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GRANADA: GRAN VICTORIA DE GULLIVER SOBRE LOS ENANOS

SEMANA fue el único medio escrito colombiano que fue a Granada durante los primeros días de la invasión norteamericana y la resistencia local. Este es un testimonio de los acontecimientos

5 de diciembre de 1983

El avión Hércules de la Fuerza Aérea norteamericana estaba internamente revestido por un acolchado verde oliva, y cuatro hileras de silletas de lona roja lo recorrían a lo largo. En ellas nos fuimos sentando 80 periodistas de distintas partes del mundo que lográbamos por fin volar a la diminuta isla caribeña de Granada para presenciar uno de los más espectaculares operativos de guerra de los últimos años.
Yo había pasado los tres días anteriores en una base militar ubicada en el aeropuerto de Barbados, esperando impacientemente a que un gangoso sargento norteamericano gritara mi nombre entre la lista de personas de los medios de comunicación a quienes el Pentógono autorizaba para viajar.
Finalmente lo hacía el día domingo 30 de octubre, cuando la invasión llevaba seis días en marcha.
Antes de subir al avión, me habían pedido que firmara un papel que decía: "Entiendo que no habrá transporte, comida, agua o alojamiento en la isla de Granada y que las fuerzas militares norteamericanas no podrán suministrarme tal apoyo. Entiendo que me responsabilizo del riesgo que corra en Granada. Que no habrá transporte comercial y que tendré acceso a transporte militar de ida y vuelta sólo cuando éste no interfiera con el funcionamiento militar y cuando haya espacio disponible".
Tras 45 minutos de vuelo me encontraba parada en el aeropuerto Salines, cara a cara con la alucinante realidad de unos hechos que aún no dejaban salir al mundo de su asombro. En medio del ruido atronador de aviones y helicópteros que aterrizaban y decolaban, y de un sol que caía a plomo sobre la cabeza, aparecieron varias decenas de soldados que se transportaban en jeeps. Iban en uniforme de camuflaje, con hojas y ramas en el casco y las caras pintadas de verde. "¿Para qué se pintan la cara?"le pregunté a uno. "Es un disfraz porque mañana es Halloween", me contestó, y después añadió, seguramente recordando las instrucciones de tratar con amabilidad a la prensa: "Venimos de las colinas. Allá se ha atrincherado ahora la resistencia".
En el transcurso de pocos días la presentación pública de la operación de los Estados Unidos en la isla había ido cambiando de cara. De ser la acción limpia, rápida y sin derramamiento de sangre para salvar la vida de un millar de estudiantes de medicina, que fue como la pintaron el primer día, había pasado a ser, según lenguaje del gobierno, una "operación necesaria" para impedir que Cuba y el comunismo se tomaran otra parte del mundo y pusieran en jaque la paz y la democracia occidentales estableciendo en Granada un bastión bélico y nuclear. Las cifras del derramamiento de sangre, primero minimizadas, se fueron conociendo poco a poco: los muertos eran 11 marines, 69 cubanos y un número alto pero aún incierto de granadinos; había cientos de heridos de las tres nacionalidades y entre los prisioneros se contaban varios soviéticos, más de 700 cubanos y campamentos enteros de "refugiados" granadinos.
La película del justo motivo de la intervención también había ido cambiando de escena en escena. El argumento del rescate con vida de los 650 estudiantes de medicina se debilitó sensiblemente cuando el vicedecano de la Universidad donde estudiaban declaró que desde ese punto de vista se había tratado de un acto "innecesario" puesto que no había peligro real de que murieran, dado que el general Austin personalmente había ofrecido garantizar sus vidas. La imagen que conmovió hasta las lágrimas a los norteamericanos y que les llevó a comprender la decisión de Reagan, la de unos muchachos besando el suelo nativo tras ser rescatados, empezaba a sonar más a fanfarria patriotera que a justificación política real para la invasión, y así lo reconocían varios de los propios estudiantes, de sus madres y familiares.
