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INDEPENDENCIA GRITA

La semana pasada presenció la muerte de la Unión Soviética como país y del comunismo como partido.

30 de septiembre de 1991

EL JUEVES EN LA TARDE TUVO LUGAR EL FUneral de las tres víctimas del alzamiento popular que frenó la intentona comunista de reinstaurar el totalitarismo en la URSS. Pero con el telón de fondo de las dificultades que se vivían en los cuatro puntos cardinales de la Unión, muchos pensaron que la ceremonia se celebraba por la URSS. Al final de la semana, con la adición de Moldavia y Azerbaiján, eran ya seis las repúblicas que habían declarado formalmente su independencia del país. Por otra parte, el Soviet Supremo revocó las facultades extraordinarias concedidas meses atrás al presidente Mijail Gorbachov, con lo que le quitó toda posibilidad de influir en el manejo de la economía de la Unión y, de paso, lo convirtió en una figura decorativa. Y el mismo día jueves, decidió suspender las actividades del partido comunista, con lo que selló la defunción del grupo político que fuera el más poderoso del mundo.
Fue una semana que pasará a la historia porque en su transcurso cayeron uno tras otro todos los símbolos de la utopía comunista. Pero a nivel inmediato se confirmó la desmembración política de la URSS, en el efecto paradójico de un golpe que, como el de la semana anterior, estaba destinado a frenar la firma del Tratado de la Unión con que Gorbachov pretendía salvar la integridad de la URSS.
Al final de la semana, parecía presentarse un cierto reflujo del ímpetu secesionista de las repúblicas, y algunas de ellas, como Ucrania y la Federación Rusa, plantearon un convenio al que invitaron a las demás, en un esfuerzo por evitar que la unidad política del país hiciera explosión. Pero ni el Kremlin ni Gorbachov parecían tener ningun papel en el nuevo esquema. Lo cierto es que a través de la historia, los mapas se han dibujado y vuelto a dibujar a partir de la caída de los grandes imperios, como el español, el otomano, el francés, el austroungaro y el británico. Lo que preocupa más es que esos grandes movimientos de fronteras han tenido de por medio con la notable excepción de la reunificación de Alemania grandes derramamientos de sangre.
Las repúblicas bálticas, Estonia, Letonia y Lituania, que tienen más de un año de lucha por su independencia, ya obtuvieron el reconocimiento de más de 15 países, y su separación efectiva es poco menos que inevitable. Se trata de los sectores más desarrollados de la antigua Unión, cuya integridad parece asegurada por la aceptación expresa de la Federación rusa y de Polonia. Pero un posible reclamo territorial de Bielorrusia sobre Lituania, podría desencadenar reivindicaciones de Polonia, el otro vecino. Las declaraciones de independencia de Ucrania, Moldavia y Bielorrusia parecen ser un subproducto de los problemas creados por la autoridad por su ausencia del Kremlin En la tercera, la independencia parece ser más un intento por colocar al país fuera de la persecución anticomunista, pues allí la línea dura y ortodoxa mantiene su influencia. El desastre nuclear de Chernobyl en 1987, agrega un resentimiento que se siente también en Ucrania.
Pero lo que parece haber sido el mayor disparador de la independencia de esas tres repúblicas es la actitud de la Federación Rusa, que bajo ciertas maneras dictatoriales de su presidente Boris Yeltsin, declaró una agresiva independencia que incluyó la asunción de muchas de las facultades del viejo poder central, sobre todo el manejo de la economía. Todo indica que las tres no tuvieron otra alternativa que declarar su independencia, pero eso llevó a Yeltsin a afirmar que Rusia revisaría sus fronteras con ellas, para proteger a las minorías rusas. En el caso de Moldavia, el objetivo final es la reunificación del país con Rumania, de la que fue separada en 1940. La independencia de Ucrania y Bielorrusia, con sus 52 millones de eslavos, inclinaría además la balanza étnica a favor de los musulmanes.
Armenia y Azerbaiján, dos repúblicas que han mantenido un enfrentamiento en los últimos años, tienen posiciones encontradas. Armenia celebra la humillación de Gorbachov, a quien veía como un aliado de sus enemigos. Y éstos, que no pensaban abandonar la Unión, ahora lo hacen por cuenta de una dirigencia de línea dura, al estilo de Bielorrusia Georgia busca salir de la Unión desde noviembre, pero al contrario de las bálticas, carece de apoyo externo.
Las cinco repúblicas musulmanas del Asia central, Uzbekistán, Kazakhstán, Tadjikistán, Turkmenia y Kirguizia, son las menos desarrolladas de la URSS y su independencia podría llevar, a largo plazo, a la creación de un imperio islámico en la región. El mayor temor provendría de Uzbekistán, el país más viable, que tiene además reclamaciones territoriales ante los demás.
El anterior panorama, con lo complejo que parece, no es sino la superficie de una realidad mucho más intrincada. No sólo se trata de que la independencia real, inclusive la de las bálticas, deba pasar todavía por la tarea de determinar cuáles bienes y recursos pertenecen a qué región, ni del inquietante aspecto militar que contempla la posibilidad de que entidades nuevas, aun no estabilizadas, puedan convertirse por herencia en potencias nucleares. También la disolución de la URSS implica consecuencias para más de 75 millones de personas que viven en tierras diferentes de las propias, y para los matrimonios interétnicos, de los que no hay estimación estadística.
Esas implicaciones se expresan, por ejemplo, en que en Rusia viven ocho millones de ucranianos y en Ucrania 12 millones de rusos. Ese patrón macro se repite, en múltiples oportunidades, entre las 104 etnias (reconocidas en 1970), que hablan más de 130 lenguas que abarcan los alfabetos cirílico, latino, turco y árabe.
Todo ello conforma un coctel explosivo que podría estallar en miles de situaciones diferentes. De ahí que la mayoría de los analistas miren con creciente preocupación la caída del imperio soviético que, como todas las caídas imperiales, podría llevarse la paz en su reflujo.