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ENTRE ARAÑAS Y ESPEJOS

Los siete grandes de occidente reunidos en Versalles, no hablaron de las Malvinas ni del Líbano, sino de algo más grave: la economía mundial.

12 de julio de 1982

Eclipsado por los titulares de prensa sobre las guerras actuales, en especial la del Líbano, finalizó el encuentro de las siete mayores potencias del mundo capitalista reunido el 4 de junio en la ciudad francesa de Versalles.
Aunque estaba previsto que la cumbre discutiera temas como el conflicto de las Malvinas y la guerra entre Irak e Irán, el contenido fundamental de sus deliberaciones fue la economía mundial. La declaración final, votada luego de tres días de trabajo, recogió el consenso a que llegaron sobre ese tópico los jefes de Estado de Gran Bretaña, Alemania Federal, Francia, Italia, Japón, Canadá y Estados Unidos.
Sin diferencias mayores en la identificación de los factores de perturbación, las desavenencias que sí existen entre los integrantes de ese exclusivo grupo sobre los pasos concretos a dar en la lucha contra la recesión económica, hicieron de este encuentro a juicio de los entendidos, uno de los más difíciles.
Mientras que los gobiernos de Washington y Londres se inclinaban en la reunión por solucionar los problemas atacando la inflación -con base en cortes presupuestales, reducción de impuestos a las grandes corporaciones y restricción a los salarios- el de París proponía recuperar la economía a través del consumo-, es decir, estimulando las inversiones del sector privado, robusteciendo el papel del Estado en la economía, reduciendo la jornada laboral y aumentando discretamente los salarios.
Tal divorcio en los conceptos de las delegaciones dió a la declaración final de Versalles un tono de buenas intenciones generales, antes que de una estrategia conjunta de responsabilidades concretas. La declaración hace por ejemplo, una invocación en favor de una "reducción de la inflación, y una disminución de las tasas de interés" y de un aumento "del crecimiento y del empleo". Para lograr esas metas los "siete ricos" acordaron "intensificar la cooperación económica y monetaria", "manejar prudentemente la política monetaria" y "garantizar un mayor control de los déficit presupuestarios".
Otro elemento de diferenciación radicó en la valoración del papel del Tercer Mundo en la recuperación de las economías de los países industrializados. Mitterrand, apoyado por el primer ministro canadiense Pierre Elliot Trudeau era del parecer que el futuro de aquellos países depende de la estrecha cooperación con el Tercer Mundo, como lo expresó antes de la cumbre durante su gira por Africa, al asegurar a los líderes de Nigeria, Costa de Marfil y Senegal que su gobierno intentaría ayudarlos en el plano económico. Reagan, al contrario de Miterrand, tiende a ver las relaciones de Occidente y de su país con el Tercer Mundo a través del prisma del conflicto Este-Oeste.
Pero no obstante los matices, el triunfador neto de la reunión fue Reagan. Este, desde antes de la cumbre, proyectaba plantear a los europeos la necesidad de dar prioridad a la batalla económica con la Unión Soviética. También se había atribuído al presidente norteamericano el propósito de insistir en los esfuerzos para unificar al mundo industrializado capitalista en una estrategia Norte-Sur que supeditara la cooperación al libre juego del mercado.
Esas propuestas se han convertido en realidades, al menos en la declaración final, que determina, respecto de la Unión Soviética y Europa del Este, controles a la exportación a esos países de bienes estratégicos (artefactos de alta tecnología) y limitaciones a los créditos de exportación. Washington consideraba el uso de estos créditos por los europeos en sus tratos con la Unión Soviética como un tema de particular preocupación al fomentar ellos la economía de ese país.
