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¿Indígenas al poder?

Detrás de las protestas en Ecuador hay una tensión étnica que amenaza la estabilidad de ese país.

5 de marzo de 2001

El panorama anuncia tormenta en Ecuador. Hasta hace ocho días el presidente Gustavo Noboa y sus asesores se trasnochaban pensando en tres problemas: el desastre ecológico en las Galápagos, el anuncio de España de la devolución de más de 150.000 ecuatorianos y el juicio político contra el ministro de Finanzas.. En sus agendas estos asuntos pesaban más que la protesta indígena, que el gobierno minimizaba.

Este nuevo incendio social se prendió el 21 de enero, fecha hito para los indígenas pues el mismo día del año anterior provocaron la salida del presidente Jamil Mahuad. Ese día la principal organización indígena del país, el Consejo de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), comenzó una jornada pacífica de protesta.

Pero el domingo 28 los indígenas cambiaron de estrategia y hablaron de una nueva ‘toma’ de Quito, el bloqueo de carreteras y la desobediencia civil hasta que el gobierno derogara todas las medidas económicas tomadas en diciembre, entre las que se destacan el incremento de los precios de los combustibles (hasta el ciento por ciento), de las tarifas de energía y telefonía y de los pasajes del transporte público (hasta 75 por ciento).

En menos de dos días más de 15.000 indígenas (este pueblo representa el 30 por ciento de los habitantes ecuatorianos) bloquearon las principales carreteras, se tomaron 14 antenas de transmisión de radios y televisoras; desabastecieron mercados de pueblos y generaron una aguda escasez de comestibles, especialmente en la capital. Más de 450.000 cajas de flores estaban sin poder enviarse a Estados Unidos para San Valentín, 600.000 huevos estaban sin exportarse a Colombia y el sector lechero anunciaba pérdidas por 30 millones de dólares...

La primera respuesta del gobierno fue descartar un diálogo “sobre demandas imposibles de atender”. Y anunció que no permitiría la acción de “dirigentes extremistas contrarios al sistema democrático que manipulan sus funciones directivas convocando a manifestaciones, con el propósito de perturbar el ordenamiento constitucional de la República”.

De nada sirvió el anuncio y la militarización. Y un hecho que calentó más los ánimos: el arresto del líder indígena Antonio Vargas y del sindicalista Luis Villacís.

El Congreso Nacional, la jerarquía católica, las cámaras de la producción y los medios de comunicación instaron al diálogo “antes de que la situación se agrave”. Las partes aceptaron la mediación de una organización de municipalidades y el jueves al mediodía el gobierno anunciaba que el diálogo se consolidaba y esperaban tener una solución pronto.

Parecía que ambas partes hablaran de dos países distintos. En una esquina el gobierno, los gremios y la sociedad mestiza pedían poner las cuentas en orden y modernizar el país . Y en la otra, los indígenas se negaban a aceptar cualquier medida económica. Pero en el fondo al parecer hay más que eso.

César Montúfar, catedrático de la Universidad Andina, dijo a SEMANA que “el gobierno nacional, haciendo alarde de un completo despiste político, no se da cuenta de que las motivaciones internas, íntimas, de los cientos y miles de familias indígenas hoy levantadas son expresión de un malestar, de una tensión étnica y cultural que rebasa los objetivos de la movilización. Es su respuesta al racismo y exclusión sobre las que se ha construido el Ecuador”. Un concepto en el que repetidamente vienen insistiendo los principales medios de comunicación.

El 80 por ciento de los cerca de cuatro millones de indígenas vive en el campo en situaciones de pobreza absoluta y con todos los problemas que esto acarrea. Por eso su protesta, desde hace decenas de años, enarbola la misma bandera de lucha contra esa miseria. Pero desde 1986 ese pedido es más sistemático: ese año constituyeron la Conaie, una organización sólida regional, articulada en todo el territorio nacional y con la conciencia de que son capaces de hacer tambalear al poder.

Año tras año y con más fuerza los indígenas confrontan su relación con el poder, ayudados inclusive por mestizos con poder como oficiales de las Fuerzas Armadas y miembros de sectores sociales en crisis. Y siempre el gobierno se enfrenta al reto de una solución casi imposible. “En este, un país tan trabado institucional y socialmente, los hechos coyunturales sólo pueden dar victorias y derrotas pasajeras”, dijo a SEMANA el sociólogo Jorge León.

Mujer de piel curtida y largas trenzas azabache, Blanca Chancoso, la segunda dirigente indígena, explica que los mestizos aún no entienden que el pedido de sus pueblos indígenas es la reivindicación cultural. “Buscamos materializar nuestros mitos y leyendas, como nación existente, dotada de capacidad pensante y hablante dentro de la estructura social. Pero la élite política mira para otro lado”.

Sin embargo este incendio étnico también se alimenta con la manipulación que hace la dirigencia indígena, especialmente Vargas. Una situación que señalan otros líderes indígenas e inclusive la Iglesia, que otrora respaldaba de manera monolítica a los indígenas. Monseñor Mario Ruiz Navas, presidente de la Conferencia Episcopal, dice que “el gobierno no puede dialogar con alguien que le pone una pistola en el pecho y le pide cosas imposibles”. El miércoles el cardenal Antonio José González advirtió que los dirigentes indígenas están vendiendo la falsa ilusión de que cambiando gobiernos se solucionan los problemas. Se trata de una dirigencia que replica los mismos vicios de los políticos mestizos. En marzo próximo la Conaie tendrá elecciones y Vargas está debilitado en su poder interno. Autocríticas de otros líderes indígenas, e inclusive testimonios escritos de militares que participaron en el golpe a Jamil Mahuad, muestran cómo Vargas utilizó a las bases y presionó para derrocar a Mahuad “pues perdía poder en el movimiento”.

Vargas también ha sido cuestionado en el movimiento por el manejo que hizo de una convocatoria a consulta popular para irse contra todo (fin de todos los poderes democráticos, dolarización, medidas económicas...). Entonces se demostró que él apoyó las falsificaciones de varias decenas de miles de firmas. “El actual liderazgo ‘ultrarradical’ de la Conaie en vez de vincular las aspiraciones del movimiento indígena con la visión de otros sectores lo conduce a su aislamiento y el enfrentamiento”, dice Montúfar.

Gremios, Iglesia, analistas... mantienen el temor de que una vez más se maneje la lógica de vencedores y derrotados sin importar quiénes sean. La pregunta que todos se hacen es cómo obrar para que mestizos e indígenas se acepten y reconozcan mutuamente.