Home

Mundo

Artículo

M E X I C O

La gran marcha

Con la marcha zapatista sobre la capital, el subcomandante Marcos se juega el destino del Ezln

2 de abril de 2001

El subcomandante Marcos, líder visible del Ejército Zapatista de Liberación, enfrascado en un complicado juego de póquer político con el presidente mexicano Vicente Fox, se jugó sus restos en una marcha sin precedentes. En un recorrido desarmado de 3.000 kilómetros, Marcos y su grupo de comandantes viajan desde el lunes pasado hacia Ciudad de México, para presentar su causa en la capital. Y por el respaldo popular que se ha visto hasta ahora en los pueblos y ciudades tocadas por el itinerario, el cañazo le está dando resultados.

Marcos sostiene, con toda razón, que su movimiento de reivindicación indígena fue uno de los factores que contribuyeron a la caída del régimen septuagenario del Partido Revolucionario Institucional, y por consiguiente al triunfo del conservador Fox. Pero los zapatistas no sólo no habían cobrado por ventanilla esa participación, sino que estaban perdiendo las banderas de su causa a manos, precisamente, de quien se benefició de ella, o sea el propio Fox.

El intelectual de pasamontañas tenía ante sí una realidad paradójica: la legitimidad incuestionable del reclamo indígena había impedido que los últimos dos gobiernos del PRI, el de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y Ernesto Zedillo (1994-2000), se atrevieran a asumir el costo político de aplastar por las armas su débil estructura militar. Zedillo en particular dedicó todos sus esfuerzos a echar un manto de olvido sobre la problemática planteada por unos zapatistas cada vez más aislados en la selva Lacandona.

Pero el actual gobierno de Vicente Fox, nacido del cansancio popular con el PRI, resolvió combatir a Marcos con una aproximación más sofisticada. Proclamando la búsqueda de la paz, decidió no sólo retirar la mayor parte de las tropas de la región ocupada por los zapatistas, en el estado de Chiapas, sino reclamar como suyas las banderas de reivindicación de la población indígena mexicana, que abarca el 10 por ciento de los 100 millones de habitantes de México pero una parte desproporcionada de su pobreza.

Esa es la razón por la cual Marcos resolvió darle una sorpresa a todo el mundo y anunciar su marcha hacia Ciudad de México. Buscaba así no sólo bloquear el intento de Fox de apoderarse de la causa indígena, sino recuperar la notoriedad y el apoyo popular difuminados en cinco años de virtual aislamiento.

Y lo cierto es que lo logró. La caravana zapatista ha sido recibida en todos los pueblos donde ha pasado con muestras de extraordinario fervor por la población. Y Marcos ha conseguido, con sus ataques contra el discurso indigenista de Fox, dejar en claro que si bien el Ezln contribuyó a su triunfo, ello no significaba su aval para la derecha, para Fox, ni para su Partido Acción Nacional (PAN).

Mientras se acerca a Ciudad de México, Marcos insiste en que sólo reanudará las negociaciones de paz cuando se cumplan tres exigencias: completar la retirada militar de Chiapas, excarcelar a los presos zapatistas y aprobar el proyecto de ley indigenista que ya tiene cuatro años de planteado. Tiene a su favor que el abandono, la miseria y la desesperanza de los indios mexicanos no pueden ser negadas por nadie. Pero para muchos analistas, como Carmen Legorreta, el indigenismo es apenas un trampolín para proyectar la mirada del país sobre las inequidades y la pobreza de la población general. Ese parece haber sido un recurso tan contundente que el subcomandante Marcos, con unos cuantos guerrilleros harapientos y mal armados, que además no disparan un tiro desde el 12 de enero de 1994, tiene al establecimiento político mexicano de cabeza.