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HACIA LA BATALLA FINAL

Los británicos en Puerto San Carlos, luchan por evitar un nuevo Dunkerque. Mientras tanto, a la aviación argentina le ha llegado la hora de las misiones "suicidas".

28 de junio de 1982

La guerra entre Gran Bretaña y Argentina por el archipiélago de las Malvinas ha seguido la lógica de todos los conflictos bélicos: su costo humano, material y político alcanza unas dimensiones ya totalmente desproporcionadbas a las causas que lo originaron. Los británicos, en una osada y bien lograda operación, desembarcaron en la bahía de San Carlos y lograron consolidar una "cabeza de playa" (ver mapa).
La guerra escaló un peldaño más en ferocidad y entró en una etapa en la que los combates de infantería decidirán la posesión final de las islas. Con la flota de guerra argentina pegada a la costa por temor a los submarinos nucleares, la aviación argentina se está literalmente inmolando para contener la ofensiva inglesa. Londres anuncia que ya ha derribado 50 aviones y numerosos helicópteros: la cuarta parte de la aeronáutica argentina habría quedado fuera de combate según la versión británica.
Aunque Argentina no admite estas cifras, ha tenido que reconocer finalmente la presencia de la sólida "cabeza de playa" británica. El mando inglés tiene ahora dos opciones: avanzar hacia Puerto Argentino por un terreno difícil, pantanoso y con elevadas colinas, o atacar Puerto Darwin y Goose Green (ver mapa), para eliminar el peligro de una retaguardia enemiga y operar hacia la capital malvinense en mucho mejor terreno.
Margaret Thatcher había enviado al presidente Turbay una carta en la que le propone transmitir al gobierno argentino su determinación "para lograr una solución justa a la crisis", así como también la "imperativa necesidad de que retiren sus fuerzas de las islas Malvinas de acuerdo con la Resolución 502 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas"
Los hechos más espectaculares están ligados a la actitud del Papa quien, enfrentando un serio dilema, se decidió finalmente por viajar a la Gran Bretaña y luego a Argentina. La presencia del Papa y su poderosa influencia espiritual será sin duda un constante acicate para quienes deseen terminar con la matanza.
Estados Unidos enfrenta, mientras tanto, un deterioro progresivo de sus vínculos con Latinoamérica. El secretario de Estado, Haig, anunció al presidente Reagan una inminente victoria británica. Por otra parte, se ha confirmado que Estados Unidos entrega a Gran Bretaña una considerable cantidad de armamento y apoyo logístico e informático.
Gran Bretaña proclama que el triunfo es inminente. La junta Argentina promete continuar la lucha. Allá, en el sur, las Malvinas serán escenario de nuevas jornadas de horror.
Cualquier estratega que hubiera observado los últimos movimientos de la flota británica, hubiera señalado el sur de la isla Soledad como lugar del futuro desembarco. La Royal Navy había estado cañoneando tenazmente esa zona. Por lo demás, era impensable que los británicos fueran tan estúpidos como para meter parte de su flota en la ratonera del estrecho. Fue, eso justamente, lo que hicieron: hacía quince días que San Carlos había sido escogido para intentar establecer allí la "cabeza de playa".
En la noche del jueves, la flota se dividió en dos: los portaviones "Hermes" e "Invencible", protegidos por fragatas y destructores, se dirigieron al sureste de la isla Soledad; "Sea Harriers" despegaron de las cubiertas y se lanzaron a bombardear posiciones argentinas en Port Stanley, Goose Green, Fox Bay. Dos fragatas castigaban Port Stanley desde el mar. Nada especialmente nuevo en estas acciones. Salvo en el caso de Fox Bay, la Royal Navy volvía a hacer sufrir a objetivos que había estado martirizando durante semanas. Pero era sólo una maniobra para despistar a los argentinos.
Mientras los "Harriers" bombardeaban, la otra parte de la flota, algo más de quince fragatas -Londres ha reconocido que tiene más de cien barcos entre civiles y de guerra y veinticinco mil hombres en el Atlántico Sur- el "Canberra" y los buques de asalto "Intrepid" y "Fearless", navegaban la costa norte de la isla Soledad y al llegar a la boca del estrecho torcían bruscamente hacia abajo. Luego, sin molestias llegaban a las cercanías del puerto de San Carlos.
La Royal Navy sabía que antes o después, la aviación argentina le haría sufrir. Mientras el "Canberra" y los dos buques de asalto se refugiaban en una estuario, las fragatas se quedaban en el estrecho para intentar parar los golpes de los "Mirages" y los "Skyhawks". La aviación argentina iba a tardar lo bastante en aparecer como para que la parte más vulnerable de la operación, el desembarco, pudiera completarse.
Para desconcertar lo más posible al mando argentino, helicópteros británicos desembarcaron grupos de marines y paracaidistas en Port Luis, Darwin, Fanning Head y Fox Bay. Pero era en San Carlos donde se estaba desarrollando el capítulo decisivo de la invasión. Lentamente, lanchas de desembarco procedentes de los dos buques de asalto fueron trasladando baterías de misiles tierra aire "Rapier", tanques ligeros "Scorpion" y "Scimitar", vehículos blindados, combustible, alimentos, agua. Dos regimientos de paracaidistas y unidades de marines iban descendiendo de lanchas y helicópteros a ese pedazo de tierra situado a trece mil quinientos kilómetros de casa. Hay pocas dudas de que comandos SBS --cuerpo de élite de la marina-- se escurrieron dentro de las Malvinas hace tiempo, y han ido suministrando datos muy valiosos sobre las posiciones argentinas y sus movimientos. Posiblemente fue gracias a ellos que el contraalmirante -Woodward supo que tan solo doscientos soldados custodiaban San Carlos. Debieron sentir frío en los huesos estos chicos cuando se dieron cuenta de lo que se les estaba viniendo encima. Hubiera sido una estupidez por su parte intentar oponerse a la lluvia de enemigos que iba llegando. Según Londres, hicieron lo más razonable: echar a correr hacia las colinas.