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El temor de las autoridades no es que los 'hackers' inclinen la balanza en una u otra dirección, sino que logren convencer a los electores de que su voto no fue tenido en cuenta. | Foto: A.F.P.

ESTADOS UNIDOS

Hackers rusos sabotean elecciones de Estados Unidos

Nunca como antes una potencia extranjera había intentado sabotear las elecciones de Estados Unidos. Las agencias de inteligencia ya investigan a los ‘hackers’ rusos que estarían sembrando dudas sobre la legitimidad de ese proceso democrático.

10 de septiembre de 2016

¿Qué pasaría si este año no hay un ganador claro en las elecciones presidenciales de Estados Unidos? ¿Cómo gobernaría el vencedor si sobre su victoria pesan sospechas de fraude? Y, ¿qué sucedería con la política exterior estadounidense si Washington no puede demostrar que el suyo es un proceso electoral transparente y confiable?

Aunque solo será posible contestar esas preguntas después de los comicios, previstos para el 8 de noviembre, la Central Intelligence Agency (CIA), el Federal Bureau of Investigations (FBI) y la National Security Agency (NSA) se las han tomado con toda la seriedad del mundo, pues tienen fuertes indicios de que Rusia está trabajando para que esas hipótesis sean una realidad. Así lo reveló el lunes el diario The Washington Post en una investigación cuyas fuentes señalan hacia Moscú, y en particular hacia el círculo del presidente ruso, Vladimir Putin. “Los rusos ‘hackean’ nuestros sistemas todo el tiempo, no solo los del gobierno sino también los corporativos”, dijo el miércoles el jefe del organismo que coordina todas las agencias mencionadas, James R. Clapper.

La noticia parece sacada de un libro de espías de la Guerra Fría, pero lo cierto es que las particulares condiciones de este proceso electoral y la reciente proyección geopolítica de Rusia han creado las condiciones idóneas para que ese escenario sea posible.

En primer lugar, aunque en las elecciones votan unos 130 millones de estadounidenses, desde los años noventa el margen de victoria se ha estrechado. Por eso, no se pueden excluir resultados tan ajustados como el de los polémicos comicios de 2000, cuando algunos centenares de votos disputados bastaron para inclinar la balanza a favor de George W. Bush. Y con un escenario tan polarizado como el de hoy, con un candidato como Donald Trump, la sospecha de que alguien alteró los resultados podría causar una crisis de legitimidad de consecuencias imprevisibles. Para Matthew Rojansky, director del Instituto Kennan del Wilson Center, “uno de los objetivos de Moscú es reducir la confianza de los electores norteamericanos en su propio gobierno y en sus partidos políticos”.

De hecho, el principal temor de las agencias de inteligencia no es que los hackers inclinen la balanza en una u otra dirección, sino que logren sembrar dudas suficientes como para producir caos y alimentar los recelos hacia el sistema democrático norteamericano. Y en ese esfuerzo, el terreno está abonado, pues en la última década la confianza de los estadounidenses en su sistema electoral se ha debilitado. Según una encuesta publicada a mediados de agosto por el Pew Research Center, mientras que en 2004 más del 90 por ciento de los estadounidenses confiaba en que su voto fuera debidamente contado, hoy menos del 80 por ciento piensa así. Y entre los seguidores de Trump, quien se ha encargado de sembrar las dudas, la desconfianza es aún mayor: según el mismo sondeo menos del 40 por ciento confía en el conteo de votos.

En ese sentido, a medida que avanza la campaña resulta cada vez más evidente la cercanía entre Putin y el candidato republicano, quien hace un mes sorprendió al denunciar que las elecciones de noviembre podrían estar “amañadas”. A su vez, las agencias de inteligencia gringas están convencidas de que el gobierno ruso está detrás del ciberataque contra los servidores del Comité Nacional Demócrata un día antes de la convención de ese partido. También sospechan que Moscú es el responsable del ‘hackeo’ de las bases de datos de votantes de Illinois y de Arizona a finales de agosto, lo mismo que del robo de información de los computadores del diario The New York Times en la capital rusa.

Además no hay que olvidar que durante meses Trump y el presidente ruso han intercambiado elogios llenos de creciente admiración. “Creo que tendría una relación muy pero muy buena con Putin y creo que también tendría una muy buena relación con Rusia”, dijo el miércoles el magnate en un foro nacional de seguridad, devolviéndole halagos a Putin, que semanas antes lo había descrito como una persona “brillante”.

“Es claro que el Kremlin prefiere a Trump”, dijo en diálogo con esta revista Lincoln Mitchell, politólogo autor del libro Uncertain Democracy, quien también ve una relación con otras acciones de Moscú en tiempos recientes. “Los ciberataques de los últimos meses muestran el mismo patrón que Rusia ha usado para crear problemas en las comunicaciones, la tecnología y los medios de comunicación en Georgia, Ucrania y los tres países bálticos”, dijo.

Una estrategia mundial

La intervención rusa en la campaña electoral estadounidense no es un hecho aislado, sino que hace parte de la guerra híbrida con la que Moscú ha enfrentado a Occidente desde el conflicto de la ex-República Socialista Soviética de Georgia de 2008, en la que los rusos apoyaron a la región separatista de Osetia del Sur, y Estados Unidos, la Otan y la Unión Europea al gobierno de Tiflis.

“Tras ese conflicto, la elite político-militar rusa concluyó que para reafirmar su papel geopolítico en Eurasia y el mundo ya no eran apropiadas las operaciones militares frontales, como las que emprendía la Unión Soviética”, dijo Mitchell. Desde entonces, Moscú ha desarrollado y aplicado una amplia y compleja estrategia de desinformación, que fue clave para ganar tiempo durante la anexión de Crimea o para entorpecer la investigación sobre el derribo del vuelo MH370 sobre Ucrania.

Esta estrategia incluye ataques cibernéticos de gran escala como los que dejaron a varias entidades públicas, bancos y empresas de Estonia sin servicio de internet en 2007, los que bloquearon el sitio de la Presidencia de Georgia un año más tarde, o los que hicieron colapsar la red eléctrica de Ucrania y dejaron sin electricidad a una parte del país en la última Navidad.

Sin embargo, esa estrategia también incluye acciones más sutiles y difíciles de trazar, como diseminar falsas historias o distribuir documentos espurios en países clave a través de las redes sociales y blogs, pero también a través de medios de comunicación tradicionales, como la agencia de noticias Sputnik o la cadena de televisión Russia Today (hoy RT). Los últimos en la lista son Suecia y Finlandia, que desde hace algunos meses se encuentran en el ojo del huracán debido a los crecientes rumores de que sus gobiernos tienen planes de entrar a la Otan.

Allí, esas fuentes han diseminado historias falsas. Según estas, la adhesión le permitiría a la Otan almacenar material nuclear o atacar a Rusia sin el consentimiento de Estocolmo, y le brindaría una inmunidad casi total a sus soldados, que podrían violar a las mujeres sin temor a la Justicia. Y aunque no esperan convencer a la población de esas mentiras, la estrategia es muy eficaz. “Los rusos están construyendo narrativas, no hechos”, le dijo a The New York Times el periodista y politólogo sueco Anders Linbergh. “El mensaje subyacente es: ‘No le crea a nadie’”.

De cualquier modo, el ciberespacio es un campo de batalla cuyas reglas aún están por definirse y sus consecuencias, por conocerse. Por ahora, solo se puede prever que los ataques continuarán y que la competencia se va a incrementar. Lamentablemente, quienes llevan las de ganar son los países autoritarios que ejercen un férreo control sobre sus medios de comunicación. Como Rusia.