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Fin de un intocable

Dos palabras, traición y arrogancia, son la clave de la actitud de Augusto Pinochet al convertirse en reo de la justicia.

5 de marzo de 2001

Era una tarde calurosa, de cielo azul y brisa suave. Era la hora de la siesta en la lujosa finca del ex dictador Augusto Pinochet cuando irrumpió el carro judicial que llevaba a la actuaria Rayén Durán con la notificación judicial que lo declaraba, por fin, reo de la justicia. Su delito: la coautoría de 57 homicidios y 18 secuestros calificados. Nadie pudo ver la cara que puso Pinochet cuando le leyeron el escrito y le pidieron comenzar su reseña. Sólo se supo que se negó a firmar el auto de procesamiento. Una vez más su arrogancia desafiaba la inagotable paciencia de los chilenos. Ahora, cuando por fin Pinochet está ante la justicia de su país, los analistas encuentran que el dictador ha dejado a la historia dos sellos de su personalidad: la traición y su arrogancia desmedida.

Su primera traición fue a quienes confiaron en su apego a la democracia para nombrarlo comandante en jefe del Ejército: el presidente Salvador Allende, el general Carlos Prats y el ministro Orlando Letelier. Desde ese cargo aprovechó para montarse en un golpe de Estado financiado por Estados Unidos e implementado por la derecha política local. Su segunda traición se presentó poco después, cuando retiró a casi todo el alto mando golpista para quedar solo en el poder. Y la tercera se presentó la semana pasada cuando, desesperado por las pruebas en su contra, responsabilizó a sus subalternos de los crímenes que, según todas las evidencias, fueron ordenados por él.

El director del Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile, Ricardo Israel, dijo a SEMANA que “Pinochet ha señalado al juez Guzmán que la responsabilidad de los crímenes cometidos por la ‘Caravana de la Muerte’ es de sus subalternos, lo que es una aberración puesto que un ejército jerarquizado responde a un mando y en un estado de ‘guerra interna’ como era el que existía en Chile cuando ocurrieron los crímenes la responsabilidad es, siempre, de quien tiene el mando y Pinochet tenía el mando”.

Pero también la arrogancia ha marcado de forma definitiva a Pinochet y su entorno. En octubre de 1998 viajó a Europa a pesar de las recomendaciones que le hacían sus abogados por los juicios de España contra las juntas militares que gobernaron a Argentina y Chile en los años 70 y 80. Nunca creyó que sería detenido en Londres por orden del juez español Baltasar Garzón, ni que pasaría 17 meses en arresto domiciliario hasta que logró salir aduciendo una grave enfermedad. Su arrogancia hizo que, apenas se bajó del vuelo de regreso, mostrara una mejoría milagrosa. Esa misma arrogancia mostrada ante el juez Juan Guzmán, a quien hizo ingresar por la puerta de servicio para que le hiciera la indagatoria, es la que hoy lo ha llevado finalmente a su ocaso.

“La arrogancia de Pinochet ha sido una constante, dice Ricardo Israel. El se inviste de poderes omnímodos y no es capaz de reconocer cuándo debe dejar el poder. Se va articulando un entramado legal para ser investido de poderes permanentes. Primero se autocrea el grado de capitán general, luego se dicta una ley que impide investigar su fortuna personal y la de su familia, se crea el cargo de senador vitalicio y se otorga el grado de general benemérito. Hoy lo vemos nuevamente desafiando a la justicia al no firmar la notificación que lo declara reo con arraigo. Nunca ha reconocido sus crímenes y es más: se ha burlado de los familiares de quienes fueron asesinados”.

Quizá sean estas características las que le impiden darse cuenta de que quienes se enriquecieron bajo su alero hoy ya no están interesados en un general que causa más egresos que ingresos. Así lo dijo su hija menor Jacqueline: “En Chile hay muchos civiles que acompañaron el 11 de septiembre a mi papá. No fue él solo quien dio un golpe de Estado, había muchos que lo pedían y lo querían. Yo les digo a ellos que ahora no pueden dejarlo solo, tiene 84 años y lo hizo por el país”.

Pero no sólo los civiles lo han abandonado. Hoy al generalato le resulta molesto cargar con los rótulos de “violadores de los derechos humanos”, ellos tienen negocios internacionales que cuidar, como son los acuerdos con la Royal Ordenance para la construcción del misil Rayo, y la imagen de Pinochet los entorpece. La muestra de esta toma de distancia es la nula respuesta de los generales ante la decisión de Guzmán de procesarlo y declararlo reo: por primera vez no hubo representación pública de malestar entre los militares. Otro factor que habría influido es lo planteado por la defensa de Pinochet, que trasladó sus responsabilidades a los subalternos.

El desapego más dramático ha sido el de la derecha política. Por primera vez sus integrantes han dicho que respetarán los fallos judiciales y han evitado dar declaraciones públicas desconectando sus teléfonos o han salido de la capital aprovechando las vacaciones de verano.

La tranquilidad que se respira en Chile es la muestra más clara de que esta larga historia comienza a ver un fin. Ni siquiera el presidente, Ricardo Lagos, suspendió sus vacaciones y pronto las estarán disfrutando también sus ministros y el Festival de Viña del Mar llenará todos los titulares. Pinochet seguirá detenido en su lujosa finca viviendo de sus recuerdos de los días de gloria cuando “no se movía ni una hoja sin que él lo supiera”.