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Hablando nos entendemos

El diálogo de México ofrece grandes esperanzas de paz en el país centroamericano.

16 de octubre de 1989

La situación no podría ser más paradójica. Mientras en el territorio del país las acciones de guerra se recrudecen cada día más, en el extranjero, en el centro de Ciudad de México, representantes de ambas partes en conflicto se dan palmaditas en el hombro y posan para las fotografías en medio de sonrisas. Sin embargo, para el atribulado pueblo salvadoreño nunca una aproximación de paz había llegado tan cerca de una solución negociada para el conflicta civil que aqueja a la pequeña nación centroamericana desde hace más de 10 años.
El cuarto encuentro de diálogo protagonizado por las partes en México los días miércoles, jueves y viernes de la semana pasada dio margen a la esperanza debido a su prolongación más allá de lo programado y a la expectativa de que se incorporaran a las conversaciones dos personajes claves del gobierno salvadoreño: el ministro de Defensa, general Humberto Larios, y el jefe del estado mayor, coronel René Emilio Ponce, invitados ambos a las fiestas del aniversario de la independencia de México.
Aunque no pasó de eso, la imagen de un avance en los contactos se basó en un acuerdo de diez puntos que prevé la integración de una agenda de diálogo en que se incluirá negociar no sólo el cese al fuego, sino también el cese definitivo de hostilidades y la integración del Frente Farabundo Sartí de Liberación Nacional (FMLN) a la vida política de El Salvador como un partido legal. Pese a lo extraordinariamente atractivo de estas perspectivas negociadoras, los observadores piensan que no hay que hacerse exageradas ilusiones.
Uno de los puntos de acuerdo consiste en la intervención de la iglesia "como intermediaria, pues preparará las reuniones mensuales, y como mediadora en el desarrollo de las mismas". La comisión episcopal designará a los representantes eclesiásticos que considere convenientes para cada reunión. En este punto los delegados gubernamentales retrocedieron respecto de su posición inicial, que ubicaba a la Iglesia Católica como simple "testigo moral".
Otro de los puntos en que los representantes del régimen cedieron posiciones lo constituyó la aceptación de la presencia de observadores internacionales (de la ONU y la OEA) en las futuras conversaciones bilaterales que se realicen fuera y dentro de El Salvador.
La rotación de los delegados será constante, en relación con los diferentes temas que se vayan considerando en los sucesivos encuentros. Interrogado sobre la conveniencia de que participen militares en las próximas reuniones, el obispo de San Salvador, monseñor Gregorio Rosa Chávez, dijo: "Estamos en una guerra y la guerra no la hacen los civiles (al menos lo creo así), y por eso deben estar los altos mandos militares". Exultante, el obispo sostuvo el viernes: "Vivimos un momento excepcional, que permitirá avanzar mucho en el diálogo, por lo que todo esto que está sucediendo es una buena noticia para El Salvador. Nuestro pueblo merece este tipo de noticia. Hoy es un día muy grande." Tras una pausa de reflexión, el líder religioso matizó: "Sólo Dios sabe cuándo tendrá lugar el fin de la guerra, pero lo importante es que surja una base firme para el diálogo en curso, así como el establecimiento de un calendario definido y flexible que traiga primero acuerdos parciales y que conduzca a la postre al fin de las hostilidades. Hay que enfatizar que el diálogo es un proceso. Una guerra de una década no se puede terminar en una semana. Pero hoy todo es posible. Se conoce la disposición del presidente Alfredo Cristiani a participar personalmente en alguna sesión del proceso de diálogo, pero antes podría haber varias reuniones de nivel intermedio. Se trata de avanzar lo más posible para sacar el máximo de provecho".
Mientras se desarrollaban las conversaciones de México, en San Salvador el dirigente opositor socialdemócrata Guillermo Ungo declaró a la agencia mexicana Notimex que "antes de negociar con la guerrilla salvadoreña, el presidente Cristiani deberá hacerlo con el Ejército y su partido, Arena, aunque de todos modos es evidente que, al margen de los resultados que arrojen los presentes contactos, el proceso de paz resulta, al parecer, ya irreversible, no obstante que las posiciones estén todavía muy separadas, puesto que las estrategias y los ritmos son diferentes". Lo que quedó patente en el encuentro de México fue la falta de peso político de los emisarios gubernamentales, quienes carecieron de atribuciones reales para presentar una contrapropuesta a lo planteamientos del FMLN, sobre todo en lo relativo al cese del fuego con fecha 15 de noviembre y a la "autodepuración y profesionalización" de la fuerza armada salvadoreña.
Por su parte, el comandante Joaquín Villalobos, enfatizando la dilación impuesta por el régimen, exigió que el gobierno de Alfredo Cristian "'presente, a más tardar en un mes, una contraoferta de fondo a nuestra propuesta de pacificación, y abandone así un intento de buscar nuestra rendición, dándose cuenta que es mejor poner por delante la democratización del país". La comandante Ana Guadalupe Martínez subrayó así mismo: "Dilatan los tiempos porque creen que en uno o dos años se hallarían frente a un enemigo debilitado y aislado en el plano internacional". Pero quien dio una pauta significativa de las motivaciones que mueven la actual coyuntura salvadoreña, fue el comandante Villalobos, cuando especificó: "No debe interpretarse que la guerrilla salvadoreña negocia flexiblemente porque está débil. Al contrario. El que no entre a una formulación por la paz va a perder apoyos y va a fracasar. Eso no sólo vale para nosotros, sino también para el gobierno. Hay que saber que actualmente no hay mucho espacio internacional para mantener una guerra". Y concluyó: "Nuestra propuesta de cese del fuego y de incorporación de la guerrilla a la legalidad como partido político, en realidad, pone los intereses de la nación en manos de las armas de los combatientes del FMLN, que serán los garantes de una democracia real".
Así se abre una nueva fase negociadora en El Salvador que convive, paradójicamente, con una marcada polarización de los enfrentamientos bélicos entre el FMLN y la fuerza armada gubernamental, así como con un incremento de la represión de las autoridades contra el movimiento popular de masas (sindicatos, organismos rurales, universitarios, grupos defensores de derechos humanos, etcétera). Se afirma que, desde que Cristiani alcanzara la presidencia en las elecciones del 19 de marzo pasado, con apenas 500 mil sufragios (un 19 por ciento de los votantes potenciales, ya que no concurrió a las urnas el 63 por ciento del cuerpo electoral), la violencia gubernamental cobró mayor intensidad, simultáneamente con un alza de las acciones guerrilleras y de las luchas sociales libradas por el movimiento de masas. Para muchos esta tendencia del proceso expresa la fuerza dinámica del conflicto salvadoreño, pero se ve contrarrestada por el clima internacional generado por los acuerdos globales de distensión mundial y regional entre las superpotencias, que pretenden encontrar vias conciliatorias. El renacido diálogo salvadoreño es expresión de dicha voluntad supranacional, reforzada por el cansancio que la prolongada conflagración, y sus tremendos sufrimientos, ha producido en la conciencia de los salvadoreños.
De ahí que el FMLN afronte una situación tan favorable como delicada. Como hace una década, cuando comenzó la guerra, la oligarquía tradicional maneja nuevamente las riendas del poder político, con los democristianos y los socialdemócratas en la oposición. Pero ahora la insurgencia constituye una enorme fuerza, no sólo militar sino también política. La articulación y el remate político de todo este conjunto de factores constituye el verdadero desafío de la hora para las fuerzas en juego en El Salvador.