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La apuesta equivocada de Osama

El terrorismo islámico de Al Qaeda pensó erradamente que la violencia desatada contra Estados Unidos el 11 de septiembre volcaría a la gente a su favor.

Fareed Zakaria
9 de septiembre de 2002

En una de sus legendarias intervenciones llenas de brillo Sherlock Holmes dirigió la atención de la policía hacia el curioso comportamiento de un perro en la noche del homicidio. El sorprendido inspector señaló que el perro había estado silencioso durante toda la noche. "Eso fue lo raro", explicó Holmes.

Mirando retrospectivamente hacia los sucesos del último año me viene a la mente aquella historia porque el evento más importante que ha tenido lugar es la ausencia de evento. Desde aquel terrible día de septiembre de 2001 todos hemos estado atentos, esperando escuchar la iracunda voz del fundamentalismo islámico que suponíamos irrumpiría por todo el mundo árabe e islámico. Pero en vez de ello sólo se ha escuchado? silencio.

El estado de salud de Al Qaeda es otro asunto bien distinto. La organización de Osama Ben Laden puede estar en dificultades pero -más probablemente- sólo está agazapada en la sombra, tramando nuevos golpes. En el pasado ha sabido esperar varios años después de una operación antes de montar la siguiente. Sin embargo Al Qaeda es una banda de fanáticos, con membresía limitada a unos cuantos miles. Está buscando un grupo mucho más nutrido de seguidores.

Después de todo esa fue la intención de los ataques del 11 de septiembre. Ben Laden esperaba que mediante esos espectaculares actos de terror se galvanizaran movimientos radicales a todo lo ancho del mundo islámico. Sin embargo durante el último año ha sido difícil encontrar algún político musulmán importante o algún partido o publicación que se haya vuelto abanderado de sus ideas. De hecho, las acaloradas protestas que han surgido en contra de las recientes ofensivas militares de Israel y del 'unilateralismo' norteamericano han oscurecido el hecho de que durante este último año los fundamentalistas han estado callados y se han replegado. El Islam político radical -que creció en fuerza y en furia desde la revolución iraní de 1979- ya pasó su punto de apogeo.

Tiempos distintos

Compárese el panorama actual con aquel de hace una década. En Argelia los fundamentalistas islámicos acababan de ganar unas elecciones y parecían estar a punto de tomar el control del país. En Turquía un partido islamista radical ganaba terreno y llegaría pronto al poder. En Egipto el régimen de Hosni Mubarak estaba aterrorizado frente a grupos que habían logrado eficazmente cerrar el país al turismo extranjero. En Pakistán los molás habían logrado intimidar al Parlamento hasta el punto de hacerlo aprobar leyes contra la blasfemia. Tan sólo unos pocos años antes el ayatola Khomeini, de Irán, había promulgado su fatwa contra el novelista Salman Rushdie, quien aún tenía que vivir bajo custodia armada en algún lugar secreto. En todo el mundo árabe predominaban las conversaciones acerca del Islam político: cómo organizar un Estado musulmán, implantar la Sharia y practicar la banca islámica.

Si se observan esos países en la actualidad las cosas son bien distintas. En Irán los molás aún reinan pero son despreciados. Los gobiernos de Argelia, Egipto, Turquía y (en menor grado) Pakistán han aplastado todas sus agrupaciones islámicas. Muchos temían que, como resultado de ello, los fundamentalistas se convirtieran en mártires. De hecho, les ha tocado moverse rápidamente para sobrevivir. En Turquía los islamistas se han convertido en liberales que buscan el ingreso del país a la Unión Europea.

Muchos grupos islámicos se encuentran postrados y muchos aún promueven el terrorismo; pero, ¿cómo puede lograr sus objetivos un movimiento político cuyo nombre nadie se atreve a pronunciar? Una revolución, y en especial una revolución transnacional, necesita ideólogos, panfletos y líneas partidistas para hacerle llegar al mundo un mensaje articulado. Requiere políticos dispuestos a abrazar su causa. Los islámicos radicales están callados por la simple razón de que cada vez menos personas están comprando su producto.

