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JUNTOS PERO NO REVUELTOS

Los disturbios de Gaza reviven el problema de la convivencia racial en Israel

8 de febrero de 1988

La escena se ha vuelto ya cosa de todos los días. Cada mañana, en alguno de los pueblos de la franja de Gaza ocupada por Israel en 1967, un grupo de jóvenes se reúne a tirarle piedras a las patrullas del ejército judío que vigilan la localidad.
Después de varias escaramuzas y de lanzar gases lacrimógenos, algún militar israelí pierde la paciencia y decide usar su fusil, hiriendo o matando a algún manifestante. La tensión crece y crece hasta que finalmente, a punta de fuerza, se logra imponer la calma.
Ese, a grandes rasgos, es el libreto que se viene siguiendo en el medio oriente desde el 9 de diciembre pasado, cuando los refugiados palestinos que habitan las zonas ocupadas de Gaza y Cisjordania comenzaron con una serie de protestas que hoy en día han acaparado buena parte de la atención mundial. En la que ha sido considerada por los expertos como una de las más graves crisis afrontadas por el gobierno de Tel Aviv, la mano dura impuesta por las autoridades ha dejado un saldo de cerca de 30 manifestantes muertos, más de 20 heridos y unos 2 mil arrestados. Adicionalmente, los sucesos han puesto a prueba la amistad de Israel con sus principales aliados de Occidente, al mismo tiempo que han elevado la presión en una zona del mundo donde las cosas, normalmente, son difíciles.
El problema, en esta ocasión, comenzó hace un mes largo cuando 4 palestinos murieron en un accidente de tránsito, al chocar con un camión israelí. El evento fue suficiente para inspirar las protestas de cientos de jóvenes palestinos que ocupan la llamada franja de Gaza, un territorio de 365 kilómetros cuadrados que era administrado por Egipto hasta 1967, cuando fue tomado por Israel en la famosa guerra de los Seis Días.
Con 630 mil habitantes, la mayoría de los cuales viven en condiciones de pobreza absoluta (La densidad es de 2.100 habitantes por kilómetro cuadrado, una de las más altas del mundo), la zona es considerada como un verdadero polvorín. El odio tradicional entre palestinos y judíos no ha hecho sino acrecentarse y cualquier oportunidad es suficiente para salir a las calles.
Es esa la razón por la cual el 9 de diciembre cientos de jóvenes manifestaron para protestar por la muerte de los 4 palestinos. La respuesta del ejército no se hizo esperar, y en medio de los choques un soldado mató a un manifestante. Como consecuencia, lo que había comenzado como un incidente local se extendió a las zonas de Cisjordania y llegó incluso hasta Jerusalén, la ciudad sagrada. La ola de protestas se volvió cotidiana y el 21 de diciembre los 600 mil árabes que son ciudadanos de Israel -un 20% de la población-, participaron en un paro cívico en solidaridad con los palestinos.
La magnitud del problema llegó a tal extremo, que la semana pasada ya se estaba hablando de desobediencia civil continuada como una manera de lucha no violenta ejercida con el fin de provocar cambios en la actitud de Tel Aviv.
La cosa, sin embargo, no es tan fácil. El problema palestino es tan viejo como la creación del estado judío en 1948 y ambos bandos se profesan un odio profundo. Los palestinos, por ejemplo, se niegan a reconocer la existencia de Israel como nación y a través de la conocida Organización para la Liberación de Palestina, OLP, han llevado a cabo espectaculares actos terroristas.
Si esa circunstancia hace las cosas difíciles, hay que agregar que en esta oportunidad el problema es aun más complejo. A pesar de que el gobierno del primer ministro Yitzakh Shamir dice que las manifestaciones son inspiradas por la OLP, la evidencia indica otra cosa. Según los corresponsales de prensa que han estado en la zona, los disturbios son protagonizados por jóvenes que, al cabo de años de odio y rencor, le han perdido el respeto a los rifles del ejército israelí. En medio de condiciones de extrema miseria los manifestantes sienten que no tienen nada que perder. En la banda de Gaza 77% de los habitantes tiene menos de 29 años (60% tiene menos de 19 años) y, por lo tanto, no es difícil encontrar voluntarios cuando de enfrentar al ejército se trata. Sin trabajo, sin patria y sin porvenir, los jóvenes palestinos se consideran "la caneca de basura" del mundo y, en esas circunstancias, la vida no vale mucho .
Las cosas no van mejor si a lo anterior se le adiciona la actitud de Israel. Los palestinos que trabajan son en su mayoría obreros de fábricas, en las que el salario alcanza escasamente para subsistir. Adicionalmente, la gran mayoría se hacina en una quincena de campos de refugiados donde no hay agua potable ni existen las comodidades básicas. Las condiciones de vida son tan malas que la semana pasada David Mellor, viceministro británico de Asuntos Exteriores, las calificó de "chocantes e inhumanas" y de constituir una "afrenta a los valores civilizados". El comentario, que provocó una indignada reacción de las autoridades israelíes y de representantes de la comunidad judía internacional, fue, sin embargo, respaldado por el Foreign Office británico.