Falta saber si los europeos cumplirán ese aspecto del acuerdo en tanto que el comercio con las naciones del Este es la única vía que tienen ellos para competir realmente con Japón y los Estados Unidos. Una restricción a tales relaciones comerciales vendría a sumarse a las medidas de altas tasas de interés ya arbitradas por Washington para combatir su propia déficit presupuestario, aumentando el cuadro recesivo interno de la Comunidad Económica Europea.
Según cifras recientes del Fondo Monetario Internacional, el crecimiento económico de las naciones industrializadas, que de 1976 a 1979 tuvo un promedio de 4% anual cayó a 1% en 1980 y en 1981, podría ser de sólo las tres cuartas partes de ese porcentaje este año. El desempleo subió a un 7.6% este año, comparado con el 6.6% del año pasado, y el comercio, que llegó al 6.5% en 1979, se espera que no llegue este año sino al 2%.
Con tal panorama, los europeos deberán cuidarse más que nadie de las rígidas políticas monetarias de la administración norteamericana que está remplazando la ecuación seguridad=expansión económica por la ecuación seguridad=expansión militar.
La cumbre de Versalles expresó, además, una moderada condena a la acción bélica de Israel en el Líbano, pese a que la invasión hizo caso omiso de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. La delegación norteamericana se abstuvo de firmarla por ser -según Haig- "prematura"
En relación con Malvinas, la primera ministra Thatcher declaró estar muy agradecida por la "solidaridad total" que le expresaron sus colegas. Pero al mismo tiempo los franceses, alemanes y norteamericanos le dejaron conocer sus deseos de un pronto fin de las acciones y de que se inicien negociaciones sobre el futuro de esas islas.
El conflicto entre Irak e Irán fue objeto de algunas referencias. La mayor preocupación de los estadistas radicó en la eventualidad de que las fuerzas de Khomeini lleven las hostilidades a territorio iraquí y se produzca una ampliación del conflicto en el golfo, área clave para los suministros petroleros de las siete potencias.
Pocos días antes de iniciarse la reunión, el ex-presidente mexicano Luis Echeverría expresaba en ácidos términos el punto de vista del Tercer Mundo sobre tal reunión en Versalles: "Después de la segunda gúerra mundial no existe ninguna decencia en la actividad económica internacional. Las compañías intervienen en la política interna de los países dependientes, cuyo único desarrollo es el de la pobreza. Insalubridad, analfabetismo, deuda externa, demografa, subdesarrollo creciente, desempleo son, en conjunto, la antesala del desarrollo de los países industrializados". La conferencia, añadió, podrá contribuir al desarrollo y la paz, "si sus participantes son capaces de cambiar su política en el Tercer Mundo, de lo contrario impulsará a la humanidad a la guerra convencional o nuclear".
Menos sentencioso, pero no más entusiasta, Aurelio Peccei, presidente del Club de Roma, había declarado la víspera de la cumbre que ella "a lo sumo, será otra etapa en la concertación del mundo industrializado, poderoso, pero nunca una gran etapa para ellos, y mucho menos para la mayoría de la humanidad que habita los países subdesarrollados, tal como lo demuestran los datos objetivos de la realidad".

TUMULTOS CONTRA REAGAN
Varios atentados en París, sin gravedad, fueron perpetrados para protestar contra la participación del presidente norteamericano en la cumbre de Versalles. Su visita estuvo igualmente marcada por una manifestación organizada por la extrema izquierda y las organizaciones del Tercer Mundo, que reunió, según datos suministrados por la policía, unas 20.000 personas.
Iraníes, Turcos y latinoamericanos denunciaron la dictadura de Khomeini, la escalada nuclear, la tortura en Turquía y la acción del "Imperialismo norteamericano" en Latinoamérica.
Un grupo de "autónomos" totalmente extraños a esta manifestación lograron -según los organizadores del acto- romper algunas vitrinas e incendiar una agencia bancaria antes de ser contenidos tras un corto enfrentamiento con la policía. Los carteles juzgados ofensivos contra Reagan fueron arrancados por la policía. Las personas detenidas fueron puestas rápidamente en libertad pero serán procesadas "si el presidente de los Estados Unidos presenta una denuncia".