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La mezquita de Al-Askara, en Samarra, era una de las más sagradas de la fe chiíta en el mundo. Su famosa cúpula tenía más de 1.200 años de construida. Si los terroristas buscaban enfurecer a los chiítas, este era el blanco perfecto

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Guerra Santa

La explosión de una bomba en una de las mezquitas más sagradas para los chiítas dejó a Irak a las puertas de un conflicto civil.

26 de febrero de 2006

Todavía no eran las 7 de la mañana del miércoles 22 de febrero cuando a la mezquita de Al-Askari, en Samarra, Irak, entraron 12 hombres uniformados. Amarraron a los vigilantes que dormían en uno de los extremos de la edificación y colocaron una bomba en el interior de la cúpula. El domo dorado de una de las cuatro mezquitas chiítas más importantes del país se desplomó al instante y con él las esperanzas de que la situación en Irak se pueda estabilizar en un futuro cercano.

Con el atentado, una fracción de los musulmanes sunitas -se sospecha de la célula de Al-Qaeda liderada por Abu Musab Al Zarqawi- consiguió dañar las negociaciones entre chiítas, kurdos y suníes para conformar un gobierno de unidad nacional y, por ahí derecho, dejó al país al borde de una guerra civil. Dos días después de este acto terrorista, más de 130 sunitas habían muerto y más de 170 mezquitas de su secta habían sido atacadas por manifestantes chiítas como represalia.

Y es que los chiítas, que son la mayoría del país, ganaron, como era de esperarse, las elecciones para conformar el Parlamento que gobernaría por primera vez por cuatro años completos después del derrocamiento de Saddam Hussein, con 128 de 257 curules. Desde entonces, y con el apoyo de Estados Unidos, se está negociando para que los sunitas tengan alguna participación importante en el gobierno, a pesar de que ellos sólo conforman el 20 por ciento de la población. Al fin y al cabo, han gobernado en ese país desde el siglo XII.

Pero lo que más había incendiado las relaciones entre ambos bandos fue la designación del nuevo primer ministro, el chiíta Ibrahim al-Jaafari, que no cayó bien entre los kurdos ni los sunitas y mucho menos en el gobierno estadounidense. De hecho, éste está presionando para que sea retirado, pues los sunitas lo acusan de hacerse el de la vista gorda frente a los escuadrones de la muerte que los atacan diariamente.

Por eso, ante el atentado de Samarra será muy difícil convencer al principal partido sunita para que participe en el gobierno, lo que sería uno de los peores escenarios para la futura estabilidad de Irak. Esto también tendría como consecuencia que los 130.000 soldados estadounidenses que el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, había prometido retirar en 2007, tendrían que permanecer en el país.

Pero, a juzgar por la violencia que se apoderó del país, las consecuencias podrían ser mucho peores. "El atentado sólo puede exacerbar las tensiones que existen entre los sunitas y los chiítas, incluso, todo parece indicar que estos ataques hayan sido cometidos con esta intención", explicó a SEMANA el experto en Oriente Medio Nayef Samhat. "Debido a la dificultad de formar un nuevo e incluyente gobierno, la objeción dentro de los suníes para aceptar las normas constitucionales existentes y la incapacidad del gobierno (y las tropas estadounidenses) para dar seguridad a la población, hay una sensación creciente de que una guerra civil es una posibilidad real", concluyó Samhat.

Una guerra civil en Irak entre chiítas y sunitas tendría consecuencias nefastas para toda la región, y más si se tiene en cuenta que el mayoritariamente chiíta Irán puede terminar involucrado, lo que seguramente no aceptaría el resto de la comunidad musulmana.

Sin embargo, para Samhat, al gobierno iraní no le convendría una guerra civil. "Para este país es preferible tener un gobierno en Irak dominado por los chiítas, básicamente porque la élite clerical iraquí y sus partidos tienen relaciones estrechas con Irán. Esta es una alianza natural. Sin embargo, mientras permanezcan la violencia y la inestabilidad, Estados Unidos permanecerá y seguirá influyendo en el país, lo que le quitaría influencia a Irán".

Hasta el momento, el líder supremo de la revolución iraní, el ayatolah Alí Jamenei, ha tratado de bajar los ánimos de los fieles chiítas. Hizo un llamado para que no buscaran la venganza, con el argumento de que destruir las propiedades de los sunitas sólo daría motivos a los enemigos del Islam y que, además, estos actos eran prohibidos por la sharia, la ley islámica.

El gobierno iraquí también ha tratado de contener a la población por todos los medios. "Debemos estrechar nuestras manos para prevenir una guerra civil. Estamos afrontando la peor conspiración contra la unidad de Irak", dijo el presidente Jalal Talaban, quien es la cuota kurda en el gobierno. Sin embargo, hay algunas voces dentro de los sectores chiítas a las que se les critica haber incitado a la población a tomar revancha. Entre ellos está el controvertido clérigo Muqtada al-Sadr, quien lidera una gran fuerza de milicianos armados y advirtió que si el gobierno iraquí no hacía su trabajo para defender a la población iraquí, él sí estaba dispuesto a hacerlo

Aunque la división entre chiítas y sunitas ha sido una constante en la historia de Irak, la verdad es que después de la invasión norteamericana se ha profundizado: mientras los sunitas, que son la secta de Saddam Hussein, luchaban contra las fuerzas invasoras, los chiítas pedían elecciones lo antes posible. Sabían que al ser la mayoría de la población, iban a ganarlas. Y si desde el comienzo de la invasión ya se temía por una posible guerra civil, lo cierto es que no ha habido un momento en que esta posibilidad haya sido más inmediata que ahora. Estados Unidos y Gran Bretaña tienen un trabajo grande por delante. Una guerra civil no sólo afectaría el futuro de Irak, sino el de la región. Y mucho peor aun, del abastecimiento mundial y el precio del petróleo.