Como si todo eso no fuera suficiente, al clima de tensión hay que agregarle la actitud del ejército israelí que no se caracteriza, precisamente, por su guante de seda. A pesar de los continuos problemas de orden público, en el Estado judío no existe un cuerpo antimotines dotado de camiones lanza-agua ni militares equipados con escudos y armas que disparan balas de caucho -tal como sucede en Corea del Sur. Por la tanto, los únicos recursos que tienen las patrullas del ejército son los gases lacrimógenos, el bolillo y, cuando la cosa se pone fea, el arma de dotación. Aunque los soldados tienen orden de disparar a los pies de los manifestantes, es fácil equivocarse.
Semejante actitud provocó una fuerte reprimenda por parte de la Casa Blanca a finales de 1987 la cual, a pesar de la amistad entre Washington y Tel Aviv, le jaló las orejas públicamente a su aliado por considerar que se le estaba yendo la mano.
La controversia internacional volvió a aumentar la semana pasada, cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas censuró a Israel por su intención de expulsar a nueve palestinos, considerados como agitadores profesionales por los judíos. De llevarse a cabo, los votantes en la ONU consideran que la deportación sería violatoria de la cuarta convención de Ginebra, que establece reglas para la conducción de asuntos en zonas conquistadas en guerra. La moción de censura fue votada unánimemente, con la participación de los Estados Unidos que, por primera vez en 6 años, sufragó en contra de su primer aliado en el medio oriente.
El clima enrarecido contra Israel no se circunscribió solamente al edificio de la ONU en Nueva York. En los países árabes hubo muestras de apoyo a los manifestantes palestinos y llamados para que Tel Aviv le dé una solución política al problema. Las protestas fueron especialmente llamativas en Egipto, único país árabe que tiene relaciones diplomáticas establecidas con Israel, y le colocó un signo de interrogación al entendimiento futuro entre el país judío y sus vecinos.
En particular, hubo quejas en torno a los juicios contra los manifestantes detenidos, los cuales recibieron penas mínimas de tres meses de cárcel y multas equivalentes al salario de todo un año. Semejante actitud, se cree, no hará sino fomentar el odio y la enemistad hacia los judíos en Gaza y Cisjordania.
Como es corriente en estos casos, la respuesta de Tel Aviv a los regaños provenientes del extranjero fue continuar con la medicina, pero en dosis más grandes. Tal como anotara Shamir: "apreciamos los consejos, pero vamos a actuar como creamos mejor".
Por lo tanto, sólo queda esperar más mano dura. De alguna manera, el sentimiento prevaleciente ahora en Tel Aviv es el de que una vez más Occidente les ha volteado la espalda y no entiende que la solución tiene que ser militar. Tal actitud es fuertemente respaldada por el público. Una encuesta reciente reveló que 69% de los israelies deseaban medidas más duras contra los palestinos y un 80% favoreció la expulsión de los activistas instigadores. Esa opinión ha sido tenida en cuenta cuidadosamente por el gobierno el cual, con elecciones este año, se ha cuidado muy bien de no hacer cosas que le puedan ganar la antipatía de los votantes.
Con todas esas piezas colocadas en el tablero, es dudoso que en el futuro se encuentre una solución pacífica. El ministro de Relaciones Exteriores israelí, Shimon Peres, ha propuesto una conferencia internacional, pero la idea no ha tenido eco en ninguna parte.
A su vez, algunos líderes palestinos están hablando de resistencia pacífica. Hanna Siniora, editor de un periódico en Jerusalén propuso un boicot a los bienes israelíes, comenzando con los cigarrillos y siguiendo después con las bebidas gaseosas.
"Gandhi comenzó con sal. Nosotros lo estamos haciendo con cigarrillos", anotó Siniora quien es considerado como uno de los líderes moderados del movimiento palestino.
Del éxito de esa postura dependerán los próximos acontecimientos. A pesar de que la idea fue secundada por algunos, lo cierto es que los manifestantes piensan en algo más radical, y lo más seguro es que los disturbios y las muertes continúen. Actualmente, el ejército israelí ha entrado a la zona tres veces más soldados de los que necesitó para conquistarla en 1967. La situación es tan tensa que la semana pasada alguien comentó que si Jesucristo hubiera nacido este 25 de diciembre, su principal amenaza no habría sido Herodes sino la de ser alcanzado por un proyectil en las innumerables áreas de conflicto. Las perspectivas son tan oscuras que, para muchos, sóldo la intervención divina podría calmar los ánimos en una región donde por miles de años, los hombres de todas las razas se han enfrentado por el control del territorio.