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FIN DE UNA ERA

Con la elección de Patricio Aylwin, Chile regresa a la democracia tras 16 años de dictadura.

15 de enero de 1990

Faltaban tres minutos para que terminara el 14 de diciembre. El país entero hacía sus cuentas sobre la base de los informes oficiales que en ese momento no abarcaban ni el 20% de los votos emitidos en la jornada electoral. Pero de un momento a otro todas las transmisiones se suspendieron. El ministro del Interior, Carlos Francisco Cáceres, salió al aire para hacer oficial lo que todos esperaban: escrutado el 97%, Patricio Aylwin acababa de ser confirmado oficialmente como el vencedor de las elecciones presidenciales y sería, desde marzo del año entrante, el primer mandatario del país austral.
Aylwin se encontraba con sus seguidores en el Hotel San Francisco, pocas cuadras del palacio de La Moneda. Desde algunas horas antes se había ido reuniendo una multitud calculada en 50 mil personas alrededor del hotel para cantar el triunfo, a pesar de que los dirigentes de su campaña habían pedido evitar las celebraciones hasta el día siguiente a las elecciones. Pero el entusiasmo popular no aceptaba cortapisas a la alegría. Aylwin sólo salió a saludar a la multitud despues de la confirmación oficial de su triunfo y tras recibir la visita de los otros dos candidatos. Y cuando salió a la tribuna, especialmente acondicionada, a muchos chilenos se les aguaron los ojos. Por fin, tras 16 años de dictadura, estaban frente a un presidente elegido por el pueblo.
Con el paso histórico dado por los chilenos la semana pasada, se completa un proceso de democratización que caracterizó al continente suramericano durante la decada que termina. Al comienzo de los ochenta, el mapa político de la región presentaba un saldo en rojo, en el que sólo los países del extremo norte--Colombia, Venezuela y Ecuador--tenían gobiernos elegidos por el pueblo. Al finalizar la década, el panorama es exactamente el opuesto, con el caso chileno cerrando el capítulo con broche de oro (ver recuadro).

A QUIENES DERROTO

Las encuestas publicadas a lo largo de la campaña electoral predecían, casi con total unanimidad, que el ganador sería Aylwin. Pero frente a sí tenía dos candidatos de peso pesado. Uno de ellos era Hernán Büchi, un tecnócrata de origen suizo y de 40 años que hizo parte del gabinete de Pinochet en la cartera de Finanzas y a quien se atribuye el tan discutido "milagro económico chileno". El candidato oficialista, sin militar en ningún partido, era visto por los seguidores de Pinochet como el hombre capaz de continuar su proyecto económico. Ingeniero de la Universidad de Chile y máster en administración de empresas y economía de la Universidad de Columbia en Nueva York, Büchi representaba la más pura expresión de los "Chicago boys" que manejaron las finanzas del país en los últimos años, en medio de una rabiosa economía de mercado que según algunos produjo un crecimiento acelerado, pero caracterizado por un enorme costo social. Su apoyo político estaba cifrado en los dos partidos más importantes de derecha, Renovación Nacional y Unión Demócrata independiente y por otras corrientes proclives al gobierno, como Democracia Radical y Centro Democrático Libre. Büchi cerró su campaña afirmando que Aylwin tenía vínculos ocultos con los comunistas mientras declaraba que "hoy, nadie sabe si votar por Patricio Aylwin significa votar por un gobierno demócrata cristiano, socialista o comunista".
Esas "patadas de ahogado" que Büchi sacó a relucir en su última manifestación, no sirvieron para cambiar la tendencia que se mostraba en las encuestas, a pesar de los alegatos del candidato, que afirmaba que su triunfo "tomaría a todos por sorpresa". Otro tanto ocurrió con el tercero en liza, el empresario Francisco lavier Errázuriz, conocido en el país como "Fra-Fra". Perteneciente a las familias de mayor abolengo del país y dueño de una inmensa fortuna, Fra-Fra basaba su campaña en propuestas de corte populista sustentadas desde una posición autodenominada "de centro-centro". Su postulación estaba respaldada por partidos de derecha distanciados de las dos grandes colectividades de ese sector. Entre sus principales vertientes estaban el Partido Liberal, Avanzada Nacional, el Partido Nacional y el Partido Socialista Chileno. Pero sus ofertas de "arreglar la economía chilena en un día" resultaron demasiada belleza como para que los chilenos las creyeran.

