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Haciendo historia

Con la conferencia de la OTAN en Bruselas y las conversaciones sobre Alemania en Bonn, comienza período crucial para el nuevo orden.

11 de junio de 1990

Si algo ha dominado la escena política europea de las últimas semanas es la conciencia de que se están escribiendo las páginas fundamentales de la historia del fin de siglo. Esa idea imperó no sólo en la cumbre de la OTAN, celebrada en Bruselas, sino en el inicio de la conferencia de Bonn sobre la reunificación de Alemania (conocida como 2+4). Cuando los aspectos tratados allí se diluciden por completo -algo que se espera a más tardar al final de este año- se habrán sentado las bases para el nuevo orden europeo que, en últimas, suele ser también el cimiento de las relaciones mundiales.
LA NUEVA OTAN
La cadena de sucesos trascendentales comenzó en Bruselas a finales de la primera semana de mayo, cuando los ministros de Relaciones Exteriores de los países miembros de la OTAN iniciaron la transformación de esa alianza militar en una entidad de carácter predominantemente político. Los analistas internacionales señalan que semejante metamorfosis indica el grado de disposición de los gobiernos occidentales para lograr una fórmula aceptable para la URSS sobre la reunificación de Alemania.
Dentro de la misma línea, los ministros de la OTAN estuvieron de acuerdo en que, de ser necesario, las tropas soviéticas estacionadas en Alemania Oriental podrían permanecer allí después de la unificación durante un tiempo por determinarse. Y como si lo anterior fuera poco, la reunión brindó su beneplácito a una decisión del presidente de Estados Unidos, George Bush, de abandonar los planes para el reemplazo o modernización de los misiles Lance de corto y medio alcance, a tiempo que apoyaba la iniciativa del presidente de acelerar las conversaciones con la Unión Soviética para la eliminación de ese tipo de armamentos en el teatro europeo.
Todas esas medidas parecieron diseñadas con el fin de preparar el ambiente para el inicio en Bonn (Alemania Occidental), algunos días más tarde, de las conversaciones relacionadas con la reunificación de Alemania.
La nueva tónica de las conversaciones Este-Oeste se plasmó en las declaraciones del secretario de Estado norteamericano, James Baker, quien dijo tras la sesión que "resulta crucial que no quede la imagen de vencedores ni vencidos". Tal afirmación se demostró con el paquete de resoluciones adoptadas con el propósito evidente de hacer más fáciles las cosas para la URSS y, en particular para su presidente, Mijail Gorbachov.
Entre ellas, los ministros acordaron que las fuerzas militares de la OTAN nunca se estacionarían en el antiguo territorio de Alemania Oriental, en un esfuerzo por demostrar que la pertenencia de Alemania a la OTAN no representaría un detrimento de la posición estratégica de la Unión Soviética.
Por otro lado, decidieron que Alemania unida renunciaría a la utilización de armas químicas, nucleares y biológicas, tal como lo han hecho por separado los dos países actuales. Pero, además, si el tamaño o el poderóo de las fuerzas armadas alemanas llegaran a preocupar a la URSS o a cualquier otro país europeo, el asunto se ventilaría en el seno de las conversaciones OTAN-Pacto de Varsovia para la reducción de armamentos convencionales, que se desarrollan en Viena. En cualquier caso, tal como lo expreso Manfred Worner, secretario general de la OTAN, su organización "no tiene la intención de cambiar el equilibrio de Europa en detrimento de la posición de la Unión Soviética. Claramente queremos respetar y tener en cuenta los legítimos intereses de seguridad de la URSS". Según Worner, la estructura militar de la OTAN quedaría reducida al mínimo necesario para la estabilidad y la paz de Europa, para ponerla a tono con la reducción de los riesgos bélicos que enfrenta.
