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La gran paliza

El presidente Barack Obama ya salió ante los medios a reconocer su responsabilidad ante la derrota demócrata en las elecciones del martes pasado. Pero tendrá que hacer mucho más si quiere ser reelegido.

6 de noviembre de 2010

Apenas dos años después de haber llegado a la Casa Blanca con una votación histórica, Barack Obama se convirtió el martes 2 de noviembre en el principal responsable de una de las derrotas más sonadas del Partido Demócrata: la de las elecciones legislativas y regionales en Estados Unidos. Él mismo admitió al día siguiente sus culpas, luego de que la oposición republicana logró recuperar las mayorías en la Cámara de Representantes, aumentar su presencia en el Senado y quedarse con un alto porcentaje de las gobernaciones. Su asignatura pendiente es recobrar la popularidad perdida, de modo que pueda salir reelegido a finales de 2012. Pero no le va a quedar fácil. Algunos lo creen incompetente y otros, arrogante.

La debacle demócrata fue monumental. En la Cámara de Representantes, donde el partido de Obama controlaba más del 50 por ciento de los 435 escaños, los republicanos lograron 239, con lo cual obtuvieron 60 más de los que ocupaban. Desde 1940 no alcanzaban algo semejante. Eso significa que la demócrata Nancy Pelosi, hasta ahora presidenta de la Cámara, es ya historia patria y que el hombre fuerte de la colectividad será el republicano John Boehner, nacido hace casi 61 años en Ohio y quien, entre otros asuntos, es partidario de aprobar el TLC con Colombia. Para rematar, todos los comités de la Cámara serán presididos por representantes del partido del elefante.

En el Senado, las cosas fueron menos graves para los demócratas pues conservarán 51 de las 100 curules. Sin embargo, los republicanos radicales del llamado Tea Party (Partido o Fiesta del Té en inglés) se anotaron unos cuantos triunfos verdaderamente reveladores. En el estado sureño de Kentucky resultó elegido el ultraconservador Rand Paul y en la Florida el muy derechista hispano Marco Rubio, a quien por su elocuencia muchos catalogan como el Barack Obama de los republicanos (ver recuadro). Tal vez el único revés serio del Tea Party fue la derrota en el estado de Delaware de Christine O'Donell, una mujer que admitió haber coqueteado en su juventud con ciertos ritos de brujería.

Los comicios a las gobernaciones se inclinaron así mismo en favor del Partido Republicano, el martes pasado. Al cierre de esta edición, ese grupo político se hacía con el control de 29 de las 50. Los triunfos más sobresalientes se habían producido en estados claves como Ohio, donde John Kasich trituró al demócrata Ted Strickland; en la Florida, donde ganó Rick Scott, y en Nuevo México, donde Susana Martínez se convirtió en la primera hispana en llegar a un cargo de ese calibre. Por otro lado, también hubo votaciones sobre propuestas como la de legalizar la producción y el consumo de la marihuana en California, que fue derrotada por el 57 por ciento de los ciudadanos.

Semejante garrotazo para los demócratas a nivel nacional solo es atribuible al presidente Obama. "Fue una paliza", reconoció él mismo a mediodía del miércoles en una rueda de prensa en la Casa Blanca. Y lo cierto es que las elecciones fueron una especie de referendo sobre su gestión en el gobierno, y dejaron claro que, como afirma The Economist, Obama "se ve ahora mucho menos competente que hace dos años". ¿Por qué? Por la mala situación económica. Hacía tiempo que Estados Unidos no sufría una tasa de desempleo como la actual, del 10 por ciento, sin que las medidas adoptadas por el Ejecutivo hubieran surtido efecto. Ello explica que seis de cada diez votantes le dijeron a la CNN que castigaron a Obama por esta causa.

Lo cierto es que el Presidente ha hecho aprobar reformas históricas como la de la salud pública o aquella por la cual se reglamenta la actividad en Wall Street. Sin embargo, su falta de experiencia le está empezando a pasar factura. A sus 49 años, Obama, con todo y sus diplomas de universidades como Columbia y Harvard, pasó la mayor parte de su vida como líder comunitario en Chicago y luego, por corto tiempo, como senador estatal en Illinois y como senador en Washington. Tal vez sus únicos antecedentes como negociador fueron cuando discutió los términos de los contratos para los dos libros que escribió. Casi nunca tuvo que sentarse a discutir con adversarios como los líderes republicanos en la capital norteamericana. Quizá por eso no dialoga con los empresarios más poderosos del país, cuyas empresas son las locomotoras de la economía.

