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La guerra anunciada

Estados Unidos se prepara para atacar a Irak como parte de la guerra contra el terrorismo. Pero esta vez tiene muy poco apoyo.

9 de septiembre de 2002

Si el primer capitulo de la guerra contra el terrorismo se libró en Afganistán, el segundo tendrá lugar en Irak. Esa es, al menos, la doctrina que el gobierno de George W. Bush viene ambientando en los círculos mundiales. En las últimas semanas los tambores de guerra han sonado con fuerza ante la insistencia de los voceros oficiales sobre la urgencia apremiante de sacar al presidente Saddam Hussein del poder.

Pero esa política no ha contado con la cohesión que mostró el país ante la ofensiva en Afganistán que sacó del poder al grupo Talibán y destruyó las bases de su huésped, Al Qaeda, la organización de Osama Ben Laden. Ni tampoco con el apoyo de sus aliados europeos que, salvo Gran Bretaña, no se muestran tan incondicionales como hace un año. La controversia ha llegado al punto de generar rumores sobre una división interna en el gobierno norteamericano sobre el tema.

El vicepresidente, Dick Cheney, es el mayor exponente de los halcones en la Casa Blanca. En un reciente discurso en San Antonio, Texas, explicó que Afganistán era sólo el comienzo y que el 11 de septiembre había revelado el peligro de una red global de terror y la posibilidad de que armas de destrucción masiva fueran usadas contra Estados Unidos. Un hombre como Saddam Hussein, explicó, debía salir del poder antes de que fuera demasiado tarde.

Pero no importa que los vínculos entre Al Qaeda y Hussein no estén probados. Cheney cita otros argumentos, como que el presidente iraquí incumplió el acuerdo con la ONU para la visita de inspectores de armas químicas y biológicas, firmado tras la Guerra del Golfo; que su gobierno dictatorial ha exterminado a millones de sus propios ciudadanos; que es patrocinador de terroristas y que intentó asesinar al ex presidente Bush padre. Por todas estas razones Cheney, y el propio Bush, rechazan la idea de que la solución sea el retorno de los inspectores internacionales.

Esas afirmaciones entraron en contradicción con las del secretario de Estado, el general retirado Colin Powell, quien a los pocos días insistió a la BBC que los inspectores debían regresar a Irak cuanto antes. Aparte de este comentario Powell ha guardado silencio, lo que ha sido interpretado como una desaprobación tácita.

En el oficialista Partido Republicano la división es entre los neoconservadores guerreristas y los conservadores tradicionales realistas, quienes no se oponen al ataque porque sea criticable sino porque lo consideran una equivocación. Entre estos está Brent Scowcroft, allegado de Powell y asesor de seguridad de Bush padre, quien aseguró que una ofensiva a Irak podría poner en peligro la campaña contra el terrorismo. Scowcroft insistió en que sería costosa y sangrienta y que generaría más muertes de norteamericanos que la Operación Tormenta del Desierto.

Estos republicanos tradicionales, como Henry Kissinger, son de una generación mayor a los nuevos conservadores del corte de Dick Cheney y Donald Rumsfield, el secretario de Defensa. Llaman a éstos "halcones gallinas" porque la mayoría, incluyendo a Bush, no prestaron servicio en Vietnam, lo que los distanciaría de un reconocido héroe de guerra como Powell. Estos conservadores creen que lo ideal sería provocar a Hussein para que cometiera un error y luego, con apoyo internacional, lanzar una ofensiva multilateral. Por eso insisten en presionar para que vuelvan los inspectores de la ONU.

A esta oposición extraña se suma la falta de apoyo internacional cada vez más evidente. La cumbre de la Liga Arabe en Beirut evidenció la oposición de ese sector cuando todos los miembros firmaron una resolución para oponerse a un ataque a Irak. Hasta Kuwait, que fue invadido en 1991 por Irak, está del lado de su antiguo agresor.

Para esos países acabar con Hussein no soluciona nada sin que Estados Unidos se comprometa a buscar la paz entre Israel y los palestinos. Más aún, los árabes resienten que Washington justifique una guerra contra Irak porque tiene armas de destrucción masiva mientras calla sobre el arsenal nuclear de Israel, que también ha violado disposiciones de las Naciones Unidas. Para completar, temen la desintegración nacional que podría acarrear la caída de Hussein ante la presencia de separatistas kurdos en el norte y chiítas en el sur del país. Esto podría resultar en un mayor resentimiento y, posiblemente, en más ataques terroristas a blancos estadounidenses.

Varios aliados tampoco aprueban el ataque. El presidente ruso, Vladimir Putin, es un aliado tradicional de Irak y desea recuperar millones de dólares en deudas de la era soviética y asegurar jugosos contratos petroleros para su país una vez se levanten las sanciones impuestas a Irak tras la Guerra del Golfo. En Francia, Alemania, India y China también se han oído reproches contra Estados Unidos y hasta en el Reino Unido, único país que apoya oficialmente la campaña contra Irak, ya empiezan a sonar las voces disidentes en el Parlamento.

Entre tanto muchos analistas independientes sospechan de las verdaderas motivaciones del gobierno de Bush. Citan el interés estratégico de asegurar la región para sacar el petróleo del mar Caspio y los viejos vínculos de sus integrantes con la industria del crudo. Y mencionan los intereses que se juegan en un esfuerzo bélico, en el que todos los aspectos logísticos son encargados a contratistas independientes. Ha hecho carrera la denuncia acerca de la firma Brown & Root, que ya maneja una enorme base militar en Kosovo y es subsidiaria de la famosa Halliburton Corporation, cuyo presidente fue, hasta entrar al gobierno, el propio Dick Cheney.

Sean o no válidas esas denuncias lo cierto es que, irónicamente, la paulatina pérdida de apoyo para la campaña contra Hussein podría tener un efecto contradictorio y hacer que Bush se apresure a llevarla a cabo antes de que pierda el apoyo del Senado, que sigue siendo mayoritario. En efecto, desde que llegó de vacaciones el presidente no ha perdido un segundo para buscar apoyo interno y externo en su política de ataque preventivo. Ya tiene planeado hablar ante el Senado, la ONU y con varios países aliados sobre la necesidad de unión ante la amenaza iraquí. Y los tambores siguen sonando?