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En la viña del Señor

El intelectual Benedicto XVI se define como un 'un humilde trabajador en la viña del Señor'. La figura del nuevo Sumo Pontífice produce tantas aclamaciones como interrogantes.

24 de abril de 2005

Trazar el perfil del primer papa del tercer milenio, Benedicto XVI, no es fácil. Su biografía contiene contradicciones que lo presentan al comienzo de su carrera como un brillante docente de teología; durante el Concilio Vaticano II (1965) como un rebelde positivo que desea imprimir a la Iglesia, con una radical transformación de la paquidérmica curia, un aire de modernismo, y años más tarde como un severo guardián de la doctrina católica. ¿Quién es Joseph Ratzinger, un reformador o un templario de la cruzada que busca salvar la tradición de la Iglesia? Sus detractores dicen que es un restaurador de dogmas medievales. Otros sostienen que hay que darle el beneficio de la duda. Pero nadie queda indiferente ante su figura.

El cónclave del que salió electo será recordado como uno de los más breves de la historia moderna. La elección de Joseph Ratzinger desmiente el dicho de que "en el cónclave quien entra Papa sale cardenal": en todas las listas que circulaban, no había una sola que no lo diera como el papable por excelencia.

No significa que no haya sido una sorpresa. Benedicto XVI es descrito como un intelectual fascinante, refinado, aristocrático, con un temperamento discreto, pero poco comunicativo: el exacto contrario del expansivo Karol Wojtyla. Sin embargo, para quienes lo conocen, Ratzinger representa una de las caras de la misma moneda, y la larga amistad con su antecesor lo demostraría. En los 23 años como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, al menos un par de veces trató de renunciar, sólo para que Juan Pablo II se mantuviera firme en su decisión de no dejarlo ir. Era la columna en la que el Papa polaco apoyaba su pontificado.

Que Benedicto XVI no es encantador de multitudes se vio durante su primera bendición Urbi et Orbi (a la ciudad y al mundo): pronunció un discurso simple y sin fuegos artificiales. Tal vez por eso el cardenal Camillo Ruini en una entrevista para la televisión, observó: "Quiero decirles a los católicos italianos de hoy y en particular a los romanos, que el carisma de Juan Pablo II está presente en Benedicto XVI, y, quiero decirles que el Papa los ama con el mismo profundo amor con el que los ha amado el Papa anterior y por lo tanto, si me lo permiten, tiene todo el derecho de ser amado como lo fue Juan Pablo II". El objetivo de la declaración es claro: conquistar el corazón de los bulliciosos seguidores del Pontífice eslavo.

Días antes del cónclave el aguerrido teólogo Hans Küng, conocido por sus teorías anticonformistas y acérrimo opositor de la intransigencia de la Iglesia -en 1979 Ratzinger le prohibió la enseñanza de la teología por haber puesto en duda el dogma de la infalibilidad del Papa-, acusaba a Joseph Ratzinger, su amigo y compañero de trabajo en los tiempos del Concilio Vaticano II, de presionar a los cardenales para hacer que escogieran un conservador. Nunca se imaginó que Ratzinger pudiera conseguir los dos tercios de los votos necesarios.

Cuando supo del resultado, declaró de inmediato su pesimismo: "No nos esperemos grandes reformas", sentenció. Pero está dispuesto a concederle los 100 primeros días de gobierno para que demuestre que no se comportará como el rígido guardián de la fe que ha sido hasta ahora.

Para Küng, "el papa Ratzinger" tiene que enfrentar retos de proporciones gigantescas y enumera tres: primero, tendrá que continuar el camino del ecumenismo y no podrá dejar por fuera ninguna religión como hizo en el pasado con la confesión evangélica (no podrá decir que las religiones del mundo son formas defectuosas de la religión católica). Segundo, tendrá que compartir con los obispos el gobierno de la iglesia y dar independencia a las Iglesias locales y, tercero, tendrá que revisar el papel de la mujer en el interior de la Iglesia, que está exclusivamente en manos de los hombres. Los primeros tres meses, como en cualquier gobierno, serán importantes los nombramientos que haga en los cargos del gobierno central, Secretaría de Estado y Congregación para la Doctrina de Fe. Sólo entonces se sabrá qué cara le dará a su pontificado:

Massimo Gramellini, comentarista del diario La Stampa, escribe con humorismo que: "El Espíritu Santo debió haber cancelado la suscripción a la televisión porque, después de un Papa para ser oído y visto, inspiró a los cardenales uno que es para ser leído". De hecho, el panzerkardenal, como lo llamaron algunos, posee una bibliografía enorme: Introducción al cristianismo, Informe sobre la fe, Una mirada a Europa, Sal de la Tierra, Verdad y tolerancia, son sólo algunos de los títulos. Gramellini anota que "sus palabras, más que a los aplausos, invitan a la compra de un cuaderno para tomar apuntes".

