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Inundados de violencia

Masacres, asesinatos y secuestros, con el narcotráfico de fondo, tienen a Centroamérica al borde del colapso. Aunque la región trata de reaccionar, una debilidad institucional crónica la empuja al abismo.

18 de junio de 2011

La escena del 15 de mayo pasado fue escalofriante, incluso para un país acostumbrado a la violencia: 27 cadáveres, atados de las manos, decapitados y desparramados en Los Cocos, una finca perdida en la selva del Petén, en el norte de Guatemala. Junto a los jornaleros asesinados, un mensaje, escrito con sangre, firmaba la masacre: "Z 200". Diez días después, la sigla volvió a aparecer en Cobán, una ciudad vecina, al lado de los miembros descuartizados del fiscal Allan Stowlinsky. Dos escenas de horror, una declaración de guerra. El sanguinario cartel mexicano de Los Zetas había empezado su asalto a Guatemala. El presidente Álvaro Colom no dudó en decir: "Nos están invadiendo".

Pero las atrocidades del norte de Guatemala son solo las noticias más visibles de la barbarie que asalta a toda Centroamérica, región que la OEA describió como "la más violenta del mundo". La tasa de homicidios de El Salvador y Honduras sobrepasa los 67 por cada 100.000 habitantes, más del doble que Colombia, y en Guatemala asesinan en proporción cuatro veces más que en México. A diario los periódicos abren sus ediciones con "Sicarios matan jefe de fiscales", "Asesinado frente a sus hijos" o "Apuñalados en un bus".

Incluso en los países más tranquilos, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, la criminalidad está desbocada. La angustia es tal que la próxima semana diez mandatarios del continente, entre ellos Juan Manuel Santos, y cuarenta delegaciones internacionales se van a reunir en Ciudad de Guatemala para buscar soluciones.

En los últimos años, Centroamérica se ha vuelto cada vez más valiosa para los capos. De corredor para las toneladas de cocaína de Colombia y Perú, el istmo pasó a ser una bodega donde los envíos se "enfrían" antes de ir a Estados Unidos. Hace dos meses, las autoridades incluso descubrieron un narcolaboratorio en Honduras. Se calcula que entre el 60 y el 90 por ciento de la cocaína que va a Norteamérica transita por ahí.

Bruce Bagley, profesor de la Universidad de Miami especializado en tráfico de drogas, le explicó a SEMANA que aunque el consumo de cocaína en Estados Unidos se redujo a la mitad, con seis millones de personas que compran 40.0000 millones de dólares anuales, sigue siendo el mayor mercado del mundo. El analista también afirma que "las victorias parciales en los otros países tienen un 'efecto cucaracha': no acaban el problema, sino que lo trasladan".

El proceso comenzó a finales de los noventa, cuando los buques del cuerpo de Guardacostas y los aviones de la DEA desplazaron a los narcos del Caribe al Pacífico y a México. Y se intensificó desde 2006, cuando el nuevo presidente mexicano, Felipe Calderón, les declaró la guerra a los carteles. Aunque a un costo enorme, pues la reacción de los carteles ha significado la muerte de miles de civiles, las autoridades mexicanas lograron capturar capos, rutas y cientos de toneladas de coca, y produjeron lo que algunos llaman el 'efecto globo', según el cual cuando se aprieta a un lado, se infla en el otro. "La presión de México movió el centro de gravedad del narcotráfico hacia nuestra región", le dijo a SEMANA Pedro Trujillo, director del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Francisco Marroquín, de Guatemala.

Y es que pocos territorios como Centroamérica pueden ser tan fértiles para traficar, corromper y asesinar. Las guerras civiles dejaron entre 45 y 80 millones de armas en circulación, según el Comando Sur del Ejército de Estados Unidos. Y a principios de los noventa, miles de pandilleros deportados de California formaron las ultraviolentas maras, hoy aliadas con los narcos. Javier Meléndez, analista nicaragüense de seguridad, le dijo a SEMANA que "en Centroamérica hay una situación de posguerra que dejó miles de hombres con capacidad letal sin opciones de reinserción".