DERROTA DE LAS ARMAS

Mientras los chilenos entusiasmados intercambiaban brindis por el renacimiento de la tradición democrática de su país, muchos observadores resultaron unanimes en afirmar que uno de los factores que más influyó para que el regimen militar aflojara su ferreo control sobre el país fue la moderación de las tendencias revolucionarias, que inflamaron a la nación en los años 60 y 70. Los primeros años de la dictadura de Pinochet no dejaban mayores esperanzas de que el general pudiera dar paso en forma pacífica a la democracia. Después del cruento golpe de Estado en el que murió el último presidente elegido en las urnas, Salvador Allende Gossens, el 11 de septiembre de 1973, Pinochet desató una violenta represión contra todos los elementos democráticos del país, al punto que la mayoría de los intelectuales, técnicos y profesionales de izquierda tuvieron que exiliarse o fueron simple y llanamente "desaparecidos". Fue sólo despues de 1980, cuando se aprobó una Constitución escrita a gusto del general, que el regimen comenzo a dar muestras de alguna liberalización.
El camino armado contra la dictadura, que buscaban organizaciones como el FPMR, el Movimiento Izquierda Revolucionaria (MIR) o el Frente Juvenil Lautaro (FJL), fue poco a poco derrotado por la opción política, encabezada por la democracia cristiana y un importante sector del socialismo. Esa "oposición de centro" comenzó negociaciones con el gobierno militar en 1983 con el objetivo de alcanzar un acuerdo sobre la democratización del país. Pero no obstante el fracaso de ese diálogo, el esfuerzo tuvo la virtud de alinear a la mayoría de la oposición tras el objetivo de derrotar políticamente al gobierno de Pinochet mediante las protestas pacíficas y el uso de las propias instituciones dictadas por el régimen.
Pero no fue sino hasta octubre de 1988 que el general Pinochet resolvió ejercer una de las opciones que le daba su Constitución para tratar de legitimizar su poder de facto. En ese año el general convoco a un plebiscito para que el electorado chileno resolviera si quería o no que el regimen se prolongara por 8 años más. El hoy presidente electo reunió a una fuerza electoral (la "Concertación") compuesta por los más disímiles grupos, incluida la izquierda, y logró darle un rotundo NO a la opción continuista, con un porcentaje del 54.7 contra el 43 que votó por el SI. Ese episodio no sólo abrió el camino para las elecciones de la semana pasada, sino que perfiló al veterano político, que había sido un recalcitrante opositor de Salvador Allende, como el hombre que aglutinaría las fuerzas contrarias a Pinochet.
Es en ese momento cuando los observadores señalan el renacimiento de la democracia pero, sobre todo, el triunfo de la opción civilista sobre la subversiva en el proceso de desmonte de la dictadura. Tanto, que varias fracciones de esos grupos armados presentaron candidatos a diputados en las elecciones parlamentarias que se llevaron a cabo en forma paralela con las presidenciales.

PIEDRAS EN EL CAMINO
Pero si la democratización del país fue la derrota de las opciones violentas, el resultado de las elecciones marco un triunfo evidente de las tendencias políticas de centro y una derrota estruendosa de la izquierda. Ello se expresa en las cifras. Renovación Nacional--de centro derecha y alineado con Büchi--y Democracia Cristiana --de centro izquierda y apoyando a Aylwin--lograron en conjunto 48 diputados del total de 120 y 14 senadores del total de 38 a elegir. En contraste, la izquierda tuvo un desempeño muy por debajo de lo esperado, hasta el punto de que Ricardo Lagos, el lider de esa tendencia que apoyaba la candidatura de Aylwin, no logró siquiera la curul a que aspiraba en el Senado. En el campo presidencial, Aylwin consiguió un respetable 55.2% contra 29.4 de Buchi y 15.4 de Errázuriz.
A estas alturas, muchos observadores se preguntan cuál será la estrategia de Aylwin para poder gobernar con una base de apoyo popular que comprende las tendencias más disímiles agrupadas en 17 partidos. Los comentaristas se preguntan hasta dónde la izquierda, tan vapuleada en estas elecciones, continuara cerrando filas alrededor del presidente, sobre todo ante la perspectiva de perder su identidad política y electoral en medio de la "Concertación".
Pero esas no son las únicas dudas que surgen alrededor de la "gobernabilidad" del país en las condiciones en que lo recibe Aylwin. Los observadores señalan que los mayores obstáculos que deberá superar Aylwin tienen que ver con las llamadas "leyes de amarre", por las cuales el general ha perpetuado su influencia en el poder. Una de esas disposiciones, que aún no ha sido promulgada, es la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas que crea una junta de comandantes en jefe que se constituye en una especie de poder militar paralelo y que deja inoperante al Congreso de Seguridad nacional, dirigido por el Ejecutivo. El claro sello pinochetista de esa disposición se pone más de presente cuando se tiene en cuenta que el propio general tiene todas las intenciones de permanecer en el comando de las Fuerzas Armadas durante los ocho años que le permite la Constitucion actual.
Otra cascara dejada por Pinochet a su sucesor es la ley que independizo al Banco Central del gobierno. Para muchos, esa disposición maniato el manejo de la economía, que ahora en gran parte corresponderá a los directores del Banco, con sus implicaciones en materia monetaria. Pero eso no es todo. Las leyes electorales ideadas por Pinochet le permiten dejar nombrados a 9 senadores y 309 de los 325 alcaldes del país y las disposiciones sobre medios de comunicación le abrieron el camino para que el general dejara tambien a sus incondicionales en el Consejo Nacional de Televisión--en forma inamovible- durante varios años, lo que le permitirá manejar desde bambalinas la política del sector, en particular en relación con el traspaso a manos privadas de los canales que actualmente se encuentran bajo el control del Estado.
Sin embargo, ninguno de los aspectos anteriores promete mayores problemas para el gobierno de Aylwin que el tema de los derechos humanos. Aylwin enfrentara el rechazo castrense a la posible derogacion de una ley de amnistía para delitos cometidos en función de la represión, dictada en 1978 y, por el otro extremo, recibira una fuerte presión de parte de las organizaciones humanitarias que buscarán "la verdad y la justicia en los crimenes de lesa humanidad".
Pero del otro lado, Pinochet ha asegurado que no permitirá ni juicios a militares por delitos "represivos" ni que se anule la ley cuestionada. "El día que toquen a uno solo de mis hombres se acaba el estado de derecho", llego a decir hace unas cuantas semanas, en una afirmación apoyada por todos sus lugartenientes, al punto que el general Jorge Lúcar, vicecomandante en Jefe, afirmó que esas manifestaciones eran "una verdadera resolución de estado mayor".

