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La batalla del siglo XXI

Aunque China y Estados Unidos se dan abrazos en las reuniones internacionales, las dos superpotencias afilan sus cuchillos en el mar del Sur de China.

26 de noviembre de 2011

"Estados Unidos es un poder del Pacífico y estamos aquí para quedarnos". La frase del presidente Barack Obama, que pronunció en una larga gira por Hawái, Indonesia y Australia, no podía ser más clara. Después de desgastarse durante más de una década en Irak y Afganistán, los Estados Unidos están decididos a neutralizar el peso creciente de China.

La primera movida fue en Hawái, donde Obama organizó la cumbre de la Cooperación Económica Asia-Pacífico (Apec). Anunció que iba a acelerar el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico, un megatratado de libre comercio entre nueve países. Invitó a los chinos, pero con condiciones imposibles de cumplir. Obama criticó abiertamente a Beijing, diciendo que ya eran "adultos" y tenían que "cumplir con las reglas".

El segundo acto fue militar. Obama reveló que 2.500 marines se van a instalar en Darwin, una ciudad en el norte de Australia. Al mismo tiempo, la secretaria de Estado Hillary Clinton anunció en Filipinas que había consolidado acuerdos militares en la región. El Pentágono también dijo que iban a tener barcos de guerra anclados permanente en Singapur y expuso un calendario de ejercicios militares con las Armadas de Malasia, Singapur, Filipinas e Indonesia.

Cuando Obama llegó a la cumbre de países de Asia Oriental en Indonesia, ya sus intenciones eran evidentes. Movió piezas estratégicas en los países que rodean el mar del Sur de China, un espacio tan grande como el Mediterráneo cuya supremacía se disputan China, Taiwán, Filipinas, Malasia, Brunéi, Indonesia y Vietnam. Beijing reclama el dominio total de estas aguas, que no solo tienen petróleo y gas, sino que son un nudo del comercio marítimo por donde navega la mitad de la carga del mundo y el 60 por ciento de las importaciones energéticas de China, Corea y Japón.

La región es vital para el equilibrio mundial y su control es fundamental para que Beijing se consolide como superpotencia, así como lo hizo Estados Unidos con el mar Caribe a comienzos del siglo XX. En esa dirección, China desarrolla una flota de guerra moderna, con portaaviones, submarinos, fragatas, destructores y misiles balísticos que son capaces de hundir cualquier barco a más de 1.400 kilómetros.

Por eso, los países del mar del Sur de China, con los que Beijing ha tenido roces, recibieron a Obama con los brazos abiertos. Aunque las importaciones de armamento se han incrementado, no tienen otra opción que apoyarse en los estadounidenses. Los chinos recibieron la maniobra de la Casa Blanca con irritación. Anunciaron ejercicios navales; el Global Times, un periódico controlado por el Partido Comunista, advirtió que "no hay aguas internacionales en el mar del Sur de China" y que "cualquier país que quiera ser un peón en el ajedrez de Estados Unidos podría perder oportunidad de beneficiarse de la economía china". Y el presidente Wen Jiabao dijo: "Los países del este de Asia son capaces de resolver sus disputas solos", lo que en el almidonado lenguaje diplomático quiere decir: "Yanquis, no se metan".