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Un navío chino y otro japonés navegan cerca de las islas Senkaku/Diaoyu en el mar de China. | Foto: AP

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Japón y China: una nueva batalla por un antiguo conflicto

Las manifestaciones por la compra de las islas Senkaku/Diaoyu por parte del gobierno japonés se han intensificado con el aniversario de la invasión de Manchuria durante la Segunda Guerra Mundial.

Felipe Restrepo Acosta
18 de septiembre de 2012

Las protestas que se han registrado en los últimos días en varias ciudades de China tienen como objeto un diminuto archipiélago compuesto por cinco islas y tres rocas, todos deshabitados y estériles.

Se encuentran a unos 3.700 kilómetros al oriente de la China continental, y a una distancia similar de la isla japonesa de Okinawa. Desde el espacio parecen cubos de concreto olvidados en la inmensidad del océano Pacífico.

La controversia entre los dos países comienza por el nombre usado para referirse a ellas, pues mientras que para Japón se trata las islas Senkaku, para China son las Diaoyu y para Taiwán las Tiaoyutai. En Occidente se las conoce desde el siglo XIX como las islas Pinnacle ('Pináculo').

Una de las razones que podrían ayudar a entender el altercado que ha opuesto a nacionalistas chinos y nipones, es un informe de Naciones Unidas, publicado a finales de los años sesenta, según el cual hay reservas de gas y petróleo en el lecho marino sobre el cual se asientan.

En ese aspecto, el asunto que opone a estas dos naciones asiáticas se puede asimilar a las tensiones que vive el Lejano Oriente en su conjunto en la zona del mar de China, que también competen a Indonesia, Vietnam, Brunéi, Camboya, Tailandia, Malasia, Vietnam y Singapur.

Sin embargo, el actual conflicto sobre el archipiélago Senkaku/Diaoyu tiene particularidades que lo hacen a la vez más antiguo y más actual que una disputa minera, o que un altercado fronterizo.

El porqué de las manifestaciones

Las manifestaciones chinas se vieron desencadenadas por la compra por parte del gobierno nipón del archipiélago a sus propietarios (también japoneses) en dificultades. El precio acordado ha sido 2.050 millones de yenes, que corresponden a unos 49.000 millones de pesos.

Para las autoridades chinas, sin embargo, la compra de las islas constituye una farsa. “La última de una ráfaga de provocaciones propagandísticas por parte de Tokio”, según afirma en una nota de Xinhua, la agencia oficial de noticias de su gobierno.

En efecto, desde el Ministerio de Exteriores de este país se ha advertido que el gigante asiático desconocerá cualquier acción nipona por nacionalizar el archipiélago.

Para Japón, sin embargo, las pretensiones de China —y también de Taiwán— no tienen más sustento que el descubrimiento de recursos minerales, siendo las islas territorios asociados al archipiélago de Ryukyu. El cual, se afirma, es territorio japonés desde hace más de cinco siglos.

Las razones históricas

El 18 de septiembre de 1931 tuvo lugar el incidente de Mukden, en el cual se dinamitó un tramo del Ferrocarril del Sur de Manchuria, de propiedad japonesa, por el cual las autoridades niponas culparon —equivocadamente— a la disidencia china.

El evento desencadenó la anexión de la Manchuria china por parte de Japón, que solo volvió a ser administrada por Pekín en 1948, tres años después de la Operación Tormenta de Agosto, en la cual se enfrentaron el Ejército Imperial Japonés y el Rojo con un saldo general de entre 30.000 y 100.000 soldados muertos.

Aunque las tensiones por la soberanía del archipiélago Senkaku/Diaoyu comenzaron antes del aniversario, la coincidencia de las fecha ha llamado la atención. De hecho, el incidente de Manchuria y sus efectos en la soberanía China son uno de los principales combustibles del nacionalismo en el país del dragón.

Según los análisis de algunos diarios internacionales, las manifestaciones se dieron en un contexto que ya estaba enrarecido por un fuerte sentimiento antijaponés, lo que ha llevado a cuestionar lo oportuno que ha resultado el incidente.

El corresponsal del semanario británico The Economist se pregunta por ejemplo “¿Puede una situación como esta haber sido planeada?”, y aporta una fotografía en la que se puede apreciar a un policía de paisano animando una de las manifestaciones (la imagen incluye el carnet del presunto policía).

Así mismo, esta revista habla de un déjà vu, que evoca las protestas antiniponas de 2005, lo mismo que las violentas manifestaciones contra los Estados Unidos y la OTAN en 1999 tras el bombardeo de la embajada china de Belgrado durante la Guerra de los Balcanes.

A su vez, William Wan del Washington Post, ha señalado que “las autoridades chinas tienen un doble discurso al fomentar discretamente las protestas antijaponesas, al tiempo que tratan de frenarlas en público”.

De hecho, que en un país donde casi cualquier manifestación es reprimida sin ambages, haya tolerado protestas en una treintena de sus ciudades —algunas de ellas con casos de vandalismo y de degradación— resulta por lo menos llamativo.

¿Pasará a mayores?

Aunque Japón tenga dificultades con el ascenso económico-militar-político de China, y aunque a esta le resulten insoportable los reflejos imperiales del país del sol naciente, existen razones para pensar que primará la política de contención.

En la actualidad, China es el principal socio comercial de Japón, y, a su vez, el gigante asiático es el cuarto mayor socio comercial de la nación nipona. Antes de desencadenar una confrontación —así sea diplomática— es probable que cada parte sopese concienzudamente las repercusiones económicas y comerciales que esta tendría.

Pese a las sospechas de implicación oficial en las protestas, The Economist pone de manifiesto la próxima celebración del congreso quinquenal del Partido Comunista, el cual ha suscitado una gran expectativa debido a que en su marco se elegirán nuevos líderes. Y nadie quiere lucir débil ante los japoneses.

Por su parte, señala el semanario, los medios sociales como Twitter han jugado un papel protagónico en las manifestaciones, y la participación de agentes oficiales no implica que estos ‘indignados’ en un país monopartidista no tengan buenas y sinceras razones para protestar.

Sin embargo, este episodio no parece tener ninguna posibilidad de evolucionar hacia una ‘primavera árabe versión china’.

En gran medida, la verdadera amplitud de los choques entre los nacionalismos de los dos países dependerá de la posición que tome Estados Unidos, que por ahora se ha mantenido al margen de la confrontación. En época de elecciones, además, resulta muy improbable que alguna instancia mayor estadounidense se pronuncie al respecto.
 
Sin embargo, el archipiélago Senkaku/Diaoyu está bajo el control administrativo de Japón, y por ende cobijado por el Tratado de Cooperación y Seguridad Mutuas entre este y los Estados Unidos. El Artículo 5 de ese documento estipula que un ataque armado contra cualquiera de estos países se considera una amenaza para ambos.