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En 1996, Uwe Böhnhardt y Uwe Mundlos, los dos neonazis que se suicidaron, saliendo del juicio por negar el Holocausto de otro extremista. La justicia ya los tenía en la mira

EXTREMISMO

Heil Hitler!

Alemania está estremecida por el primer caso de terrorismo de derecha desde la Segunda Guerra Mundial. Durante años, tres neonazis asesinaron a varias personas y se sospecha que los apoyaron agentes del Estado.

19 de noviembre de 2011

Las puertas de la comisaría se abrieron y una joven delgada y pálida entró acompañada de su abogado. “Soy la que buscan”, dijo. La mujer acababa de prenderle fuego a su casa en Zwickau –el pueblo donde vivía en el este alemán– y de entregar a un cartero varios sobres con una película. El viernes 4 de noviembre, Beate Zschäpe le ponía así punto final a una vida llena de odio. Pero a la vez, destapaba una de las tramas de terrorismo neonazi más apabullantes de la historia de la República Federal de Alemania.

Con una pistola y un silenciador, Zschäpe y sus amigos Uwe Mundlos y Uwe Böhnhardt –que ese mismo día se suicidaron en el interior de una camioneta– habían desatado desde la clandestinidad una ola de terror que pasó desapercibida por 13 años. El trío mató a ocho ciudadanos turcos, a uno griego y a una policía, detonó una bomba repleta de puntillas en un barrio de inmigrantes y asaltó una docena de bancos. La película, que Zschäpe envió a centros islámicos y a medios, muestra a la Pantera Rosa recorriendo Alemania, baleando extranjeros y exhibiendo fotografías de los recién asesinados. El mensaje final: “Hasta que no haya cambios fundamentales en política, prensa y libertad de opinión, continuaremos nuestras actividades”.

La semana pasada, las investigaciones echaron luz sobre un posible entrelazamiento entre los tres terroristas y organismos de seguridad. El caso ha abierto viejas heridas en la sociedad alemana. Todos se preguntan cómo pudo actuar un grupo de terroristas con tanto sigilo en uno de los países más seguros del mundo. Y los asalta una sospecha: si los protegió una poderosa ‘mano invisible’.

La historia de la Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU, por su sigla en alemán) comenzó en el mismo lugar donde terminó: en el oriente de Alemania, el territorio de la desaparecida República Democrática. Allí, Zschäpe, Mundlos y Böhnhardt crecieron en medio de la crisis del socialismo y en la miseria de un país que fue absorbido por la próspera Alemania Federal tras la caída de la Cortina de Hierro. Los tres comenzaron a frecuentar círculos neonazis que, como a muchos, les dieron una razón para vivir: exterminar extranjeros, izquierdistas y policías, supuestos enemigos de la patria.

Zschäpe, Mundlos y Böhnhardt se radicalizaron y pronto atrajeron la atención del Verfassungsschutz, el servicio secreto alemán, que en 1994 empezó a vigilarlos y en 1998 decidió arrestarlos. Pero cuando la Policía llegó, los amigos habían desaparecido. Solo 13 años más tarde se volvió a saber de ellos. ¿Qué pasó?

Si hay algo claro hasta hoy es que el NSU no era una banda de cabezas rapadas cualquiera. Con el paso de los días, una verdad estremecedora viene saliendo a la luz. Como otros países de Europa, y más recientemente Noruega, Alemania empieza a advertir las amenazas de la derecha radical en el corazón de su sociedad. Un grupo de terroristas pudo asesinar impunemente durante años gracias a la pasividad o, incluso, con la colaboración de agentes del Estado. El semanario Der Spiegel llamó al grupo un “miniejército nazi” y lo comparó con la izquierdista Fracción del Ejército Rojo (RAF) que durante los setenta y ochenta instauró el terror en Alemania.

Las investigaciones señalan a la sede del Verfassungsschutz en la ciudad de Érfurt. En 1998, Zschäpe, Mundlos y Böhnhardt obtuvieron pasaportes falsos y se fugaron. Supuestamente, se les vio en Sudáfrica, Namibia y Hungría antes de regresar a Alemania. En septiembre de 2000 cometieron su primer crimen. A bordo de bicicletas, Mundlos y Böhnhardt se acercaron al dueño de una floristería y le dispararon en la cara. Un año más tarde asesinaron a un costurero. Siguieron siete víctimas más por todo el país, todos extranjeros. Y, finalmente, en abril de 2007, mataron de un tiro en la cabeza a una joven policía en Múnich. Ese año volvieron a desaparecer.

Paradójicamente, la Policía atribuyó los crímenes a bandas de turcos. Lo hicieron porque jamás se enteraron de que en los noventa tres jóvenes con descripciones similares, y prófugos de la justicia, habían sido vigilados por el Verfassungsschutz. La Fiscalía General Federal, que hoy investiga el caso, no logra explicarse por qué nadie alertó a la Policía. Un presunto cómplice del trío ha sido arrestado. El exdirector de la sede del servicio secreto en Turingia está en la mira. Y el caso más apabullante es el de un agente secreto del Estado de Hesse que, pocos minutos antes de un asesinato en un café internet, había estado sentado frente a un computador en el mismo local.

No es la primera vez que la extrema derecha sacude a Alemania. En 1980 una bomba en el Oktoberfest de Múnich dejó 12 muertos, en 1997 un ultraderechista asesinó a un policía y en 2003 fanáticos intentaron detonar una bomba frente a una sinagoga. Pero nunca antes una organización había actuado sistemáticamente, financiándose con el robo de bancos y burlando durante tantos años el sistema de vigilancia.

Los políticos quieren prohibir al ultranacionalista Partido Nacionaldemócrata (NPD, por su sigla en alemán), nido de prominentes ideólogos neonazis. Otros exigen una reforma de los servicios secretos. Pero la mayor preocupación en Alemania es la crisis de credibilidad en que han caído sus instituciones de seguridad. Por eso a nadie le extrañaron las palabras de la canciller Angela Merkel tras la entrega de Beate Zschäpe: “Lo que ha ocurrido es sencillamente bochornoso”.