Benedicto XVI tiene una tarea que no se sabe si le quedará fácil: explicar su pensamiento a los 1.100 millones de católicos en todo el mundo con palabras simples. Hasta este momento y, por 23 años como protector de la ortodoxia de la Iglesia, ha hablado más a la mente que al corazón de los fieles. En un mundo acostumbrado a la comunicación rápida, de pocas palabras codificadas, con una capacidad de atención reducida al tiempo que dura una pauta publicitaria, conceptos filosóficos y teológicos oscuros podrían condenar el Papa a permanecer como un desconocido para la multitud.

Los analistas aseguran que Ratzinger seguirá la misión de Karol Wojtyla, pero con una generosidad que sorprenderá a muchos. Es inútil seguir pensando en Ratzinger como el ex jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe: sentarse en el solio de Pedro es una aventura humana que cambia profundamente a quien lo ocupa, sostienen en el Vaticano. Marco Tosatti, respetado vaticanista, dijo a SEMANA que "Ratzinger, como prefecto de la Congregación era como un jugador de fútbol que estaba en el campo en la posición que le había asignado el entrenador, pero esto no quiere decir que si en estos años ha jugado como defensor, no pueda ser un perfecto entrenador, con sus propias estrategias de juego".

Sus colaboradores en la Congregación, que hasta los primeros años del siglo XX era la Santa Inquisición, lo describen como una persona que conjuga severidad y dulzura: "La bondad implica también la capacidad de decir que no, una bondad que pasa por encima de todo no hace bien al otro", es una de sus frases más conocida.

El segundo Papa extranjero de la modernidad escogió un nombre clásico. Ratzinger se inspiró en la herencia de Benedicto XV (Giacomo della Chiesa, 1914-1922), quien vivió su breve pontificado en el tiempo convulsionado de la Primera Guerra Mundial: definió el conflicto bélico como "un desastre inútil" y trató sin éxito de ponerle fin. En la Iglesia cerró el capítulo de las disputas que nacieron bajo el papado de Pío X entre los tradicionalistas intransigentes y los modernistas. Muchos ven en el nombre las intenciones futuras de Ratzinger de desplegar una desconocida moderación. Los cardenales del colegio cardenalicio andan contando que bromeó cuando reveló el nombre que usaría: "Recuerda un papado breve", habría dicho con tono divertido. Otra fuente de inspiración para la escogencia fue la de Benedicto da Norcia, fundador del orden monástico de los benedictinos. Ahora es el patrón de Europa.

Es probable que no haya habido otro Papa que antes de un cónclave haya tenido tantas oportunidades para hacerse conocer. En la pasada Semana Santa, Juan Pablo II, impedido por la enfermedad y la parálisis, le asignó la sugestiva ceremonia del Vía Crucis en el Coliseo. En esa ocasión despertó perplejidad el pesimismo de las reflexiones pascuales del entonces cardenal: presentó el catolicismo como "una pequeña barca que está por naufragar". En cambio el 8 de abril, durante la homilía por el funeral de Wojtyla, conmovió a los feligreses cuando dijo: "Nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice".

Y no hubo experto que no haya leído en la homilía de la misa 'Pro eligendo Pontifice' del lunes 18 de abril (con ella se dio inicio al cónclave) la presentación de un programa de gobierno. Ratzinger invitaba a luchar "contra la dictadura del relativismo" que hace que "tener una fe clara, según el credo de la Iglesia, sea etiquetado a menudo como fundamentalismo", y llamaba a los cardenales del Colegio a elegir "un pastor que no nos deje a la merced de las ondas". Las ondas que zarandean la barca van "Desde el marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; desde el colectivismo al individualismo radical, desde el ateísmo a un vago misticismo religioso; desde el agnosticismo al sincretismo y de aquí a las numerosas sectas que cada día se asoman al escenario humano".

El influyente cardenal venezolano Rosalio Castillo Lara, ex director del banco central del Vaticano y autor en su momento del saneamiento de las finanzas pontificias, cree que en la elección haya desempeñado un papel importante "el hecho de que tuvo que presidir todas las celebraciones sucesivas a la muerte de Juan Pablo II y lo haya hecho muy bien, con gran tranquilidad, tacto y humildad".

Los analistas recomiendan la lectura, para entender el pensamiento de Ratzinger, de sus reflexiones sobre el Concilio Vaticano II contenidas en el libro-entrevista del escritor católico Vittorio Messori, Relación sobre la fe (1985). En este texto Ratzinger se proclamaba "reaccionario" en el sentido de quien se opone a la degradación de los valores, de la tradición y de la identidad.

