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La única persona a la que Bush nombró por su nombre y sus apellidos durante el lanzamiento de su campaña fue a su esposa, Columba Garnica Gallo. Él se enamoró desde el primer momento. Pero a ella le tomó alguno meses acostumbrarse a las diferencias que los separaban. | Foto: A.F.P. / EFE

ESTADOS UNIDOS

Jeb, el Bush latino

El tercer Bush en buscar la Presidencia es demasiado conservador para los demócratas y demasiado liberal para los republicanos.

20 de junio de 2015

John Ellis Bush, o simplemente Jeb, es un republicano inusual. Cree que la inmigración es buena para su país. Se convirtió al catolicismo. Ha respaldado iniciativas bipartidistas. Y habla la lengua castellana con fluidez: “Trabajen con nosotros por los valores que compartimos y por un gran futuro que es nuestro”, dijo en español ante los 3.000 seguidores que el lunes asistieron al lanzamiento de su campaña presidencial.

Los cubanos, los mexicanos y el resto de los latinos que lo acompañaban en un auditorio del Miami Dade College explotaron de alegría. “Júntense a nuestra causa de oportunidad para todos, a la causa de todos los que aman la libertad y a la causa noble de los Estados Unidos de América”, agregó antes de concluir en inglés que, sea cual sea la lengua que se use para decirlo, los tiempos que se avecinan serán los mejores de la historia de su país.

Y no le faltan las razones para adoptar esa postura. Si bien es cierto que en las últimas décadas los ultraderechistas del Tea Party han dictado las políticas del Partido Republicano, en el mismo lapso la población estadounidense ha sufrido profundos cambios. Piensen lo que piensen los sectores más conservadores, la sociedad gringa es hoy mucho más progresista y multiétnica.  Y Bush, un experimentado político de una familia Wasp (acrónimo en inglés de blanco, anglosajón y protestante) tiene unas circunstancias personales muy favorables para aprovechar esa tendencia en una campaña presidencial.

La respuesta estaba en el mismo auditorio donde lanzó su campaña, exactamente en la primera fila, junto a su señora madre, Barbara, y su tres hijos, George III, Noelle y John (también conocido como Jeb jr.). Se trata de su esposa, Columba Garnica Gallo, una mexicana de tez trigueña, rasgos indígenas, un metro cincuenta de estatura, mirada serena y sonrisa franca, de la que se enamoró desde el primer instante en que la vio, en 1971. Y el flechazo fue de tal magnitud, que el propio Jeb lo ha definido en los siguientes términos: “Mi vida puede definirse de una manera real y potente, que es a. C. y d. C., o sea antes de Columba y después de Columba”.

Desde entonces, en efecto, su existencia comenzó a girar en torno a ella, su cultura, su lengua e incluso su religión. Antes de cumplir los 20 años, Jeb se retiró de la prestigiosa Phillips Academy en Massachusetts –la misma a la que habían asistido los dos expresidentes de su familia, su padre George y su hermano mayor George W.– y realizó en un tiempo récord una maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Texas. Según él, Columba lo había ‘ajuiciado’, pues hasta entonces había sido mal estudiante, más bien dado a la buena vida. Se casaron menos de dos años después de conocerse.

Luego de graduarse, Jeb pasó casi tres años en Venezuela, donde sus habilidades lingüísticas fueron clave para abrir una sede del Texas Commerce Bank.  En 1980, sin embargo, regresó a Estados Unidos y se sumó al equipo de campaña de su padre, que en esa ocasión perdió la nominación republicana ante Ronald Reagan. Poco después, Jeb se instaló en Miami y, fiel a la tradición familiar, se dedicó a hacer dinero. Solo tras amasar una fortuna de algunos millones de dólares entró a la política.

Primero fue secretario de Comercio de Florida y, tras un primer intento fallido a principios de los noventa, fue elegido gobernador de ese estado, donde ha pasado la mayor parte de su vida. De hecho, la decisión de instalarse en uno de los centros urbanos más latinos de todo Estados Unidos no se debió al azar. “Escogimos vivir en Miami porque es una ciudad bicultural”, explicó en una larga entrevista a finales de 2013, durante el lanzamiento de su libro Immigration Wars. “Yo quería que mis hijos crecieran en un ambiente con esas características”.