La intensidad de la lucha sostenida también iba cambiando de calibre. Según las primeras versiones la única resistencia había corrido por cuenta de unos cuantos cubanos rudimentariamente armados; después apareció que eran muchos cubanos, todos profesionalmente entrenados y poderosamente armados, y finalmente se vino a saber que la toma de la capital, Saint George, y de varios puntos estratégicos, había requerido operativos de alta potencia. El día de mi llegada, la cifra de cubanos detenidos era prácticamente igual a la que denunciaba el gobierno norteamericano de cubanos presentes en Granada, y sin embargo, el tiroteo, que aún se sentía en las colinas, había sido muy intenso los días anteriores. Si los cubanos estaban presos, evidentemente había granadinos que se refugiaban en la geografía montañosa y la tupida vegetación tropical de la isla para optar por tácticas guerrilleras de combate.
En el aeropuerto apareció un bus que transitaba con un pañuelo blanco atado a la antena, y me subí a él. Arrancó despacio por un camino de serpentina, parando a cada instante en retenes donde soldados norteamericanos requisaban meticulosamente. La isla de Granada iba apareciendo como un pesebre, donde las casitas de madera, las vacas y las ovejas apenas se asomaban entre las colinas; un pesebre hecho por niños que súbitamente enloquecidos lo hubieran llenado de tanques, jeeps, helicópteros y toda suerte de juguetes de guerra. Arriba se veía un cielo luminoso cruzado de aviones; abajo, la franja blanca de las playas, una franja azul de mar caribe y una franja gris de barcos y portaviones. Los isleños, sentados en mecedoras en los porches, contemplaban el pandemónium bélico con mirada impasible y dulzona y saludaban el paso del bus con un leve gesto de la mano.
Hacia las seis de la tarde llegué a la plaza central de Saint George, una ciudad pequeña y encantadora de edificios de madera de tres pisos, estilo colonia británica, que se prenden de callecitas retorcidas y muy empinadas y que se amontonan abajo en torno a una estrecha bahía de agua plácida. Los comercios y los bares estaban cerrados, y uno que otro edificio, convertido en escombros renegridos, daba testimonio del bombardeo reciente. El ritmo de la ciudad estaba suspendido, y los granadinos, parados en las esquinas, no parecían tener otro oficio que el de contestar con paciencia las mismas preguntas, repetidas ansiosamente por los periodistas.
THANKS JESUS, THANKS REAGAN
Doris, una mujer gorda, cincuentona, habla con el tono pausado que tienen todos estos isleños que viven de la nuez moscada, que no debe ser muy distinto a vivir del aire.
--"¿Qué opina de ver aquí tantos soldados extranjeros?"
--"No me molestan. Ellos nos están protegiendo. En los últimos días, antes de que llegaran, estábamos en peligro. No podíamos hablar, no podíamos salir de la casa. Quiero que se queden mucho tiempo, que gobiernen ellos, que nos traigan comida..."
--"¿Le gustaba Bishop?"
--"Oh, sí, me gustaba mucho. El era bueno, buen gobernante. No como Austin y Coard, que son comunistas?
Jerry, un muchado de 14 años:
--"Estaba dormido cuando escuché disparos. Me asusté mucho, y salí a la calle a preguntar qué pasaba. Allí me dijeron que habían venido los soldados americanos, que estaban peleando. Yo no sabía contra quién, porque nunca había visto ningún cubano en la isla".
Ino, una mujer joven con una criatura de meses en los brazos, la abanica con un papel mientras cuenta:
--"Estoy bastante contenta. Antes estaba preocupada por la falta de comida. Mucha gente armada andaba suelta por la calle, uno no sabía sus intenciones. Bishop también me gustaba, con él pasamos buenos tiempos. Ahora que está muerto no se quién podrá gobernar. Me gustaría un gobierno democrático, pero no sé quién lo pueda hacer. Mire, a mi no me interesa la política mientras haya comida, que gobierne el que quiera".
Wilson Judge dice que uno de sus hijos murió cuando le llevaba agua a Bishop al lugar donde éste estaba detenido.
--"La culpa fue de Coard. Tenía maniatado a Bishop, lo empujaba hacia Cuba y Rusia. Bishop no podía hacer nada, porque no tenía control del ejército. Tenía el apoyo de la gente, pero nosotros estábamos desarmados. Ahora Coard, Austin, Stranchan y los asesinos han desaparecido. ¿Quién responde por la sangre de mi hijo? ¿Quién responde por la sangre de Bishop?"