Por todo eso es que muchos gringos lo ven a estas alturas como a un afroamericano alto y flaco, incapaz de manejar el mundo y al que el puesto le queda grande, y como un hombre ingenuo, romántico y sin peso en la cola. Ese sector de la opinión cree que las mayorías republicanas en la Cámara le van a paralizar sus proyectos de ley, de modo que de ahora en adelante vivirá un auténtico vía crucis político. En plata blanca, Obama perdió el respaldo del centro político norteamericano, es decir, el de los independientes. Ellos lo llevaron en hombros a la Casa Blanca y el martes lo bajaron del pedestal.

Otros consideran que la falla de Obama es su arrogancia y la de su entorno. Como dice el portal especializado Politico.com en un artículo titulado 'The Ego Factor' ('El factor ego') , "Barack Obama llegó muy pronto al poder y sus asesores piensan que él posee habilidades colosales y que no se le aplica la ley de la gravedad de la política convencional". El texto advierte que él confía demasiado en sí mismo y cuenta que alguna vez dijo ser "mejor escritor de discursos que quienes me los escriben y mejor asesor político que los míos" y afirma que, si el Presidente no pega un timonazo y da muestras de humildad, como lo hicieron en su momento Ronald Reagan y Bill Clinton, seguirá en lo que David Yepsen, profesor de la Universidad de Southern Illinois, califica como"cavar su propia tumba".

Y es que ante su nivel de impopularidad, parece casi imposible que Obama salga reelegido. Pero él le apunta a que con una Cámara republicana en contra tendrá a quién echarle la culpa de la parálisis, algo que hicieron dos copartidarios suyos en épocas pasadas. Uno de ellos, Bill Clinton, fue testigo en 1994 del triunfo arrollador de la oposición, que de la mano de Newt Gingrich se apoderó no solo de la Cámara sino también del Senado, pero se las ingenió para ser reelegido en 1996. Mucho antes, Harry S. Truman bautizó al Legislativo republicano como el 'Do-Nothing Congress' ('El Congreso que no hace nada') y en 1948 siguió tan campante en la Casa Blanca.

Otro factor que podría jugar a favor de Obama es que la alternativa republicana no parece muy alentadora. Se trata de la curiosa ex candidata a la Vicepresidencia Sarah Palin. Desde que fue compañera de fórmula de John McCain, que perdió las elecciones presidenciales en 2008, la Palin emerge como una gran figura de la política norteamericana. Pero su experiencia es muy limitada. Hasta 2002 fue alcaldesa de Wasilla, un pueblo de 5.000 habitantes en Alaska, estado del que fue gobernadora tiempo después. Y en la campaña presidencial se hizo célebre por sus metidas de pata. En una entrevista con Katie Couric, de la CBS, fue incapaz de mencionar los nombres de los periódicos que supuestamente leía a diario, y cuando se le preguntó si tenía experiencia internacional respondió que sí, porque desde Alaska se ve Rusia.

En las elecciones del martes, Sarah Palin respaldó a los candidatos del Tea Party. El jueves los felicitó en un video, y recomentó por Twitter una foto en la que había un letrero según el cual Obama es un musulmán talibán. Patético. El lío es que, como se ve inderrotable en las toldas republicanas, esta mujer, que por sus limitaciones intelectuales parece un chiste, se vuelve un peligro. No obstante, un sondeo del viernes en la CNN señaló que si se enfrentara a Obama en una competencia presidencial, lograría el 44 por ciento de los votos mientras que él sacaría el 52 por ciento.

El futuro inmediato de la política gringa es incierto. Aunque Obama prometió trabajar con las toldas republicanas, la cosa puede quedarse solo en palabras y en buenas intenciones. Además, aún falta que los ganadores del martes se pongan de acuerdo, porque una cosa son los republicanos moderados y otra muy distinta los del Tea Party. Lo único claro, sin embargo, es que el padre del descalabro demócrata es el propio Presidente, que por las noches debe tener pesadillas con su predecesor y compañero de partido Jimmy Carter, que a finales de los 80, sumido en un desprestigio espantoso, no logró ser reelegido.