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LA BOMBA DE RIO

Collor de Mello revela y suspende un programa nuclear que puso al Brasil a punto de tener bomba atómica.

12 de noviembre de 1990

Que Brasil estaba a punto de convertirse en potencia nuclear era un secreto a voces que preocupaba a muchos, pero sobre todo a los argentinos. Pero que el presidente del país declarara el 24 de septiembre ante la Asamblea General de las Naciones Unidas que su país rechazaba cualquier clase de explosión nuclear, así fuera para fines pacíficos, era algo que casi nadie esperaba. Todos los gobiernos anteriores habían negado categóricamente que el "país tropical" tuviera alguna intención en ese sentido.El proceso de desactivación del programa nuclear brasileño comenzó cuando el 15 de septiembre, un documento confidencial sobre el tema llegó a manos del primer mandatario. Collor no perdió el tiempo, y se reunió con los altos mandos militares para advertirles su intención de detener los trabajos.Tres días más tarde, el presidente viajó junto con fotógrafos y funcionarios a una remota base aérea, hasta entonces virtualmente secreta, en la que parte de las actividades nucleares se llevaban a cabo. Allí, en la sierra de Cachimbo, en el centro de la Amazonia, Collor protagonizó otro de sus actos simbólicos al lanzar una palada de cemento al interior de un agujero de 1,20 metros de diámetro por 320 de profundidad.

El hoyo, recubierto por concreto reforzado con acero, parecía estar diseñado para la prueba de bombas atómicas, Según algunos testigos, y era sólo uno de los cuatro frentes en que trabajaban varios contratistas independientes.

Los científicos del gobierno brasileño han llegado a la conclusión de que los militares estaban a uno o dos años de tener los insumos -9 a 16 kilogramos de uranio enriquecido- para hacer una bomba del tipo de la que explotó sobre Hiroshima.Según parece, ese era el único obstáculo que separaba al Brasil de entrar al exclusivo club de los países atómicos.

A pesar del notable adelanto de los planes, la comunidad científica civil del país no tenía ninguna información al respecto. Hoy se sabe que buena parte de la tecnología militar había salido de un programa de asistencia técnica desarrollado con Alemania Federal y Estados Unidos, y controlado por medios internacionales de monitoreo.

Según los activistas ecológicos, tanto la visita del presidente a Cachimbo, como el nombramiento de José Goldemberg como ministro de Ciencia y Tecnología abrieron un camino muy positivo.Goldemberg, uno de los mayores críticos de los programas secretos de los militares, afirmó recientemente que está dispuesto a abrir todas las instalaciones atómicas brasileñas a los periodistas, legisladores y científicos, en lo que el presidente llama "transparencia nuclear" .
Por lo pronto, la protección de su soberanía ha hecho que el gobierno de Brasilia se haya opuesto a que equipos internacionales realicen inspecciones. Pero los voceros oficiales han afirmado que Collor de Mello tiene entre sus planes tomar las riendas de todas las actividades científicas de carácter militar, para ejercer el control civil sobre las instalaciones nucleares actualmente en manos de las Fuerzas Armadas.

Al efecto, Goldemberg ha propuesto la creación de un sistema de control civil con la asistencia técnica de la Agencia Internacional de Energía Atómica, que efectúa ese tipo de revisiones a nivel internacional. Con poderes para realizar visitas en todo el territorio, el equipo brasileño de vigilancia estaría compuesto por cientificos independientes elegidos por el Congreso.

Como si todo lo anterior fuera poco, Brasil ha comenzado conversaciones con su viejo rival nuclear, Argentina, para negociar un sistema de inspecciones mutuas. Pero, en concepto de algunos observadores internacionales, como Gary Milhollin, del Proyecto Wisconsin de Control Nuclear, la nueva transparencia brasileña sobre el tema es el campo abonado para que el país entre por fin al "Tratado para no proliferación de armas nucleares", que los militares brasileños habían rechazado con sistentemente durante sus años en el poder.Pero ese es un punto en el que, como siempre que está la soberanía de por medio, los brasileños son especialmente sensibles.