LA ECONOMIA

Los interrogantes tambien se extienden hasta el tema preferido de los chilenos, que es el económico. Todos coincidían antes de los comicios en que el modelo de desarrollo impuesto por la dictadura no estaría en juego en los comicios, pues todos los candidatos con alguna opción manifestaron que no modificarian sustancialmente el sistema. Aylwin había advertido que, no obstante, era necesario hacerle modificaciones "para corregir las desigualdades distributivas y las carencias sociales", derivadas, según los analistas, de la aplicación ortodoxa de ese modelo bajo la guía de economistas adscritos a la escuela de Chicago. "Hoy por hoy en Chile el cambio es condición para la estabilidad del futuro gobierno democrático", afirmo, mientras agregaba que su gran desafío en la Presidencia sería "el de conciliar desarrollo económico con justicia social".
Este año el país tendrá un incremento del Producto Interno Bruto de entre 8 y 9% que será el más alto de América Latina mientras la inflación, del orden del 20%, marcará una tendencia relativamente moderna en el contexto latinoamericano, aunque crecerá en relación con el 12.7% que se presentó en el año inmediatamente anterior. Lo que todos se preguntan a estas alturas es si el nuevo gobierno que se posesionara el 11 de marzo logra mantener el equilibrio macro económico en un régimen democrático, sin los instrumentos autoritario del gobierno de Pinochet.
En materia salarial, se sabe que existe ya un acuerdo entre Aylwin y la Central Unitaria de Trabajadores para sentarse a concertar la satisfacción de sus demandas, represadas durante la dictadura, para lo que el presidente aspira a lograr acuerdos tripartito, con intervención de la empresarial Confederación de la Producción y el Comercio. Alejandro Foxley, quien se perfila como ministro de Hacienda de Aylwin, advirtió, sin embargo, que el gobierno "no cedería a la tentacion populista de aumentar desproporcionadamente las remuneraciones sin asegurar la estabilidad fiscal, la disminución del peso de la deuda externa y el aumento de las tasas de inversión".
Cual sea el desempeño del gobierno de Patricio Aylwin en Chile es algo que sólo el tiempo lo dirá, pero lo que sí se sabe es que el suyo no es un camino de rosas. Otro parece ser el panorama para el general Pinochet, quien luce satisfecho de entregar el país en unas elecciones en las que la izquierda ha resultado ser la gran derrotada. Por ello no es de extrañarse que, cuando un reportero le preguntó qué sentía al dar su voto y acercarse al final de su presidencia, el viejo militar contestara: "Misión cumplida".
Quien es el presidente Para Patricio Aylwin la Navidad no podia ser mejor. El pasado 14 de diciembre barrio en las urnas a sus oponentes y se convirtió en el primer presidente elegido democraticamente en Chile, tras 16 años de dictadura militar. Hombre moderado, de centro, logró aglutinar en torno suyo a 17 partidos opositores, incluidos los comunistas mas radicales, gracias al prestigio que alcanzo hace un año, cuando encabezó el comando del "NO" que triunfó en el plebiscito sobre Pinochet, que aspiraba a quedarse en el poder hasta 1995.

La política la lleva en la sangre.
Nació el 26 de noviembre de 1919 en Viña del Mar, hijo de un abogado que durante varios años ocupo la presidencia de la Corte Suprema de Justicia de Chile. En 1936 ingresó a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y nueve años más tarde se hizo miembro de la Falange Nacional, que al poco tiempo adoptaría el nombre de Partido Demócrata Cristiano. En 1951 fue elegido como presidente del partido, cargo que desempeñado en siete oportunidades, la última de ellas entre julio del 87 y julio del 89 cuando se retiró para dedicarse a la candidatura presidencial. Desde 1965 y hasta el golpe de Estado de 1973 fue senador de la Republica.

A pesar de que las actividades políticas estuvieron paralizadas durante buena parte de la dictadura, Aylwin nunca las abandonó del todo y por eso, en 1977, se reunió con otros juristas y formó un grupo de trabajo para hacer una proposicion respecto a la futura instítucionalidad que pusiera fin a la era Pinochet.

Es precisamente este hombre, casado con Leonor Oyarzun y con cinco hijos, el encargado de marcarle una nueva ruta a un pueblo que, como el chileno, olvidó hace rato lo que es vivir en una democracia.