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El presidente Mahinda Rajapaksa celebra en el aeropuerto de Colombo a su llegada de Jordania.

SRI LANKA

La batalla final

El ejército de Sri Lanka derrotó a los Tigres Tamiles y dio fin así a 26 años de guerra civil. Pero eso no garantiza que llegue la paz a ese martirizado país del océano Índico.

23 de mayo de 2009

Todo parece indicar que la guerra civil más larga de Asia ha terminado. El Ejército de Sri Lanka anunció su victoria sobre los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil (Ltte, por su sigla en inglés), guerrilla independentista que desde 1983 mantuvo una sangrienta lucha con el gobierno por la independencia de la etnia tamil. Mayoritariamente hinduístas, los tamiles son el 10 por ciento de la población de la isla y se han sentido discriminados por los gobiernos cingaleses que han dirigido el país desde la independencia en 1948.

La muerte de Velupillai Prabhakaran, el célebre fundador de la que llegó a ser la más sofisticada y feroz guerrilla del mundo, fue anunciada con regocijo por el presidente Mahinda Rajapaksa, y las calles de Colombo se convirtieron en escenario de festejo. En el operativo, las tropas cingalesas mataron también a dos de sus comandantes: Potty Amman, jefe de inteligencia, y Soosai, jefe de la fuerza naval.

Pero la victoria militar no es garantía de una paz justa y duradera, y nada ha cambiado, excepto que el sueño de Eelam (Sri Lanka en tamil) ya no será posible. Como dijo a SEMANA la antropóloga María Victoria Uribe, autora del libro Salvo el poder, todo es una ilusión (paralelo entre las Farc, IRA y el Ltte), "se acabó el enfrentamiento entre Tigres y Ejército, pero no el problema entre tamiles y cingaleses".

La muerte de Prabhakaran es, sin embargo, "un golpe mortal para los Tigres, pues había un gran culto a su personalidad", afirma Uribe. El líder era venerado como un dios entre sus compañeros, y buena parte de la población tamil. No resulta del todo equivocada la percepción de megalomaníaco que tienen de Prabhakaran sus detractores, pues no sólo cometió graves errores que le hicieron perder apoyo entre la propia comunidad tamil, sino que tampoco se preocupó por dejar un sucesor, y su hijo Charles Anthony, heredero natural, fue también muerto por las tropas de Sri Lanka.

Fueron precisamente los desaciertos del líder los que llevaron a los Tigres al desastre. En 2002, durante las negociaciones que siguieron al cese al fuego negociado por Noruega, rechazó la oferta del gobierno de conceder autonomía al tercio de territorio que en ese momento gobernaban de facto los rebeldes en el este y el norte del país, y desperdició la mejor oportunidad que en 26 años de guerra tuvieron los tamiles para satisfacer sus demandas. Además, promovió la abstención en las elecciones de 2005, y esto permitió a Mahinda Rajapaksa llegar al poder y, cuatro años después, cumplir su promesa de liberar el territorio isleño "del terrorismo".

Resulta improbable, por tanto, que a corto plazo los rebeldes logren reorganizarse, aunque no hay que descartar que con el paso de algún tiempo surja un nuevo líder capaz de aglutinar a los tamiles en torno a su causa. Porque mientras los tamiles se sigan sintiendo excluidos por los cingaleses, el conflicto étnico persistirá.

¿Qué viene ahora?

El futuro de Sri Lanka depende, en últimas, del uso que de la victoria haga el gobierno cingalés. Como declaró a SEMANA Ram Manikkalingam, catedrático y director del Grupo de Diálogo y Consejería de la Universidad de Ámsterdam, y asesor principal de la ex presidenta de Sri Lanka, Chandrika Kamaratunga, "el gobierno tiene el poder de presentar una solución política seria que satisfaga las demandas del pueblo Tamil, si así lo desea".

Pero la actitud oficial ha dejado mucho que desear, y la poca información que se tiene de la ofensiva final sugiere una tremenda carnicería, que el diario The Washington Post calificó como genocidio. Aunque el Presidente afirmó que ningún civil había muerto a manos del Ejército, Vinayagamoorthy Muralitharan, un antiguo líder de los Tigres Tamiles que hoy se desempeña como ministro de Asuntos Constitucionales e Integración Nacional, admitió en entrevista con el londinense Daily Telegraph que un gran número de civiles había muerto en el operativo.

Durante los seis meses que duró la maniobra, las autoridades cingalesas se negaron a hacer un alto al fuego para permitir la salida de los civiles tamiles que estaban en medio del fuego cruzado y, de hecho, la cúpula guerrillera se dio de baja un día después de que los Tigres depusieron sus armas y anunciaron que la guerra "había llegado a su amargo final".

Además, el gobierno mantiene cerca de 300.000 desplazados tamiles detenidos en campos de refugiados que llama "villas de asistencia social". Y hay mucha preocupación entre los organismos defensores de derechos humanos, pues las condiciones son infrahumanas (los tamiles están enfermos, hambrientos, y algunos heridos), y la entrada de periodistas y ayuda humanitaria está restringida, por lo que nadie ha podido verificar el estado en que se encuentran.

Se supo, poco después de la batalla final, que muchos de esos desplazados enfrentan la posibilidad de permanecer recluidos en los campos durante dos años, como medida preventiva del gobierno para evitar nuevos brotes de insurgencia. Los mismos dos años que, según declaró a The Guardian el brigadier Udaya Nanayakkara, tardaría el gobierno en erradicar por completo el terrorismo del país. La Coalición para Detener el Uso de Niños Soldados denunció también que algunos grupos paramilitares afines al gobierno han estado sustrayendo niños tamiles de los campos, no se sabe todavía con qué fin.

En resumen, no sólo falta voluntad para encontrar una solución que incluya a la minoría tamil, sino que el gobierno está logrando que su triunfo militar se convierta en una derrota política. Las circunstancias actuales son caldo de cultivo para el odio y el sectarismo que combatieron las fuerzas gubernamentales durante casi 30 años, y la diáspora tamil (hay cerca de 900.000 tamiles por el mundo) no se quedará de manos cruzadas presenciando cómo sus hermanos sufren. Según Ariel Sánchez Meertens, antropólogo e investigador del conflicto de Sri Lanka, es seguro que la diáspora "hará hasta lo imposible para desestabilizar el actual gobierno, presionando a la comunidad internacional para que constituya un tribunal internacional y se juzgue al gobierno cingalés por crímenes de guerra". Gran Bretaña, la Unión Europea y las Naciones Unidas están discutiendo la posibilidad, pero en el Consejo de Seguridad de la ONU la isla cuenta con el apoyo de Rusia y China, que tienen derecho a veto y un gran interés en tener a la isla de su lado en el gran bloque contra Occidente.

Este sería el momento para hablar de la autonomía tamil, la oportunidad del gobierno de interceder por la minoría ante la mayoría, y de lograr unidad en torno a un objetivo común: la paz duradera. Como declaró Sánchez, "depende de que haya voluntad para evitar que la victoria militar se equipare con una victoria cingalesa". Todo indica, sin embargo, que la oportunidad perfecta para terminar con el largo conflicto será desperdiciada por la soberbia de los vencedores.