
El plan que el primer ministro presentó al Parlamento es el de poner en cuarentena a Chechenia,
cercándola, cortándole todo apoyo económico, revisando el acuerdo que terminó con la guerra checheno-rusa
en 1996, exigiendo al presidente de la pequeña república, Aslam Masjadov, entregar a los terroristas e
impedirles el cruce de la frontera con Rusia, utilizando las más radicales medidas. ¿Suficiente?
"El plan presentado por el gobierno es muy completo, pero como siempre, la pregunta es si se llevará a
cabo", continúa el analista Kaspe. "En primer lugar están las medidas de seguridad, pues hay que detener los
actos terroristas, pero luego hay que erradicar las causas. Se necesitan medidas estructurales que
resuelvan la cuestión de las relaciones con Chechenia. Sin embargo esta es la pregunta que por ahora no
tiene respuesta".
Lo grave es que "el terrorismo se está convirtiendo en parte ineludible de nuestra vida y, como lo demuestra
la experiencia occidental, es difícil esperar una rápida solución a este problema. Aun si son detenidos los
organizadores de estos actos su ejemplo continuará", concluye Kaspe.

Rusia y la lucha islámica
La ola de terror que estremece a Rusia se origina en el conflicto que sacude al norte del Cáucaso, en el que
pueblos no rusos e islamistas, conquistados y sometidos por los zares en el siglo pasado, vienen peleando
contra el dominio del Kremlin. El pico fue la guerra de Chechenia (1994-1996), cuando las fuerzas del Kremlin
invadieron la pequeña república, que había proclamado su independencia, y perdieron humillantemente.
Para terminar la guerra se firmó el acuerdo de Jasaviurt, en el que se establecía un plazo de cinco
años para definir las relaciones entre Rusia y Chechenia pero, hasta hoy, Rusia no ha dado ningún paso en
el sentido. En los hechos Rusia perdió todo control sobre la región pero jurídicamente se niega a
reconocerlo.
Chechenia y el Cáucaso se convirtieron en tierra de nadie. Los radicales, que luchan por una República
Islámica del Cáucaso, decidieron trasladar la guerra a Daguestán, la república vecina. Chechenia es el nuevo
centro de la lucha islámica. Según la prensa rusa, en el territorio se habrían creado centros de
entrenamiento, financiados por el millonario Osama ben Laden.
Uno de los cabecillas es el jordano Jattab, 34 años, de origen saudí, que abandonó la universidad en
Estados Unidos para unirse a la resistencia de Afganistán contra la invasión soviética. En 1992 combatió en
Tadjikistán con la oposición islámica contra el régimen comunista y viajó a Chechenia en 1995. Sus acciones
le ganaron el respeto del comandante checheno Shamil Basaev, con quien dirige las acciones en Daguestán,
donde 2.000 rebeldes entraron el 7 de agosto, ocupando pequeñas aldeas vecinas a la frontera con
Chechenia.