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LA FAENA DE FELIPE

La reelección de González en España, un respaldo y una advertencia para los socialistas.

28 de julio de 1986

Orejas y vuelta al ruedo es lo mínimo que puede reclamar el dirigente socialista y el jefe de gobierno español, Felipe González, uno de los pocos mandatarios del mundo occidental que se puede dar el lujo de decir que volvió a ganar por amplio margen las elecciones, a pesar del desgaste que suponen 4 años de gobierno. El casi 45% de los votos obtenidos el domingo 22 de junio por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) le garantiza una permanencia de por lo menos 4 años más en el gobierno, gozando de una cómoda mayoría absoluta en el Congreso de Diputados (Cortes) y en el Senado.
Pese a un ligero descenso en el número de curules obtenidas, lo cierto es que los socialistas españoles se las arreglaron para recibir un mandato de continuidad y un respaldo a la forma como hasta ahora han manejado a España. El PSOE obtuvo 184 de las 350 bancas de las Cortes, perdiendo 18 de las conseguidas en las elecciones de 1982, cuando desplazaron a la coalición de centro que venía gobernando al país desde las reformas que se sucedieron tras la muerte del dictador Francisco Franco y el ascenso del rey Juan Carlos.
Ni siquiera el fantasma del desempleo, uno de los más altos de Europa, pudo echar para atrás a los electores. Tampoco la promesa incumplida de proponer el retiro de España de la OTAN. Felipe González y su imagen de joven ponderado y bien intencionado vencieron todos los obstáculos. Pero, ¿por qué? En primer lugar, porque a pesar de no haber podido cumplir con el anuncio hecho durante las elecciones del 82 de que crearía 800 mil nuevos empleos, su gobierno tuvo algunos aciertos económicos nada despreciables para las masas, en particular el freno de la inflación.
Pero lo anterior apenas permite explicar una parte del triunfo socialista en España. Hay además algunas maniobras de gran habilidad política gracias a las cuales González logró asegurarse un segundo período. Desde su ascenso al poder, el jefe del gobierno español promovió con su partido un estatuto de la oposición que le dio virtualmente la vocería de ésta al dirigente derechista Manuel Fraga Iribarne, quien a pesar de liderar un fuerte grupo de tres partidos, no ha podido y quizá nunca podrá borrar su imagen de heredero de la época franquista, durante la cual llegó a ser ministro de Información y Turismo, cargo desde el cual desempeñó el desagradable papel de vocero del régimen y censor de la prensa. La habilidad de González consistió en presentar a Fraga como la alternativa a su gobierno, de tal manera que el electorado prefiriera a los socialistas, con todos sus defectos, antes que iniciar una aventura de retorno al pasado.
Fraga y sus aliados perdieron una curul, mientras el ex primer ministro Adolfo Suárez, considerado un cadáver político tras las elecciones del 82 resucitó al frente de su grupo centrista y obtuvo 19 bancas en las Cortes. Otros hechos destacados fueron el crecimiento de la fracción vasca Herri Batasuna, el brazo político de la ETA, que pasó de 2 a 5 escaños, y el ligero ascenso de los comunistas que, gracias a una coalición con otras fuerzas de izquierda, mejoraron su representación en las Cortes, consiguiendo 7 escaños.
Pero los socialistas no se pueden dormir sobre sus laureles. Saben bien que los 18 escaños perdidos que corresponden a un descenso de un millón de votos frente a los obtenidos en el 82, significan algo. Según el prestigioso diario madrileño El País, "la verdad es que el pueblo quiere que González se mantenga en el poder. Pero Conzález y su partido tendrán que cambiar su estilo". Este último pedido parece ser general, incluso entre los propios socialistas. Todo indica que la forma como el gobierno de González manipuló la televisión estatal durante la campaña es uno de los aspectos que más desagradó al electorado.
El propio González pareció comprender esto al decir en su mensaje de victoria la noche del domingo que "vamos a gobernar con un espíritu de diálogo y cooperación con todas las fuerzas políticas y sociales". Esta frase, que podría sonar de cajón en cualquier otra circunstancia, no lo es en el caso de los socialistas españoles. Para ellos, la victoria debe ser recibida como un sí condicionado, pues el crecimiento de las fuerzas de centro puede plantear dentro de 4 años una alternativa diferente a la del imposible político de Fraga Iribarne.