Además, los capos aprovechan la fragilidad crónica de las instituciones de la mayoría de los países centroamericanos: Policía subentrenada, un sistema carcelario deficiente, funcionarios corruptos, impunidad y más de la mitad de centroamericanos en la pobreza. El guatemalteco Rafael Mendizábal, exfiscal antinarcóticos de su país y actual secretario ejecutivo de la Comisión contra el Contrabando, le explicó a SEMANA que "el Ejército no cuenta con un número suficiente de elementos, la justicia sigue siendo débil, hay un gran número de delitos que no son investigados y muy pocos tribunales para hacer los juicios".

La amenaza acecha por ahora el Triángulo del Norte: Guatemala, Honduras y El Salvador. En este último país, los carteles mexicanos usan las temidas maras Salvatrucha y 18 para hacer el trabajo sucio. Mauricio Funes, el presidente, advirtió que se enfrentaba a un "enemigo muy poderoso". En Honduras la penetración es tal que la semana pasada las autoridades dijeron que Joaquín 'el Chapo' Guzmán, capo de Sinaloa y el hombre más buscado del mundo desde la muerte de Bin Laden, ha pasado temporadas en el norte del país.

Para Meléndez, "las rutas del tráfico son administradas por grupos regionales, trasladan la droga para los mexicanos. Pero hay un fenómeno creciente de 'tumbe', se roban las drogas que van a México. Eso explica el incremento del sicariato en Costa Rica, Panamá o Nicaragua".

Pero Guatemala es, hoy por hoy, el país que más preocupa en la región y varios analistas piensan que está en vías de convertirse en un Estado fallido. Ni siquiera hay carros blindados para los funcionarios judiciales, hacen falta 25.000 soldados y policías y 90 por ciento de los crímenes quedan impunes. El propio presidente Colom dijo: "Puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que los gobiernos anteriores planificaron la entrega del país al narco".

La pelea se concentra en Petén y Alta Verapaz, en el norte selvático, olvidado y deshabitado, que comparten una frontera porosa con México. Barones de la coca, escuadrones paramilitares y pistas clandestinas proliferan. Decenas de avionetas quemadas por los narcos que 'coronaron' yacen en el Parque Nacional Laguna del Tigre, una muestra de la vitalidad del negocio.

Ante problemas de tal dimensión, los mandatarios de Centroamérica, una región de 45 millones de habitantes divididos en siete países, entendieron que les tocaba enfrentar el problema juntos. Desde ya anunciaron la necesidad de un Plan Colombia para la región de por lo menos 900 millones de dólares para la lucha antidrogas, cifra similar a lo que obtuvo Colombia en 2001, el año que más recibió.

Es claro, como dice además Pedro Trujillo, que así como el criminal traspasa con facilidad las fronteras de la región, es necesario "tomar medidas comunes contra el lavado, intercambiar inteligencia, tener extradición inmediata y medidas de persecución penal en 'caliente' que permitan continuar por encima de las fronteras e intercambio de información eficiente".

Pero pocos creen que los mandatarios puedan superar las divisiones regionales. Basta con decir que a finales del año pasado Costa Rica y Nicaragua estuvieron a punto de enfrentarse. Además, no es seguro que inyectando millones de dólares a un sistema corrupto y débil se logre acabar el problema. "No existen las condiciones para un Plan Colombia; primero hay que hacer reformas penitenciarias, policíacas, de inteligencia, desarrollar las instituciones", afirmó Bruce Bagley.

Y es verdad que el embate del narcotráfico desnuda los defectos endémicos de Centroamérica, pero sobre todo revela el descalabro total de la guerra contra las drogas. Porque ya no importa si es México, Colombia o Guatemala. Como le dijo a SEMANA Sandino Asturias, nieto del Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias y director del Centro de Estudios de Guatemala, "el fracaso es el combate del narcotráfico. Si no se reduce la demanda, hay oferta. Y si hay militarización, la violencia se desborda".