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El expresidente de Chile, Ricardo F. Lagos. | Foto: EFE

ENTREVISTA

"Es más fácil salir de la dictadura que de la pobreza"

El expresidente de Chile Ricardo Lagos habló con Semana.com sobre su experiencia como mandatario, el momento que atraviesa Colombia y su nuevo libro, 'Así lo vivimos'.

Felipe Restrepo Acosta
29 de agosto de 2012

Semana.com: ¿Cuáles son sus vínculos con Colombia?
 
Ricardo Lagos: Son vínculos de muchos años. La primera vez que vine fue a finales de los años 70, cuando trabajaba para Naciones Unidas en el Programa Regional de Empleo de América Latina y el Caribe (PREAL). Luego comencé la lucha contra el dictador Pinochet. Ustedes fueron muy generosos al recibir a tantos chilenos y chilenas en ese entonces. Prácticamente todo el espectro político colombiano, independientemente de sus orientaciones políticas, fue solidario con lo que ocurría en Chile en favor del respeto de los derechos humanos. Ya restablecida la democracia, visité el país como ministro y luego como presidente. Fue la continuación de un proceso de entendimiento, de identidad, de convivencia democrática, de respeto de los derechos humanos y de valores compartidos.

Semana.com: ¿Qué lectura hace usted de los últimos 10 años del proceso colombiano?
 
R.L.: En ese lapso Colombia ha dado un salto espectacular, aunque hay que señalar que venía dándolo desde antes. Por su parte, ha sido muy importante la manera como ha avanzado Colombia para enfrentar la guerrilla en los últimos años. Aunque aún el tema no está cerrado, creo que estamos mucho más cerca de lograrlo que hace diez años, cuando parecía interminable. Y por lo tanto corresponde a cada presidente ver cómo lo va abordando. A los países latinoamericanos nos corresponde ser solidarios con lo que hace Colombia. 
 
Semana.com: ¿Y su futuro?
 
R.L.: Lo cierto es que ahora uno ve un país con un gran crecimiento económico, un gran optimismo y con muchas riquezas que apenas ha explotado. Es, además, un país con una importante demografía, destinado a jugar un gran papel en el futuro.
 
Semana.com: ¿Qué opina de las voces que piden un cambio en la política mundial antidrogas?
 
R.L.: Creo que ha sido un proceso positivo. En la última Cumbre de las Américas el presidente Santos logró un éxito. Por primera vez Estados Unidos estuvo dispuesto a discutir el tema de forma multilateral y no como una cuestión de política doméstica. También se vio la posición que adoptó el presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, que sorprendió a muchos, pues normalmente los gobiernos conservadores son reacios a estas alternativas. Sin embargo, él está viviendo el tema en carne propia. También está la propuesta que el presidente Mujica adelanta en Uruguay. Es decir, creo que hay una instancia de apertura para debatir este tema y entender que su naturaleza es regional y multilateral, no doméstica.
 
Semana.com: Usted ha hablado de los riesgos de la prosperidad. ¿Cuáles son esos riesgos?
 
R.L.: La prosperidad es muy útil, pues a medida que aumentan los ingresos es más fácil derrotar la pobreza y a medida que se tienen más ingresos por habitante, mejoran los indicadores económicos y sociales. Pero eso sucede hasta un cierto punto. Porque cuando se superan 20.000 dólares por habitante —lo que con el crecimiento actual de Colombia puede suceder en los próximos cinco o 10 años—, entonces la mejoría de los indicadores económico-sociales no depende del ingreso per cápita, sino de la distribución del ingreso. Y ahí las pruebas son irrefutables: los países con peor distribución tiene los peores indicadores; los que tienen la mejor distribución, cuentan con los mejores indicadores. Y ahí la pregunta es: ¿Dónde quiere estar Colombia? ¿Dónde quiere estar Latinoamérica? Todos nuestros países se enfrentan al mismo dilema.
 
Semana.com: ¿Qué lecciones deja el tránsito chileno de la dictadura a la democracia?
 
R.L.: Que es más fácil de hacer que pasar de un país atrasado a un país moderno. En su momento, en Chile hubo todo tipo de debates sobre cómo enfrentar una dictadura donde el ejército está a cargo del país. Y siempre pensamos que la única forma era por una vía no violenta, o sea no por una vía armada. No me gusta decir pacífica porque da la impresión de que nos quedamos en la casa, y no, fue un proceso de movilización social y de organización de los distintos sectores. Aunque fracasamos porque no pudimos echar a Pinochet cuando queríamos, cuando vimos que se dirigía a un plebiscito a través del cual buscaba permanecer 8 años más, decidimos combatirlo en ese campo. En ese proceso participé con mucha convicción y cuando los escépticos me preguntaban si había visto a un dictador que pierde en las urnas, yo le decía “Depende de usted”. Luego fue necesario organizar un partido para contar los votos, para lo cual había que atreverse. Y eso se hizo poco a poco.
 
Semana.com: Usted ha afirmado: “El Gobierno no se da cuenta de que lo de los estudiantes es la punta del iceberg”. ¿Cuál es el iceberg?
 
