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‘Houston, tenemos un problema’

La tragedia de esta ciudad podría convertirse en la prueba de fuego de Trump. No solo por su actitud negacionista del cambio climático, el responsable del evento, sino por su falta de empatía con las víctimas.

2 de septiembre de 2017

La cuarta ciudad de Estados Unidos, Houston, recibió en menos de una semana el equivalente de cuatro veces el caudal del río Misisipi. Desde el viernes de la semana pasada, las lluvias del huracán Harvey se abatieron sobre la capital petrolera del mundo, que se convirtió en un lago de un metro y medio de profundidad y varios kilómetros cuadrados de extensión. Allí, 48 personas perdieron la vida, 13.000 tuvieron que ser rescatadas, 30.000 fueron evacuadas y varios cientos de miles perdieron sus viviendas. Se calcula que reparar y limpiar la ciudad costará hasta 160.000 millones de dólares.

Harvey no fue el huracán más fuerte de la historia, pero las lluvias torrenciales que lo acompañaron sí rompieron todos los récords. En menos de cinco días, la región recibió más agua que durante todo un año y el Servicio Meteorológico de Estados Unidos tuvo, incluso, que agregarles nuevos colores a sus gráficos para poder registrar los inusuales volúmenes de las precipitaciones. Y a todo eso se agregó el jueves la explosión de una planta química en Crosby, que liberó sustancias tóxicas que se diluyeron en el agua empozada. Tras arrasar con el sur de Texas, Harvey se dirigió hacia el estado vecino de Luisiana, donde su ola destructiva dejó a Beaumont, Port Arthur, Lake Charles y a cientos de pueblos y pequeñas ciudades en las mismas condiciones que Houston.

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“Esto tiene proporciones épicas. Nadie había visto nada igual”, afirmó el martes el presidente Donald Trump en su visita a Texas. Durante el recorrido, el magnate dijo que todo iba a estar bien y que “solo vamos a felicitarnos cuando todo haya terminado”. Sin embargo, no se reunió con las víctimas de la tragedia, y solo se refirió a ellas el jueves por Twitter, después de recibir varias críticas. Por su parte, la primera dama (su esposa Melania) subrayó la desconexión de la Casa Blanca al embarcarse hacia la zona de la catástrofe luciendo unos altísimos zapatos de tacón, con el pelo recién arreglado y unas gafas negras de aviadora.

La tormenta perfecta

“Uau, ahora los expertos dicen que Harvey es una inundación que solo sucede cada 500 años”, trinó Trump el lunes, después de que fuera clara la magnitud de la catástrofe. Sin embargo, los especialistas tenían muy presente que una tragedia como esta podía ocurrir debido a la falta de regulación urbanística de Houston y sobre todo al cambio climático. Un término falso para el magnate, que durante la campaña de 2016 dijo que este era una invención de China, y ya como presidente sacó a Estados Unidos del Acuerdo de París, desfinanció los programas para estudiar el fenómeno y prohibió toda alusión al tema en los documentos oficiales.

Pero como quedó claro esta semana, no basta con desear que un problema desaparezca para que se resuelva. Pues si bien los tornados han existido desde siempre, es claro que los 20 billones de galones que Harvey vertió sobre Houston y sus alrededores no tienen nada de normal. Por el contrario, esas cantidades apocalípticas de lluvia están directamente relacionadas con el reciente aumento de la temperatura de las aguas del golfo de México, debido a los gases de efecto invernadero. Pues cuanto más caliente sea el océano, más rápido se evapora el agua y se mantiene durante más tiempo en la atmósfera en forma de vapor. “Los cálculos iniciales apuntan a que estas condiciones llevaron a que la tormenta fuera un 30 por ciento más húmeda”, le dijo a SEMANA David W. Titley, profesor de meteorología de la Universidad Estatal de Pensilvania.

