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¿ES UN PAJARO? ¿ES UN AVION? ¡ES SUPER - FELIPE!

La gira de Felipe González por tres países latinoamericanos pareció un duelo de super - héroes de las tiras cómicas.

22 de diciembre de 1986

Lo del Ecuador era apenas una escala protocolaria, o a lo sumo técnica. Los presidentes Felipe González y Febres Cordero, que personal y políticamente tienen muy poco en común, dejaron hablar a sus respectivos asesores técnicos sobre tendidos telefónicos y líneas de crédito y construcción de represas hidroeléctricas (el inmenso proyecto de los ríos Daule-Paripa, que construye la empresa española Agroman). De eso y de las condecoraciones se salió pronto. Pero el Perú y Cuba, siguientes escalas de la gira latinoamericana de Felipe González, sí eran exhibiciones de alta escuela con trapecistas invitados. No tanto por los temas económicos y técnicos que tenían por detrás -aunque son importantes- cuanto por el placer del espectáculo. Se trataba en el fondo de un mano a mano entre lideres carismáticos, como en esas tiras cómicas en que se enfrentan distintos super-héroes con sus respectivos super-poderes. ¿Quién gana entonces? ¿Batman o Supermán? ¿Super-Alan o Super-Felipe? ¿Super-Felipe o Super-Fidel? Y sobran los apellidos: García, González, Castro. ¿A quién le importa el apellido de Tarzán?
El primer turno era para Super-Alan. Se había mostrado algo displicente -ofendido de que Felipe no hubiera asistido hace año y medio a su super-posesión presidencial- y se temía inclusive que no acudiera al aeropuerto a recibir al visitante alegando que éste no es jefe de Estado sino solamente de gobierno. Y en todo caso la visita se preveía tensa, porque la delegación española, que incluía a los ministros de Hacienda, Relaciones Exteriores y Cultura, iba resuelta a obtener de Alan un compromiso de pronto pago sobre la deuda del Perú con España (unos 350 millones de dólares) y de pago inmediato de unos contratos celebrados por el gobierno de Belaunde con empresas españolas para la construcción de cárceles y mercados populares. Alan, que está empeñado en no pagar sobre la deuda externa más que el 10% de las exportaciones de su país, quería por el contrario embarcar a Felipe en la solidaridad con su tesis -empezando, claro está, por la deuda con España.
Ganó Super-Alan. Según los observadores, "se comió vivo" a Super-Felipe. Empezó por colocarlo en mala posición negociadora desde el aeropuerto de Lima, donde lo recibió con un poco protocolario tratamiento de "tú" para "el compañero Felipe". A éste le tocó entonces renunciar a su discurso escrito e improvisar un tuteo fraternal para el compañero Alan. El cual siguió rompiendo el protocolo y el programa llevándose a Felipe, solos los dos y manejando Alan su carro presidencial, a un recorrido de dos horas por los tugurios de Lima. No se sabe qué le dijo, pero la intención era clara: "Mira, Felipe, lo pobres que somos, y ustedes quieren encima que les paguemos las deudas". Felipe debió cambiar el tema entonces y farfullar algo sobre los incas o cosa por el estilo, porque Alan, rompiendo nuevamente el programa de la visita lo embarcó en un helicóptero y se lo llevó a conocer las ruinas incaicas de Cuzco y Machu Picchu: "Mira, Felipe, lo ricos que éramos, y ustedes se lo llevaron todo a España". Felipe expresó el deseo de comer comida típica, y Alan, generoso, lo invitó entonces al restaurante Las Trece Monedas: "Mira, Felipe, que, pese a todo, todavía convidamos a los amigos con ceviche y pisco sour".
Felipe se fue del Perú sin haber obtenido nada de lo que buscaba, y sólo pudo sacarse el clavo siendo especialmente cordial y caluroso con Alfonso Barrantes, dirigente de la Izquierda Unida que acaba de perder la Alcaldía de Lima en unas elecciones por las cuales el gobierno de Alan es acusado de fraude.
