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La apuesta de Obama en Latinoamérica

El viaje que empieza este fin de semana el presidente de EE.UU., Barack Obama, por Brasil, Chile y El Salvador está cargado de simbolismo político. No haber venido a Colombia seguirá despertando críticas.

Juan Carlos Iragorri, corresponsal de SEMANA en Washington
20 de marzo de 2011

Entre el sábado 19 de marzo y el miércoles 23, el presidente estadounidense Barack Obama cruzará de Este a Oeste toda América Latina en un viaje criticado por algunos pero que, viéndolo bien, tiene mucho simbolismo. Con su visita al Brasil, Chile y El Salvador, Obama enviará un mensaje de respaldo a tres países que en los años 70 tuvieron dictadores apoyados por Estados Unidos y que hoy constituyen democracias tan sólidas que han sido o son encabezadas por antiguos militantes de grupos izquierdistas que hace cuatro décadas fueron víctimas de la represión militar.
 
Dilma Rouseff es uno de esos ejemplos. Encarcelada y torturada por una dictadura que entre 1964 y 1985 contó con el apoyo de Washington, esta antigua guerrillera marxista recibirá, sólo 78 días después de haberse posesionado como presidenta, al propio Barack Obama, a su esposa Michelle y a un numeroso equipo de asesores. Todo un gesto, asimismo, porque el primer presidente afroamericano de Estados Unidos pisará por primera vez el país con mayor población afrodescendiente fuera del África. También será la primera vez, en vísperas de un diálogo de alto nivel entre Brasilia y Washington, en que el presidente estadounidense vaya al Brasil antes de que su colega brasileño aterrice en la capital gringa. Como si fuera poco, Obama sabe que Dilma Rouseff es la primera mujer que llega a la presidencia brasileña. Un hito.
 
Ha dos factores más que dejan clara la importancia de la visita de Obama al Brasil. El primero es el afán de ambas naciones por recomponer los nexos diplomáticos luego de los desencuentros entre Lula y el actual inquilino de la Casa Blanca, un problema de diferencias políticas y de química personal. Ese afán de recomposición comenzó el primero de enero. Como le recordó a SEMANA Paulo Sotero, profesor de The George Washington University y director del Instituto Brasil del Centro de Académicos Woodrow Wilson de la capital norteamericana, “ese día, para asistir por dos horas a la posesión de Dilma Rouseff, la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton suspendió sus vacaciones y voló lejísimos hasta Brasilia”.

La grieta entre Obama y Lula era profunda. Conviene recordar que el año pasado al entonces presidente brasileño le dio por mediar en la crisis generada en la Casa Blanca a causa del programa nuclear que impulsaba el presidente iraní Mahmud Ajmadineyad. Tampoco hay que olvidar que Lula se negó a condenar ciertas accciones de su vecino el presidente venezolano Hugo Chávez, que no es precisamente el más querido en Washington. Pero con Dilma Rouseff las cosas serán son a otro precio, así ella forme parte del Partido de los Trabajadores de Lula. Ya lo anunció Antonio Patriota, el canciller de Rouseff: “Va a haber continuidad; pero continuidad no significa repetición”.

Los asuntos económicos dominarán la agenda que deben despachar Obama y Dilma. No en vano ambos representan a la primera y a la novena economías del mundo. Estados Unidos arroja un millonario superávit comercial con Brasil, en tanto que para muchas empresas brasileñas, como la gigantesca fabricante de aviones Embraer, el mercado estadounidense es el más importante de todos. La ecología será otro tema prioritario para Obama, más con un país que alberga la mayor parte de la selva amazónica. “El presidente norteamericano es consciente de que si se va a discutir del cambio climático, Brasil debe estar entado a la mesa”, dice Sotero.