No había acabado de pronunciar su primera homilía como Papa, el miércoles 20 de abril, cuando los expertos ya estaban desmenuzando el contenido. En su discurso reconoció la actualidad de las enseñanzas del Concilio Vaticano II en el mundo globalizado de hoy y garantizó que seguirá el diálogo ecuménico. Marco Tosatti cree que con esta declaración se disipan las primeras sombras sobre el pontificado y cambia su imagen de conservador.

El intelectual Benedicto XVI no es un atleta y, entre 1991 y 1993, sufrió pequeños derrames cerebrales, de los que se recuperó completamente. Hasta ahora prefería la intimidad de una buena conversación a los encuentros multitudinarios; no consume vino y prefiere la naranjada; ama la música de Mozart; como buen europeo tiene una predilección por los gatos y toca muy bien el piano. Es probable que el apartamento pontificio, la casa de Juan Pablo II por casi 27 años, poseerá uno. Detrás de la fachada de persona fría y racional se esconde un gran sentido del humor, certifican los más allegados.

El Papa bávaro no esconde su nostalgia por el ritual antiguo en el que el sacerdote durante la misa daba la espalda a los fieles. Explica que se ha perdido la fascinación de la sacralidad de la ceremonia, que pasó a ser un intercambio entre sacerdote y fieles, poco espacio para Cristo. Su nostalgia incluye el latín: las primeras dos homilías como Benedicto XVI fueron en la antigua lengua. Todos esperan que pida un regreso, al menos en parte, a la lengua clásica.

Ratzinger es un teólogo de tradición agustiniana y si para Juan Pablo II el mal se podía vencer definitivamente, para Ratzinger con su pesimismo teológico alemán, la guerra contra el mal no se puede ganar: es un ciclo continuo en el que unas veces se impone el mal y otras el bien. Para Benedicto XVI, el maligno se presenta a la puerta del mundo travestido con el seductor vestido del relativismo: "No reconoce nada como definitivo y sólo admite como última medida de las cosas, el yo y sus deseos".

Joseph Ratzinger nació en Baviera, histórica fortaleza del catolicismo en Alemania (en la actualidad está dividida entre 29 millones de católicos y 35 millones de protestantes luteranos). Hijo de un gendarme, en su libro Mi vida. Memorias: 1927-1977 cuenta que su padre era profundamente católico y enemigo del nacional socialismo de Hitler. Estudió filosofía y teología en Munich y Frisinga. Como Juan Pablo II, vivió la tragedia de la Segunda Guerra Mundial.

Esa experiencia es clave en la formación del pensamiento del Pontífice. En ese tiempo, parte de la jerarquía eclesiástica convivió con el nazismo "por culpa de la herencia antijudía" y a partir de ahí, ha dicho en pasado, maduró la idea de que "la Iglesia no puede pactar con el espíritu de los tiempos". El alistamiento forzoso en las Juventudes Hitlerianas y su posterior participación como soldado en una batería de defensa antiaérea son algunas de las armas usadas por sus detractores.

Dos años después de haber sido ordenado sacerdote, en 1956, se doctoró en teología: tenía 26 años. A los 35 años participó en los trabajos del Concilio Vaticano II y era uno de los más jóvenes asesores teológicos. En esa época, Ratzinger representaba el ala aperturista de la Iglesia que pedía a gran voz renovación de la Iglesia y se oponía al clericalismo de la Santa Sede. El pesimismo por la modernidad todavía no se había hecho presente.

Cuando era profesor de teología, tenía entre sus estudiantes al joven brasileño Leonardo Boff, inspirador de la teología de la liberación. Años después, como 'mastín' de la ortodoxia católica arremetería contra esa tendencia hasta erradicarla. Algunos expertos defienden la estrategia pues era el único camino para impedir que la Iglesia quedara atrapada por corrientes ideológicas, como el marxismo, que no se sabía dónde irían a parar. Boff hace parte de la lista de teólogos a los que Ratzinger ha prohibido enseñar en nombre de la Iglesia.

En 1981 Karol Wojtyla lo nombró teólogo de cabecera: necesitaba alguien que le diera la autoridad doctrinal que a él le faltaba. En momentos en que se pensó que Ratzinger estaba poniendo en dificultad el diálogo ecuménico, como cuando en 2000 publicó el documento Dominus Iesu, en el que dictaminaba que por fuera de la Iglesia Católica no había salvación, Juan Pablo II lo ratificó. Presentar a la Iglesia Católica como la mejor religión causó un gran revuelo.

Por 26 años Juan Pablo II no quiso recibir en audiencia a Kung y tampoco a ninguno de los demás teólogos disidentes. Kung espera ahora que la situación cambie con "el pastor alemán", como tituló a toda página el diario de izquierda Il Manifesto. Benedicto XVI parece ser el máximo exponente del conservadurismo de la Iglesia. Pero sólo el tiempo dirá qué clase de papado será el primero del siglo XXI.