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Julian Assange: "Yo no las violé, les hice el amor"

Anna Ardin y Sofía Wilen son las dos mujeres suecas que mantuvieron relaciones sexuales con el fundador de WikiLeaks y cuya denuncia desembocó en un lío diplomático que interesa a todo el planeta.

16 de agosto de 2012

Julian Assange tuvo relaciones sexuales consentidas y por separado con dos bellas jóvenes en sus respectivos y pequeños apartamentos de Estocolmo en el verano de 2010. Este asunto que bien podría haber quedado en la esfera íntima de los tres, desembocó en el asilo que Ecuador le dio este jueves al fundador de WikiLeaks en un abierto desafío a Inglaterra y Estados Unidos.
 
¿Por qué un asunto tan privado y en el que las partes han aclarado, una y otra vez, que fueron a la cama voluntariamente terminó convertido en un escándalo de alta diplomacia internacional? La historia comenzó en el verano de ese año cuando Assange fue invitado como conferencista a un seminario a Suecia en momentos en que era una verdadera estrella mediática por haber puesto al desnudo los secretos más íntimos de Estados Unidos y sus aliados.
 
Anna Ardin, de 28 años, nacida en Cuba, soltera, amante de la rumba y conocida activista política en Suecia se mostró solidaria y dijo que ella podía hospedarlo en su casa. Aunque no lo conocía, a todos los organizadores les pareció una buena idea. No solo porque así ahorraban costos sino que ella podría controlar mejor la agenda del invitado ya que oficiaba como jefa de prensa del evento.
 
Si bien entre los dos ni siquiera habían cruzado palabra, ella ya le había expresado la admiración por su trabajo en varios correos electrónicos: “Te admiro mucho”, “Eres muy inteligente”, “Eres muy valiente”. Ella lo llevó a la casa y después de una velada animada, con una cena sencilla y un par de vinos, terminaron acostándose juntos. “Hubo sexo consentido por las partes”, dice la historia.
 
A la mañana siguiente, Anna llamó a varios amigos y organizó una fiesta en honor del hombre que había dejado en ridículo al poderoso departamento de Estado de los Estados Unidos al revelar, entre otros, 400.000 documentos secretos sobre la guerra en Irak y 250.000 sobre el manejo de las relaciones exteriores de la superpotencia con otros países.
 
En el seminario, en el que por supuesto Assange fue vitoreado como una estrella de rock, conoció a Sofía Wilen, de 20 años, quien también lo invitó a su casa y con la que igual tuvo una noche de sexo consentido. Ella, “una mujer que posee un cuerpo muy atractivo”, según la describió Assange, se mostró muy complaciente. Con ninguna hubo violación ni acceso carnal violento sino relaciones sexuales entre personas mayores de edad.
 
Assange abandonó Estocolmo y Anna y Sofía conversaron telefónicamente como buenas amigas. En la conversación, confesaron lo vivido y ambas explotaron. Se llenaron de ira y fueron a denunciarlo ante la justicia por “la renuncia del australiano a utilizar condón”. En Suecia este no es un hecho marginal sino un asunto de extrema gravedad porque la mujer puede reclamar que se atentó contra su cuerpo poniéndolo en evidente riesgo.
 
Anna, por ejemplo, alegó que durante la relación se les rompió el condón y que ella le pidió que se detuviese, pero que él no se quiso contener y siguió hasta terminar. Sofía calificó la relación de “confortable”, pero especificó que en la madrugada mientras “estaba medio dormida”, él volvió a penetrarla y que en ese momento “no tenía preservativo”.
 
La jueza Eva Finné les preguntó que si ambas habían consentido la relación. Ellas dijeron que sí. Entonces desechó el caso. Sin embargo, antes de que fuera archivado por completo, otra juez lo reabrió con el argumento de que en efecto se le podía procesar por haber hecho “sexo por sorpresa”, que en Suecia es la relación íntima sin preservativo.
 
El proceso avanzó y los amigos de ambas empezaron a aconsejarles que miraran bien lo que estaban haciendo porque podría tratarse de un asunto de celos mal manejado. Ellas insistieron. Luego el tono se elevó y los mismos integrantes del colectivo que había llevado a Assange a Estocolmo terminaron en una agria disputa. Unos decían que estaban locas, las vertientes feministas les daban la razón y los más apocalípticos pronosticaron que ese sería el fin de Assange. Entonces ambas se hicieron célebres.
 
Para unos eran unas heroínas valientes que mostraban que los hombres no podían hacer lo que quisieran en la cama con sus cuerpos. Para otros, eran unas simples fichas de la CIA.
 
A Anna, por ejemplo, se le investiga ahora con lupa todo su pasado. Se le ha dicho que como cubana es posible que sea una infiltrada de la CIA que desde su posición va derribando regímenes comunistas. Otros le sacaron a relucir un escrito de ella titulado “Siete maneras de vengarse de tu novio”.
 
Lo cierto es que Assange viajó al Reino Unido cuando el caso ya estaba tan avanzado que Suecia pidió su extradición. Al principio, él se limitó a decir: “Yo no las violé, hice el amor con ellas”. Pero luego su abogado argumentó que detrás de todo estaba el poder del imperio en referencia a Estados Unidos. Y cuando nadie lo esperaba, Assange puso sus ojos en un país lejano, Ecuador, pidió asiló y Rafael Correa, su presidente, se lo otorgó. Hoy el asunto es primera plana en el planeta.