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A su vez, existen fuertes indicios de que la temperatura de la atmósfera favoreció la intensidad y la velocidad con la que se formó Harvey, que en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en el huracán más fuerte de la última década. Como dijo a SEMANA Katharine Hayhoe, la directora del Centro de la Ciencia Climática de la Universidad Texas Tech, “los huracanes toman su energía de las aguas cálidas del océano. Y como cerca del 90 por ciento del exceso de temperatura que producen los gases de efecto invernadero termina en el mar, hay grandes posibilidades de que esos sistemas estén contribuyendo a la formación de tormentas mucho más poderosas que en el pasado”. De hecho, además de Harvey, la región de Houston sufrió en 2015 y en 2016 otros dos huracanes que, según los registros históricos, solo debería suceder cada 500 años.

A esa situación se agrega un contexto político idóneo para la catástrofe. Y esto por dos razones. Por un lado, Texas es un estado dominado por el Partido Republicano, cuya línea oficial consiste en negar el vínculo entre el cambio climático y la actividad humana. Por eso, tanto el actual gobernador, Greg Abbott, como sus antecesores Rick Perry y George W. Bush son abiertamente negacionistas, lo mismo que sus dos senadores, Ted Cruz y John Cornyn, que han recibido más de 3 millones de dólares en donaciones del lobby del petróleo. A su vez, ambos le enviaron a finales de mayo una carta firmada por otros 20 congresistas en la que le piden a Trump renunciar al Acuerdo de París.

Por el otro, Houston es conocida como la ciudad sin límites, debido, entre otras cosas, a una ausencia de regulación urbanística que en las últimas décadas ha permitido crecer en forma incontrolada las zonas construidas. Según una investigación de la ONG ProPublica, entre 1996 y 2011 las áreas pavimentadas aumentaron en un 26 por ciento, sobre todo en antiguas ciénagas y pantanos (conocidos localmente como bayous). Como dijo en diálogo con esta revista Andrew Dessler, profesor de Ciencias Atmosféricas de la Universidad de Texas A&M, “el ‘todo vale’ de Texas es el verdadero problema de fondo: estos políticos se oponen a cualquier medida o regulación que pueda afectar los negocios”. Exactamente lo mismo se puede decir sobre el gobierno de Donald Trump.

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Y eso se expresa de dos maneras. En primer lugar, el magnate escogió para su gabinete presidencial a varios negacionistas, entre ellos el propio director de la Agencia de Protección Ambiental, Scott Pruitt. El lunes, este dijo en una entrevista con una emisora de Texas que “la ciencia no debe dictar la política de Estados Unidos”. En segundo lugar, el propio Trump ha adoptado una serie de medidas para reversar varias de las iniciativas de la administración Obama para afrontar el cambio climático. Entre ellas, las que buscan detener el círculo vicioso en el que han entrado ciudades como Houston, que una y otra vez ha construido en los mismos terrenos anegables. Según las estadísticas del Programa Estadounidense de Seguros contra Inundaciones, apenas el 2 por ciento de las propiedades concentra el 40 por ciento de sus recursos. Hoy, esa entidad tiene un déficit de 24.000 millones de dólares.

En buena medida, la mayoría de los dispositivos diseñados para combatir esas catástrofes son disfuncionales porque están basados en los promedios de los últimos 100 años. Lo cierto es que en las últimas décadas las intervenciones humanas han alterado de tal manera la atmósfera y los océanos, que los especialistas consideran que el planeta ha entrado en una nueva era geológica llamada Antropoceno. En plata blanca, eso significa que las tormentas como Katrina, Andy o Harvey no se producirán cada cinco siglos, sino que pueden llegar a convertirse en algo normal. Y no solo en Estados Unidos.

De hecho, hay varios indicios de que esa situación ya es una realidad. Pues mientras que la catástrofe de Texas ha acaparado los titulares de prensa, India, Bangladés, Nepal y otros países de Asia han sufrido las peores inundaciones de los últimos 40 años, con 1.200 muertos y casi 10 millones de desplazados. Del mismo modo, no son ninguna casualidad las avalanchas de lodo que hace dos semanas dejaron 500 muertos en Sierra Leona, el desbordamiento del río Yangtsé, que a principios de julio arrasó una vasta área de China oriental, o los más de 100 muertos que dejaron las inundaciones de marzo en Perú. Hoy, reversar esa tendencia parece una misión imposible y todos los esfuerzos se están concentrando en detener el proceso. Pero con un personaje como Trump en la Presidencia de Estados Unidos, hasta ese objetivo parece ambicioso.