El secretario de Estado, Baker, anunció también que la OTAN había aceptado la propuesta de Bush de llevar a cabo una cumbre en Londres en los meses de junio o julio para resolver varios puntos fundamentales para el futuro de Europa: primero que todo, la forma de que la alianza asuma responsabilidades políticas. Y además, el nivel de fuerzas convencionales y nucleares que deberá conservar, y el procedimiento más conveniente para institucionalizar la Conferencia de Seguridad Europea (que abarca mas de 35 países) para que le sirva de complemento en los nuevos tiempos.
A pesar de la espectacularidad de los anuncios, ninguno fue mejor recibido en el seno de la conferencia que la decisión norteamericana de no remplazar ni modernizar los misiles Lance de corto y medio alcance. Ese punto había sido el mayor motivo de discordia en la OTAN, e incluso había quedado sin definir en la conferencia cumbre de mayo del año pasado. En esa epoca -que parece remota dada la velocidad de los acontecimientos desencadenados desde el verano de 1989- tanto Estados Unidos como Gran Bretaña pretendían que se llevara a cabo el programa de modernización de ese tipo de armamento, considerado la columna vertebral de la potencia militar de la OTAN en Europa. Del otro lado, los franceses y, sobre todo, los alemanes con Helmut Kohl a la cabeza, se oponían a esa modernización, con la idea de lograr algun día una Europa libre de armas nucleares. En realidad, la opinión pública oestealemana no tenía ningun afecto por la presencia de armas letales que, además, por su alcance y características solo podrían golpear el territorio de Alemania Oriental o, a lo sumo, el de Polonia.
En esas condiciones, no resulta extraño que esa decisión (que los norteamericanos solamente tomaron cuando la reducción de la amenaza soviética se puso en evidencia) haya recibido una cálida acogida de los alemanes occidentales, cuyo ministro de Relaciones Exteriores, Hans Dietrich Genscher, no ahorró expresiones al decir que "tenemos que darnos cuenta de que la situación de Europa ha cambiado, y la propuesta norteamericana es una gran contribución en ese sentido".
Eso, sin embargo, no fue todo. El secretario Baker, convertido en vedette de la reunión, anunció, además, que su gobierno está dispuesto a entrar en negociaciones con los soviéticos para la reducción y eventual eliminación de las armas del mismo tipo del Lance. No obstante, todavía no parece totalmente claro en el seno del Pentágono ni en el de la OTAN si esa reducción abarcaría sólamente los misiles teledirigidos o si se llegaría a una total "desnuclearización" de Europa con la eliminación de esa clase de armas transportadas en aviones de combate. Baker también dejó en el ambiente la sensación de que su gobierno estaría considerando la eliminación unilateral de parte de las cabezas nucleares de artillería, para subrayar aún más la disposición de ese país al desarme y a mejorar la imagen de la OTAN en el Kremlin.

LA CONFERENCIA 2 + 4
Desde la conferencia de la OTAN ya flotaban en el ambiente los temores, expresados por varios delegados, de que la URSS se estuviera encaminando inevitablemente hacia el caos político, y ello condicionó en grado sumo las decisiones de la OTAN. La reunión de Bonn, sobre el futuro de Alemania, comenzó también con esas aprensiones en primer plano. Por ejemplo, Douglas Hurd, secretario de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña, dijo al llegar a la capital oestealemana que "existe la posibilidad de que todo se derrumbe luego del congreso del Partido Comunista" previsto para julio próximo.
Esa posibilidad, como es natural, aterra a todos los europeos, sobre todo ahora que las cosas parecen ir a pedir de boca. Por ello no es de extrañarse que la reunión de Bonn, que se ha dado en llamar "2+4" (las dos Alemanias y los, cuatro vencedores: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la URSS) se haya convertido, a los ojos de algunos observadores, en una reunión "1+5", con la atribulada Unión Soviética de un lado y los países occidentales (incluída Alemania) del otro. Lo que estaría de por medio ya no sería la unión de este último país, sino la permanencia (o desaparición) de la URSS como potencia decisoria en el contexto europeo. Para muchos, la Unión Soviética se está jugando sus restos y, como lo expresan algunos, su objetivo es sacar el mayor partido posible antes de desaparecer de la escena.