No me malinterpreten. Lo anterior no significa que la gente del Oriente Medio esté contenta con sus gobiernos, o que apruebe la política exterior norteamericana, o que haya terminado por aceptar a Israel. Todas esas tensiones siguen allí . Pero la gente ha dejado de considerar al fundamentalismo islámico como su tabla de salvación.

La juventud de los años 70 y 80, que provenía de los pueblitos y se trasladó a las grandes ciudades utilizando al Islam como cubierta protectora, está alcanzando la etapa intermedia de su vida. La nueva generación es, en todo punto, tan iracunda, rebelde y amarga. Pero los jóvenes de hoy crecieron en el medio urbano, ven programas de televisión occidentales, compran productos de consumo masivo y tienen parientes que viven en Occidente. Los Talibán no revisten atractivo alguno a sus ojos. La mayoría de la gente común se ha percatado de que el Islam fundamentalista no aporta respuestas reales a los problemas del mundo moderno: sólo plantea fantasías. No quieren reemplazar la modernidad occidental por otra cosa, sino que quieren combinarla con el Islam.

Accion violenta

Lamentablemente nada de eso trae consigo el final de nuestros problemas. El mundo árabe sigue siendo una región en efervescencia. Sus problemas demográficos, políticos, económicos y sociales son inmensos y, probablemente, harán rebosar la copa. Por fuera del Oriente Medio, en lugares como Indonesia, los fundamentalistas aún no han tocado fondo. Sin embargo se requiere una ideología llamativa y sugestiva para transformar la frustración en acción efectiva y sostenida. Lastimosamente esto tampoco significa el final del terrorismo. A medida que pierden atracción política con frecuencia los movimientos revolucionarios se hacen 'más' violentos. El académico francés Gilles Kepel, quien documenta bien el fracaso del Islam político en su excelente libro Jihad, realiza una comparación con el comunismo. Fue durante los años 60, después de que el comunismo perdiera cualquier posible atractivo para la gente común y corriente -luego de las revelaciones acerca de las atrocidades de Stalin, luego de la invasión de Hungría y cuando su modelo económico se estaba pudriendo-, que los radicales comunistas optaron por el terror. Se hicieron miembros de las Brigadas Rojas, de la Banda Stern, de los Naxalitas, de Sendero Luminoso. Habiendo renunciado a conquistar el corazón de la gente esperaron que la violencia intimidaría a las personas, volcándolas a su favor. Ese es el punto en el cual se encuentra actualmente el Islam político radical.

Para Estados Unidos eso significa que no hay motivo para el pesimismo. La historia no está del lado de los molás. Si los terroristas son derrotados y los fundamentalistas encuentran oposición se desvanecerán. Occidente debe jugar su papel, pero, ante todo, los musulmanes moderados deben apersonarse. Esto también significa que la causa de la reforma del mundo árabe no está tan perdida como parece en la actualidad. No nos encontramos frente a una región que presente una alternativa poderosa a las ideas occidentales sino ante una región abrumada por problemas. Si dichos problemas no son enfrentados y remediados -si sus gobiernos se hacen menos represivos, si reforman sus economías- con el tiempo la región dejará de producir terroristas y fanáticos. Hubo un tiempo en el cual los japoneses practicaron el bombardeo suicida. Ahora fabrican juegos para computadores.

Puede que sea difícil ver la luz desde el punto en el cual nos encontramos -aún sumidos en la guerra antiterrorista- cuando aparecen nuevas células, cuando las modalidades del terror se multiplican, así como los métodos para diseminar doctrinas venenosas. Pero el enemigo está enfermo de muerte. Como dijera Winston Churchill en 1942: "Este no es el fin; ni siquiera el comienzo del final, sino que es el fin del comienzo".