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EN TONO MENOR

Después de jugar el papel del "coco", los sandinistas resuelven entregar el poder por las buenas.

16 de abril de 1990

"Estamos viviendo la calma que precede a la tempestad", fue la frase que Daniel Ortega utilizó una semana después de su derrota ante Violeta Barrios de Chamorro en las elecciones presidenciales de Nicaragua. Pocos días más tarde, parece que la frase más adecuada hubiera sido la de que tras la tempestad viene la calma. Al menos esa es la impresión que dan los sandinistas ahora que los ánimos se han enfriado y han podido poner en orden sus ideas.
La retórica de la amenaza velada que habían desplegado los hermanos Daniel y Humberto Ortega (presidente y ministro de Defensa salientes, respectivamente), según la cual la entrega del poder estaría condicionada a una serie de garantias, dio paso a una nueva actitud, en la que la conciliación es la tónica predominante. Primero fue la aprobación de una ley de amnistía amplía que cobijaria no sólo a los funcionarios sandinistas, sino a los rebeldes conocidos internacionalmente como "contras". Tal como lo aprobo la Asamblea Nacional (dominada por los sandinistas), esa ley esta destinada a complacer la solicitud de la oposición, que demandaba una medida de esa naturaleza como requisito indispensable para presionar a los alzados en armas para que regresen de su base en Honduras y se reincorporen a la vida civil. Pero, de paso, los sandinistas se pusieron al día con sus compromisos adquiridos en el marco de los acuerdos de paz centroamericanos.
Después se produjo la extensa conversación de Daniel Ortega con el vicepresidente norteamericano, Dan Quayle, en medio de los actos de posesión del presidente chileno Patricio Aylwin. En esa ocasión, Ortega aseguro a su interlocutor que el 25 de abril, la fecha prevista para la transmisión del mando, entregaría el poder a la nueva presidenta sin condición alguna.
Más tarde, comentando con periodistas, Ortega informó que le había dicho a Quayle que "lo mejor para el proposito de una transmisión sin problemas sería que los contras dejaran de existir antes de esa fecha". Pero Ortega, aseguró, además, que la transición se llevaría a cabo "con o sin contras". La sorpresa fue mayor cuando Quayle anunció que Ortega le había garantizado no sólo eso, sino que la viuda de Chamorro nombraría, con la libertad que le correspondería como nuevo presidente, a todos los ministros, incluidas las conflictivas carteras del Interior y de Defensa.
Pero la semana depararía aún más sorpresas. El presidente norteamericano George Bush no sólo anunció el levantamiento del embargo comercial que pesa sobre Nicaragua desde 1983 sino un proyecto de ayuda a Panamá y Nicaragua que ascendería, en el caso del segundo, a US$300 millones. Ese embargo significaba que los nicaraguenses no podían exportar sus productos agrícolas a los Estados Unidos ni importar de este país maquinaria ni repuestos. Las fuentes de crédito internacional bloqueadas, y la guerra de los contras financiada por los Estados Unidos, completaron de conformar un panorama de total estrangulamiento económico que acabo por llevar al desastre una gestión economíca sandinista calificada de inepta. Por eso, el levantamiento de las sanciones y el ofrecimiento de ayuda al nuevo gobierno de Violeta Chamorro constituía, ante los ojos de muchos observadores, una bofetada final para los sandinistas.
A pesar de ello, el tono con que el presidente encargado Sergio Ramírez recibio en Managua el anunció norteamericano resulto una nueva sorpresa. "El levantamiento del embargo económico contra Nicaragua es un acto de justicia que se había demorado demasiado", dijo Ramírez, y agregó: "El bloqueo, el boicot financiero, el cierre de todas las fuentes de crédito-durante todos estos años no fue un acto de injusticia contra el Frente Sandinista como partido en el poder sino contra todo el pueblo nicaraguense". Ramírez fue aún más allá al elogiar el momento escogido por Bush para hacer su anuncio, pues "perfectamente lo hubiera podido hacer después del 25 de abril" (fecha de la posesión).
Algunos observadores han interpretado la posición inicial de los sandinistas afirmando que lo que buscaban era una posición de fuerza. Pero otros piensan que al mostrar los dientes pusieron de presente el enorme problema que plantea para los Estados Unidos, Honduras y para el propio gobierno de la Chamorro la desmovilización de los contras. Con su nueva postura, los sandinistas dejaron prácticamente sin argumentos a quienes pensaron que podrían mantener a los contras como una especie de ejército alternativo. La pelota está, pues, del lado del nuevo gobierno nicaraguense de Violeta Barrios de Chamorro.