R.L.: Durante 20 años dijimos hay que crecer y crecer económicamente para mejorar los indicadores económicos y sociales. Ahora, si bien el ingreso pasó de 5.000 a 16.000 dólares por habitante, seguimos teniendo grandes demandas de las clases medias. Tenemos otro Chile. Terminaron el ciclo económico y el ciclo social de políticas sociales. ¿Cómo actualizamos nuestros programas y nuestras agendas? ¿Cómo escuchamos esta nueva ciudadanía? El iceberg son pues las demandas de los sectores medios en temas como vivienda, jubilaciones, pensiones o el deseo de participar más activamente, de expresarse directamente. Eso implica revisar nuestras instituciones políticas republicanas, no sólo en Chile sino en todo el mundo. Si se piensa que es sólo el movimiento estudiantil, estamos mal porque el problema es mucho más profundo.
 
Semana.com: ¿Cuál fue el momento más difícil durante su Presidencia?
 
R.L.: Cuando tuve que tomar medidas sobre el tema de prisión política y de tortura. Todos me decían: “No se meta en eso, presidente, que es volver a abrir la herida. Olvidémoslo”. Y yo dije al final :“No, voy a hacer una comisión presidencial”. Me dirigí al país, la expliqué y terminé diciendo “No hay mañana sin ayer”. Y al final recibí el informe, cuya lectura es escalofriante. Se estableció cuáles habían sido todos los centros de prisión política, los de tortura, desde Arica, en el extremo norte, hasta Magallanes, en la Patagonia.
 
Semana.com: ¿Y cómo se procedió?
 
R.L.: Se clasificaron los lugares dependiendo el tipo de tortura que se practicaba. Treinta y cinco mil chilenos declararon ante la comisión. Veintinueve mil fueron declarados personas que sufrieron prisión política y tortura. Luego, recorriendo Chile, me abordaban personas orgullosas de estar allí. Les podían decir a sus hijos o a sus nietos: “Estuve preso, pero no por delincuente”.
 
Semana.com: A usted se le describió como el Tony Blair de la política chilena. ¿Cómo se siente hoy con esa comparación? ¿Cómo ve la evolución del ‘blairismo’?
 
R.L.: He sido muy amigo de Tony Blair. Trabajamos intensamente para sacar una resolución en la ONU que habría permitido que Hussein enfrentara el ‘sí o no’ en el Consejo de Seguridad. Como le dije a Blair, fuera de esa instancia no haría nada; dentro, todo. Y por eso cuando se aprobó el envío de tropas a Haití, se hizo en 72 horas, pues había legitimidad. En cuanto a la tercera vía de Blair, creo que fue una forma de modernizar el Partido Laborista británico. Las cosas no son exactamente extrapolables a otros países.
 
Semana.com: En Colombia se acaba de publicar su libro Así lo vivimos. ¿Qué motivó su escritura?
 
R.L.: Es un libro que a grandes rasgos trata de describir los últimos 40 años de la política en Chile. Los 20 años de Pinochet en la dictadura, el período de Allende. He dado charlas y conferencias en muy distintos lugares después de dejar la Presidencia, pues, como digo en sus páginas, “hay vida después de ser presidente”. Quien me decidió fue mi amigo Moisés Naim, el director de Foreign Policy, quien me dijo que había que ponerse manos a la obra de una vez por todas.
 
Semana.com: ¿Por qué se publicó antes en inglés que en español?
 
R.L.: Lo escribí junto con Blake Hounshell y Elizabeth Dikinson, dos editores que están allí indicados y que me ayudaron a ponerle el toque interesante. Yo tenía, por ejemplo, un capítulo muy importante que se llamaba ‘Política exterior’, y ellos me dijeron: “Usted comprenderá que eso no se lo va a leer nadie”. Y le pusieron “Bush, Saddam y yo”. Acepté, pero con una condición que explico en el pie de página del capítulo señalando que se debió a que Chile estaba en el Consejo de Seguridad. En fin, estos editores fueron a Chile, vieron la casa donde estuve preso, aquella donde vivía en la época de Pinochet.
 
Semana.com: Para Ricardo Lagos, ¿quién fue Salvador Allende? ¿Le ha dado la historia el lugar que merece?
 
R.L.: Salvador Allende es la persona que tiene una estatua frente al palacio de La Moneda. Yo me planteé cómo homenajearlo. En La Moneda había una pequeña puerta que Pinochet clausuró cuando reconstruyó el palacio. Por ella entraban y salían los presidentes como ciudadanos, sin que se les rindieran honores de jefe de Estado ni nada por el estilo. Para conmemorar los 30 años de la muerte de Allende decidí abrirla en una ceremonia muy solemne. Por esa puerta también había salido su cadáver, y junto a él los que lo defendieron.
 
Semana.com: ¿Se le ha dado el lugar que merece?
 
R.L.: Creo que Allende tiene un lugar en el corazón y en la historia de Chile por sus ideas y por la lealtad con la que defendió la investidura presidencial. Todos los que éramos cercanos a Allende sabíamos que no saldría vivo porque el se iba a quedar en La Moneda, como lo hizo. Y eso tiene el respeto de los chilenos por ser un hombre leal y consecuente.
 
Semana.com: ¿Y cómo definiría a Augusto Pinochet?
 
R.L.: Un dictador. Pero también quiero agregar lo siguiente: Tuve pena por Chile cuando se supo lo de sus cuentas en el extranjero. Porque yo pensaba que una cosa es ser dictador y otra cosa eso.
 
Semana.com: ¿Cuál cree que debe ser el papel de un expresidente?
 
R.L.: Pues pensar un poco lo que se hizo, colaborar, dar consejos. Creo que uno no debe ser impertinente con el que esté al mando. Si uno tiene recomendaciones, debe formularlas privadamente para no crear situaciones políticas.