Y en abril de este año, en un discurso pronunciado en la Universidad Metropolitana de Puerto Rico, vinculó su experiencia familiar con la de los millones de personas que no nacieron en Estados Unidos, pero que han hecho sus vidas en ese país. “Conozco el poder de la experiencia del inmigrante porque la vivo todos los días. Conozco la experiencia del inmigrante porque me casé con una hermosa chica de México. Mis hijos son biculturales y bilingües”, dijo en esa ocasión.

Hoy, en Estados Unidos hay 25 millones de votantes latinos, desde los años setenta la proporción de ciudadanos multirraciales se ha multiplicado por diez, y para nadie es un secreto que en las próximas décadas los blancos dejarán de ser mayoría. Y esas son pésimas noticias para el Partido Republicano, cuyas bases han sido tradicionalmente los blancos que llevan varias generaciones en el país.

“Se trata de un hecho demográfico que Mitt Romney subvaloró en 2012, en gran medida porque tuvo que adoptar una posición antiinmigración en las primarias, lo que espantó a los latinos en las elecciones generales”, le dijo a esta revista Tom Sutton, autor de varios capítulos del libro Presidents and the Constitution. “Mientras que una gran parte de los electores republicanos quiere un control más severo de la inmigración, el resto de los electores quiere una política más moderada”. El propio Jeb lo sabe y se refirió a la paradoja de su candidatura con una frase afortunada, que podría explicar las diferencias de su discurso según hable ante una audiencia anglohablante o una hispana: “Hay que perder las elecciones primarias para poder ganar las generales”.

De cualquier modo, durante el lanzamiento de su campaña su apuesta fue clara. Por un lado, cuando un grupo de manifestantes lo interrumpió para protestar a favor de la inmigración, el candidato se salió de su libreto y les dijo: “El próximo presidente aprobará una gran reforma migratoria para resolver ese problema, y no lo hará mediante una orden ejecutiva”. Y por el otro, en ese momento histórico hubo dos grandes ausentes: su padre y su hermano. Nada menos que los únicos republicanos que han ocupado la Presidencia de su país durante el último cuarto de siglo.

Visiblemente, hay algo de los republicanos de pura cepa que no termina de cuajar en Jeb.  Como le dijo a SEMANA Sandy Maisel, profesor de Gobierno del Colby College de Maine, “los votantes de las primarias republicanas son muy conservadores y Bush es demasiado liberal para ellos”.

“Soy muy rico”

Donald Trump no tiene posibilidades de alcanzar la Presidencia de su país. Pero su candidatura, aún ridiculizada, podría hacer mucho ruido.

El discurso con el que el multimillonario Donald Trump lanzó su candidatura a la Presidencia podría pasar a la historia como la perorata de un tipo lleno de odio hacia los latinos, los asiáticos y todo lo que se oponga a su idea de Estados Unidos.
 
Como si se tratara de un capítulo de su serie El aprendiz, Trump, de 69 años, usó ocho veces la palabra “estúpidos” para referirse a los líderes demócratas, puso en duda la inteligencia de sus contrincantes republicanos, y trató de “perdedores” a quienes no tienen –como él– una fortuna de varios miles de millones de dólares. De hecho, algunos comentaristas se han preguntado con ironía si Hillary Clinton no le estará pagando para hacer quedar en ridículo al Partido Republicano.

Sin embargo, sean cuales sean sus intenciones, lo cierto es que las encuestas le dan un 4 por ciento de favorabilidad entre los electores de su partido. Y con eso le alcanza para participar en los debates que la cadena Fox va a organizar entre los precandidatos a partir de agosto, y que solo incluirán a diez aspirantes. Entonces, sus posiciones radicales pueden marcar el debate y llevar a su partido incluso más a la derecha de lo que ya se encuentra.