En Cuba sucedió todo lo contrario. Felipe llegaba allá al cabo de dos años de creciente deterioro de las relaciones entre los dos gobiernos, desde que Fidel, con una intempestiva escala en el aeropuerto de Madrid, puso en aprietos a los socialistas no solamente ante la derecha española sino ante los aliados de España en Europa y en la OTAN. La campaña del PSOE a favor de la permanencia de España en la OTAN había merecido luego virulentos ataques por parte de Fidel, así como el proyecto "imperialista" de los españoles de celebrar el V Centenario del Descubrimiento de América. Y a fines del año pasado las relaciones llegaron a su peor punto cuando fueron expulsados de España cuatro diplomáticos cubanos que intentaron secuestrar en una calle de Madrid a un tránsfuga cubano que había pedido asilo.
Todo eso se añadía a otras viejas cuentas pendientes: la de la indemnización por las propiedades de la colonia española en Cuba expropiadas hace veinticinco años por la Revolución (valoradas en 3 mil millones de dólares), y la de los presos españoles (o hispano-cubanos) en cárceles de Cuba. El caso más famoso es el de Eloy Gutiérrez Menoyo, que llegó a ser comandante de la Revolución (uno de sus hermanos había muerto años antes en el heroico asalto de los estudiantes al palacio presidencial de Batista en La Habana), y rompió luego con su línea radical para organizar guerrillas contra-revolucionarias en el Escambray. Capturado en 1965, fue condenado a veinte años de prisión por un tribunal revolucionario. Pero lleva ya veintiuno pudriéndose en la cárcel de Boniato, y hasta ahora Fidel Castro había prestado oídos sordos a todas las solicitudes españolas sobre su liberación. Manuel Fraga, el jefe de la oposición española, había dictaminado antes del viaje: "O el presidente González se trae de una vez a Gutiérrez Menoyo y consigue las indemnizaciones para los españoles expropiados, o el viaje se queda en una simple gira turística".
No fue así. Desde el abrazo de oso al pie de la escalerilla del avión, Felipe fue recibido por Fidel y los cubanos como un héroe. "Felipe -tuteó Fidel, de entrada- has debido llegar de día para que te aplaudiera la gente". La Habana estaba llena de cartelones: "Bienvenido, Felipe", que a los dos días habían cambiado: "Feliz Viaje, Felipe". Las tropas del saludo militar al visitante no sólo llevaban los colores cubanos, sino también los españoles. En todos los discursos, Felipe llevó la voz cantante, y habló más largo que Fidel. Y además Cuba cedió en todo. Se comprometió a celebrar también ella el V Centenario del Descubrimiento. Accedió a indemnizar por las expropiaciones (ganando, eso sí, en el regateo: la compensación quedó en 40 millones de dólares, pagaderos en quince años). Y prometió que, para diciembre de este año, será puesto en libertad Gutiérrez Menoyo.
Españoles y cubanos estaban felices porque, más allá de los símbolos y de los lazos históricos que se prolongaron hasta 1898, y, a través de la numerosa colonia española en Cuba, hasta la Revolución, las relaciones económicas y comerciales entre los dos países son de considerable importancia. Cuba es, de lejos, el primer socio comercial de España en América Latina. Y España, por su parte, la principal válvula de salida que tiene Cuba al Occidente, pues sus intercambios con ella representan nada menos que la mitad de todo el comercio cubano con países exteriores al Comecon socialista.
En lo político, en fin, las cosas tampoco pudieron ser mejores: según dijo Felipe en rueda de prensa, entre él y Fidel existió "coincidencia en el análisis de los problemas". Y hablaron de todos: de la OTAN y el Pacto de Varsovia (cada cual desde su lado respectivo), de las Malvinas (los dos condenaron a la Gran Bretaña), de Centroamérica (estuvieron de acuerdo en que la iniciativa de Contadora es un "precedente histórico" de respuesta regional a un conflicto por encima del rutinario debate Este-Oeste).
Y por añadidura hubo también la gira turística que temía Fraga. Fidel no sólo llevó a Felipe de rumba al cabaret Tropicana, sino que lo convidó a una partida de pesca en el paraíso marítimo de Cayo Piedra, donde los dos hablaron a solas -calcularon luego las delegaciones- por lo menos seis horas. Fidel pescó nada menos que sesenta langostas. Pero Felipe que no es hombre de arpón sino de anzuelo, salió ganando también ahí: sacó cien pescados.