Leonard Mitchel, de 49 años, quien tiene un primo que desapareció en los días posteriores al golpe y anteriores a la invasión, opina:
--"La situación se había salido de control. A Bishop todo el pueblo lo amaba, pero perdió las riendas. Demostró que era demasiado joven, que le faltaba experiencia. ¿Que qué otro partido con apoyo popular existe fuera del New Jewel de Bishop? Ninguno. A los otros dirigentes hace años que no los vemos por aquí.
Marylin es recepcionista de un hotel que ahora permanece cerrado. Dice que en su trabajo ha conocido muchos norteamericanos y que le gusta su manera de ser:


--"Estamos agradecidos con Jesús y estamos agradecidos con Reagan. Antes no éramos libres".
--"¿Y ahora sí?"
--"Sí, ahora si. El embajador cubano y el ruso no dejaban hacer elecciones. A los americanos sí les gustan las elecciones".
Duke Lorry, un rasta de 26 años, con pinta de colores vistosos y una gran melena atada en trencitas:
--"¿Qué significa ser rasta?, le pregunto.
--"Somos naturalistas, creemos que debemos vivir de nuestras habilidades, como por ejemplo ser carpintero o artesano, y no hacerle mal a nadie. No comemos carne. Leemos la biblia, y la interpretamos. Nos gusta volar alto. Si usted es de Colombia, a usted también le debe gusta la ganja, quiero decir la marihuana."
--"¿Qué opina de la invasión de los marines?"
--"Que está bien, siempre y cuando nos adyuden a volver a nuestra 'Grenada nice and sweet' de antes."
Wiston White, 31 años, dueño de un almacén de telas:
--"Estoy preocupado, estos soldados han venido pero no han dicho cuando se van. Sé que tienen muchos granadinos detenidos, que hay muchos muertos. No le puedo decir dónde tienen a los prisioneros, porque no lo sé".
Un grupo de estudiantes de bachillerato conversa conmigo:
Bill, --"El problema en Granada es que la gente es analfabeta, muchos no saben lo que dicen. Por eso la gran campaña de Bishop era la educación gratuita para todos. ¿Ve la propaganda? (Hay grandes letreros sobre las paredes que dicen "Tú y yo estudiando gratis en el CPC" y "1983: año de la educación política y académica").
Hugh. --"Nosotros les dijimos a unos tipos del ejército de Granada: ¿Así que ustedes mataron a Bishop? Pues ahora arréglenselas solos, no cuenten con nosotros para defender la isla"
Alex.--"¡Por Bishop hubiéramos peleado, seguro! Pero así, ¿qué quería que hiciéramos? Ni siquiera sabíamos por quién nos ibamos a hacer matar!"
Ya oscurece en Saint George y pronto, a las 8 de la noche, empieza el toque de queda. La gente va desapareciendo en el interior de las casas. En el muro que queda en pie de un edificio bombardeado, un gran letrero en pintura roja dice: "Long live people's democracy". Al fondo de la calle, bajo un cartel que reza "El pueblo debe participar en las decisiones", está parqueado un camión de soldados norteamericanos.
MUERTE EN LA CASA DE LOCOS
Faltando 10 para las 8 me dirigí al hotel Saint James, en el centro del pueblo, abierto para los periodistas por indicaciones de las tropas que controlaban la ciudad. (Varios de los otros hoteles que había visto por el camino hacían las veces de cuarteles). Los cuartos del Saint James ya estaban llenos, y los que llegamos tarde pagamos 10 dólares por la comida, una sábana y una cobija, y permiso para usar el baño y dormir en el piso del hall del hotel. A pesar del papel firmado en Barbados, que pronosticaba hambre, sed y desamparo en Granada, me sirvieron una sopa amarilla que sabía mucho mejor de lo que pintaba y un buen plato de pescado con salsa de la misma sopa.
Con unos periodistas españoles resolvimos salir, a pesar del toque de queda, a dar unas vueltas por el pueblo. La noche era tibia y había un olor intenso a azahares, se veían pocas luces prendidas y el único ruido que se oía era el de los jeeps que constantemente pasaban patrullando.