En Chile, en cambio, Obama busca otros objetivos. El presidente norteamericano pronunciará en Santiago un discurso centrado más en Latinoamérica como región, y escogió a ese lugar por lo que representa. Tal como le indicó a SEMANA el chileno Sergio Bitar, académico del Diálogo Interamericano en Washington y que fue ministro de los presidentes Salvador Allende, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, “la idea de Obama es dar desde Santiago una señal en tres sentidos”. Y se explica así: “Por un lado, pretende poner al país como ejemplo de una transición a la democracia desde la derrota de Augusto Pinochet (dictador militar apoyado por la Casa Blanca entre 1973 y 1990). Por otro, quiere resaltar el desarrollo económico chileno. Y, finalmente, destacar los éxitos de la política social y de la lucha contra la pobreza”. Y aunque es verdad que el actual presidente de Chile, Sebastián Piñera, ha sido el primer conservador que asume el poder en unas elecciones desde 1958, también es cierto que lo consiguió luego de los exitosos gobiernos de líderes de centroizquierda como Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y la Bachelet.

El Salvador será capítulo aparte en la gira de Obama. Reunirse con el presidente Mauricio Funes, un hombre que militó en el Frente Farabundo Martí para La Liberación Nacional (FMLN), que por años fue enemigo acérrimo de los gobiernos respaldados por Washington, constituirá un hecho político inusual para un jefe de Estado gringo. Para darle más realce al encuentro, Obama modificó la costumbre. Tradicionalmente, cuando un presidente nortemericano iba a alguna capital centroamericana, veía allí mismo a todos los jefes de Estado de la región. En este caso sólo hablará con Funes.

La charla se centrará en dos tópicos. Para empezar, la Casa Blanca cree que Funes puede convertirse en el socio confiable en Centroamérica para combatir las ‘maras’ y frenar el éxodo de jóvenes hacia Estados Unidos. También hay que considerar que un tercio de los salvadoreños viven fuera del país y que los que habitan en Estados Unidos envían de vuelta a casa, a título de remesas, una auténtica fortuna. El año pasado giraron 3.600 millones de dólares, cifra nada despreciable en una nación de 21.000 kilómetros cuadrados y 7,1 millones de habitantes.

No obstante, pese al simbolismo de la gira de Obama por Brasil, Chile y El Salvador, han seguido apareciendo algunas críticas al viaje. Para algunos analistas, resulta imperdonable que desde su poesión el 20 de enero de 2009 el presidente norteamericano sólo haya viajado a dos países latinoamericanos: México y Trinidad y Tobago. Otros consideran que en Colombia, uno de los aliados más sólidos de la Casa Blanca, persiste el desencanto desde que a finales de enero Obama anunciara la gira en el Discurso del Estado de la Unión en una sesión conjunta del Senado y la Cámara de Representantes en Washington. El gobierno de Juan Manuel Santos le quitó, sin embargo, hierro al episodio. Finalmente, cree la Casa de Nariño, Obama debe venir a principios el año próximo a la Cumbre de las Américas en Cartagena y, además, con lo empantanado que está el TLC, “una visita suya en estos momentos haría que tanto el presidente nortamericano como Santos se sintieran muy incómodos”, según le dijo a esta revista Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano.

Pero las críticas surgirán nuevamente en Colombia a partir del sábado, si es que los sucesos en Libia o los enfrentamintos con el Congreso por la ley de Presupuesto no echan por la borda la gira de Obama. Habrá quien, con respecto a Estados Unidos, repita la frase según la cual “con esos amigos, pa’ qué enemigos”. Habrá quien recuerde lo dicho por el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, para quien “ser enemigo de Estados Unidos es peligroso, pero ser amigo es fatal. Y habrá quien, mucho más radical casi insensato, traiga a la memoria las palabras del ex presidente estadounidense Harry Truman cuando advirtió: “Si quieres conseguir un amigo en Washington, compra un perro”. Como quiera que sea, lo cierto es que en pleno 2011 esta región sigue echando de menos una iniciatva estadounidense como la Alianza para el Progreso que lanzó John F. Kennedy hace ahora 40 años.