Eso pareció quedar claro en las palabras iniciales del ministro soviético de Relaciones Exteriores, Eduard Shevardnadze, quien mostró una posición endurecida sobre la unidad de Alemania en su comunicado oficial (entregado solamente a sus propias agencias y a las de Alemania Oriental), mientras que en su conferencia de prensa ofreció una actitud más conciliatoria.
En el curso de la conferencia, la posición de la URSS resultó aún más evidente, pues Shevardnadze puso todo su empeño en convencer a los demás delegados de que lo que estaba en juego trascendía el problema alemán y revestía, en cambio, una importancia crucial para su país. "No estamos -dijo- resolviendo solamente problemas alemanes. Estamos tratando un asunto de especial importancia para el pueblo soviético. Ni este ni ningún otro gobierno podrían pasar por alto su opinión pública. El pueblo soviético debe saber que la línea trazada sobre el pasado sea dibujada en una forma justa y adecuada". Detrás de sus palabras, los observadores vieron una mención tácita a los 20 millones de muertos que puso su país en la victoria contra el fascismo.
Según la mayoría de los analistas, la Unión Soviética, a falta de mejores credenciales, está tratando de hacer pesar su última palanca, esto es, su condición de nación victoriosa en la guerra. Al final, como dijo un periodista soviético, la pregunta que podrían hacerse es "¿qué nos dan para irnos?"
Eso, en otras palabras, significa que al final de la reunión se sabrá cuál es el precio que la URSS cobrará para dar carta blanca a la unidad de Alemania. Se dice que ese "precio" se traduce en tres aspectos principales, que podrían delimitar las pretensiones soviéticas.
1. La Unión Soviética, y en particular su estamento militar, no aceptaría la pérdida de una influencia territorial ganada con tanto sacrificio, a menos que su gobierno pudiera mostrar que ha recibido algo suficientemente valioso a cambio. Entre líneas algunos vieron la amenaza velada de que si Occidente no colabora, los actuales dirigentes del Kremlin podrían verse reemplazados por miembros de la línea dura, mucho menos amigables.
2. El problema económico no es de menor importancia. Alemania Oriental suministra el 40% de toda la maquinaria agrícola de la URSS, 40% de sus productos cosméticos y medicinas, el 30% de las confecciones importadas y una cantidad indeterminada de equipo militar. Moscú aspiraría a que la nueva Alemania se comprometiera a mantener esos suministros y, probablemente, a que esa nueva entidad asumiera una buena parte de los costos de mantener y luego retirar las tropas soviéticas de su territorio.
3. La desaparición del imperio soviético ha renovado el temor histórico de los rusos de verse excluídos de Europa, lo que hace muy posible que Moscú exija un papel en el nuevo orden. Es aquí donde se esperan las mayores tensiones. Los aliados occidentales han dicho varias veces que preferirían que Alemania se mantuviera en el seno de la OTAN (y de ahí todas las concesiones dirigidas a hacer esa posibilidad aceptable), pero los soviéticos se niegan a aceptar esa opción y proponen, a cambio, la institucionalización de la Conferencia de Seguridad Europea, para que asuma el rol de OTAN con todos los países europeos como miembros. Pero esa posibilidad, sugerida incluso por algunos alemanes, no ha logrado arrastrar el apoyo suficiente.
Queda, en últimas, la pregunta de si la URSS tiene todavía algún poder de negociación. Muchos creen que no. Pero parece haber unanimidad en las otras tres potencias, en el sentido de que el gobierno de la Unión Soviética no salga humillado de las conversaciones sobre la unidad alemana, en particular, y sobre el desarme, en general. Para muchos, una humillación de esa naturaleza podría echar por la borda todo lo que se ha conseguido hasta ahora.