Cuando nos veían paraban y nos preguntaban si éramos de la prensa, y si no nos habíamos enterado del toque de queda, y nos solicitaban con cortesía que volviéramos al hotel. Tropillas de soldados subían y bajaban por las calles inspeccionando con cautela gatuna la vuelta de cada esquina. Cuando les preguntábamos que esperaban encontrar nos decían que había francotiradores en los tejados y escondidos en las casas. De vez en cuando sonaba un tiro. Vimos a la tropa allanar varias casas vacías, violando la cerradura o entrando por la ventana. En un momento se oyeron gritos y vimos cómo detenían a unos muchachos que, atropellando explicaciones, suplicaban que los dejaran ir. Posiblemente estuvieran dedicados al saqueo, lo que parecía ser frecuente a esas horas. A las doce de la noche nos dimos cuenta de que habíamos perdido toda pista del hotel. Paramos uno de los jeeps y les pedimos a los soldados que nos llevaran de vuelta. El cabo que manejaba, un gringo que no tendría ni 20 años, se disculpó diciéndonos: "No sabemos dónde queda. ¡Si también nosotros acabamos de llegar!"
En el hotel un grupo de periodistas contaba cómo habían visto detener violentamente a un cubano desarmado, al que habían atado y cubierto con una capucha. En otro círculo se comentaba la noticia más inquietante del día: un avión norteamericano había bombardeado el hospital psiquiátrico y habían muerto 20 enfermos. Al día siguiente le pedí a un taxista que me llevara a ese hospital, "¿Quiere decir a la casa de locos? me preguntó. Si la barrieron... " Se trataba de un par de casas contiguas de techo de lata, parcialmente destruidas. Un médico suizo que había entrado a Granada con la Cruz Roja me confirmó las 20 muertes.
El paso siguiente era visitar a los prisioneros cubanos. Los mantenían en algún lugar cercano al aeropuerto Salines, y allí acudí a solicitar el permiso, que fue largo de tramitar. Finalmente llegué hasta el lugar donde estaban. Un terreno descampado, rodeado por alambradas de púas, donde 631 hombres, parados o tendidos en colchonetas, trataban de protegerse del sol intenso con sombreros y pañuelos. Un capitán de la Fuerza Aérea norteamericana, que hablaba muy bien español, me dijo: "Mírelos, son los asesores militares que tenían aquí. Cuéntele al mundo la verdad, para que se enteren de que esta isla estaba tomada por cubanos". Me acerqué a la alambrada para hablarles, pero apenas alcancé a saludarlos cuando el mismo capitán que antes se mostrara tan comunicativo me gritó energúmeno: "¡No le di permiso de que les hablara. Si no sabe respetar las reglas se larga de este lugar, lady!" Uno de los soldados que custodiaba a los prisioneros con ametralladora me dijo que me acercara que me iba a hacer un regalo, y se sacó del bolsillo un paquete de cigarrillos. "Aromas Rubios" era la marca. "Se lo quité a uno de ellos", me dijo sonriendo, esperando que le celebrara el chiste.
Los prisioneros cubanos eran mostrados como trofeos de caza. Debilitado el argumento de la necesidad de invadir para salvar a los estudiantes, el más sólido que quedaba era el del urgente freno a la invasión comunista. Posteriormente, sin embargo, los grandes diarios norteamericanos publicarían que, a pesar de las especulaciones, la verdad era que de los cubanos detenidos por las tropas norteamericanas en Granada, 630 eran trabajadores de pica y pala, y sólo 50 eran combatientes. Sobre el arsenal cubano exhibido como justificación de la invasión, los comentaristas del Washington Post dirían con ironía, desde las páginas de su periódico, que se trataba de un argumento tautológico: ¿Cómo se podía justificar la invasión por la presencia de armamento cubano, si no se conoció su existencia sino hasta después de que se llevó a cabo la invasión? Además, ¿cuáles eran los fines de estrategia militar que se podían lograr desde Granada que no se pudieran lograr desde la propia Cuba?
I TOOK GRENADA
Sir Paul Scoon, un negro inmenso, es el gobernador general de Granada, el representante de la reina británica y la única autoridad constitucional que tanto el gobierno norteamericano como el inglés reconocen en la isla. Este caballero (es sir por nominación de la corona) que era poco menos que una figura decorativa durante el gobierno de Bishop, fue rescatado de su escondite por los marines y elevado a la calidad de único dignatario. La entrevista que tuve con él en los balcones de su hermosa y fresca casa granadina parecía una escena teatral tomada de I took Panamá, y fue una suerte que hubiera conmigo gente de televisión que pudo captarla en imágenes. Un mayor del ejército norteamericano se mantuvo todo el tiempo parado detrás de la mecedora de mimbre de Sir Paul, y éste, con su gran porte y su voz profunda, sólo contestaba las preguntas después de consultarlas al oído con su asesor de cabecera. El extraño diálogo con ese enorme muñeco de ventrilocuo fue el siguiente:
--"¿Qué puede usted informarnos sobre la situación política en Granada?"
