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Goles que dan votos

Las victorias electorales de Mauricio Macri en Argentina y George Weah en Liberia recuerdan la vieja relación entre el fútbol y la política.

12 de febrero de 2006

Cuando Mauricio Macri lanzó su campaña como diputado por la ciudad de Buenos Aires, en agosto, el azul y el amarillo estuvieron presentes. No son los tonos de su partido, Propuesta Republicana, pero sí son los colores del club de fútbol Boca Juniors, el más popular de Argentina. Macri es presidente del equipo, y las porristas que animaron el evento fueron un presagio de su victoria en las elecciones parlamentarias de la semana pasada.

Su lista fue la más votada en la capital y, al lado de Cristina Fernández de Kichner, fue el gran vencedor de la jornada electoral. No esconde sus intenciones de llegar a la Presidencia y su triunfo recordó, una vez más, los lazos entre el fútbol y la política.

Su éxito en Boca fue el trampolín para darse a conocer en el país. Asumió la presidencia hace 10 años, cuando el club xeneixe sufría una sequía de títulos, y lo llevó a ganar el torneo local, la Copa Libertadores de América, y la Intercontinental, en varias ocasiones. "Creo que lo que se hizo en Boca se puede hacer en la Argentina: armar un buen equipo, conducir con firmeza, con austeridad y tener estrategia", le dijo al diario Clarín.

No es el primero ni el único en el mundo que aprovechó políticamente la popularidad del fútbol, un deporte emparentado con las masas y el nacionalismo como ningún otro. No en vano la prensa lo apoda el 'Silvio Berlusconi argentino' en alusión al actual Primer Ministro italiano que utilizó al A.C. Milan, el exitoso club que presidía, como su plataforma para llegar al poder. Il Cavaliere incluso utilizó la consigna ¡Forza Italia!, tomada de las tribunas, para ganar las elecciones. Roman Abramovich, el magnate ruso propietario del Chelsea inglés podría ser el próximo en la lista. Aunque vive en Londres, la semana pasada, por deseo del presidente Vladimir Putin, se posesionó para su segundo período como gobernador de Chukotka.

El fútbol es un fenómeno sociológico. Mussolini fue el primero en usarlo como herramienta de propaganda en los mundiales de 1934 y 1938, donde los campeones del mundo, obligados a ganar, saludaban al público con la palma de la mano extendida. En España, el Real Madrid de los 50 era una embajada ambulante para el régimen de Franco, y en Argentina, la victoria de la selección en el Mundial de 1978 legitimó a la dictadura.

A los casos de Macri y Berlusconi se suman los futbolistas. Algunos, como Pelé, llegaron a ser ministros. Pero el ejemplo más ilustrativo es el de George Weah, el mejor jugador del mundo en 1995, quien se lanzó tras la presidencia de Liberia. A pesar de su precaria educación, ganó la primera vuelta con el 28 por ciento de los votos y deberá enfrentarse el 8 de noviembre a Ellen Sirleaf-Johnson, una economista educada en Harvard.

En África, donde en medio de las diferencias tribales el fútbol es un factor unificador, el camerunés Roger Milla, recordado por su prolongada presencia en la selección nacional, no oculta sus intenciones de seguir los pasos de Weah. Milla es embajador de la Unicef y ya ocupó cargos en el ministerio de Deportes. Y en Paraguay, el ex arquero José Luis Chilavert, con el mismo tono que lo caracterizó como jugador, es un crítico constante de los gobernantes del país y en varias ocasiones ha dicho que quiere ser Presidente. Los tiempos en que bastaba una foto con el político de turno quedaron atrás.