"No soy un político. Nuestro sistema es muy distinto al de ustedes. Según la actual situación, como Gobernador General, bajo la Constitución, he asumido la autoridad en Granada, y pronto convocaré un consejo que me ayude a manejar el país"
--"¿Puede informar algo sobre los prisioneros cubanos?"
--"No voy a hacer ningún comentario sobre el tema."
" ¿Qué partidos políticos estarán representados en el Consejo que usted nombre?"
"No habrá partidos políticos, ningún político estará en este Consejo. Sólo hombres de integridad, habilidad y experiencia. Granadinos con estas características. Ningún político. "
--"¿Qué puede decir de la resistencia interna al avance de las tropas norteamericanas y de los Estados del Caribe?
--"Las fuerzas de paz se están ocupando de ello, y entiendo que han tenido un éxito casi total."
Aunque algunos oficiales norteamericanos declararon estar muy impresionados con la enérgica actitud de "hombre al mando" de Scoon, cualquiera que lo ve se pregunta ¿qué pasaría con su autoridad si el mayor que tiene detrás se apartara de allí. El gobierno norteamericano ha dicho en varias ocasiones que retirará el total de sus tropas de Granada cuando se haya establecido un sólido y representativo gobierno democrático. El problema de bulto parece ser que, dadas las actuales circunstancias, tal gobierno no parece factible. No existía en Granada otro partido popular y representativo que el New Jewel de Bishop, por el momento decapitado tras la muerte de su líder y de sus hombres de confianza, y por si esto fuera poco, los "hombres de integridad" que suenan como presuntos miembros del Consejo de Scoon manifiestan que se oponen rotundamente a que el New Jewel tenga ningún tipo de presencia en el gobierno.

El doctor Francis Alexis, a quien había entrevistado unos días antes en Barbados, dirigente del Movimiento Democrático de Granada, es uno de los nombres que más suenan. Educado en Estados Unidos y profesor de derecho en una universidad de ese país, el doctor Alexis, mientras espera su oportunidad desde el exilio voluntario, opina que "no se puede hablar de invasión, sino de liberación". Al preguntarle cómo pensaba manejar la enorme popularidad del New Jewel, contestó: "Haremos un gobierno de reconciliación nacional con gente que no haya cometido crímenes. Nosotros no actuamos conjuntamente con asesinos".
Independientemente de qué vote el congreso norteamericano sobre el retiro de tropas, y de cuáles sean los vaivenes de la opinión pública sobre este punto sensible, los norteamericanos tendrán que afrontar una situación de hecho: les va a ser más difícil salirse de Granada de lo que les fue entrar. Su abrupta intervención ha cortado de raíz cualquier proceso político natural que se estuviera de desenvolviendo en la isla, creando un vacío de poder que ningún Paul Scoon puede llenar. Y si ahora Reagan se ha ganado buena parte de la opinión pública interna apareciendo como el hombre que fue capaz de rescatar un país que se estaba volviendo socialista bajo las propias narices del Tío Sam, este prestigio se va a ver seriamente debilitado si, al retirar dentro de unos meses el férreo control que hoy ejercen sus hombres y sus mejores equipos militares, estalla un proceso aún más radical que el que precedió a la intervención.
Antes de abandonar el territorio de Granada, tuve que presenciar el toque de "Coppola" que corroboraba las inclinaciones cinematográficas de Reagan, el actor-presidente que parece estar contento con su nuevo papel de "sheriff universal". Por suerte esto también lo filmaron cámaras de televisión, porque si no se ve, no se cree. Sobre mi incrédula cabeza voló un escuadrón de helicópteros, que a través de altoparlantes, hacía retumbar en el aire Las Walkirias de Wagner. Tal cual como en Apocalypse now. No es gratuito. Es mucho el ruido que va a tener que hacer el gobierno norteamericano para tratar de tapar la absoluta arbitrariedad de su más desproporcionado gesto de prepotencia.