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La joven Neda Agha Soltan se convirtió en un símbolo de los manifestantes después de que su desgarradora muerte, en medio de la represión, fue grabada en un celular y difundida por Internet. El régimen obligó a sus familiares a cancelar su funeral e inició una campaña de propaganda en la que asegura que, en realidad, es una mártir de los basiyís, la milicia estatal

IRÁN

La guerra de los ayatollas

Aunque las protestas callejeras se atenúan, la verdadera batalla se sigue librando entre los dos clérigos más poderosos de la República islámica., 104577

27 de junio de 2009

la represión ha sido efectiva. Dos semanas después de las cuestionadas elecciones presidenciales iraníes que desataron las peores protestas desde al ascenso de la revolución islámica hace 30 años, todo apunta a que el régimen mantiene su supremacía. El candidato perdedor que exige que se anulen los comicios, Mir Hosein Musavi, insistió el jueves en el derecho de los ciudadanos a manifestarse, pero los reportes hablan de una revuelta que agoniza, con un número cada vez menor de manifestantes que se estrellan contra aplastantes dispositivos de seguridad y la violencia de los milicianos basiyís en las calles. El líder supremo, Alí Jamenei, cerró las puertas a cualquier negociación, declaró que el sistema no "cederá a las presiones a ningún precio" y reafirmó la victoria en las urnas del presidente Mahmud Ahmadineyad. La televisión exhibe dudosas confesiones de manifestantes arrepentidos, a los 18 muertos oficiales se suman unos 600 detenidos, entre ellos decenas de periodistas. Incluso, los futbolistas que osaron mostrar muñequeras verdes en apoyo a Musavi en un partido internacional fueron expulsados de por vida de la selección.

Al cierre de esta edición, el régimen no se había atrevido a encarcelar a Musavi. Los seguidores del candidato perdedor amenazan con una huelga general en esa eventualidad y muchos iraníes todavía suben cada noche a los techos a gritar consignas. Es imposible predecir si algún evento podría encender de nuevo la chispa de las manifestaciones callejeras.

Pero lo cierto es que el fiasco de las elecciones evidenció fisuras en el régimen y luchas internas que están lejos de resolverse. Sin ir muy lejos, 105 de los 290 parlamentarios no quisieron asistir a la fiesta con la que Ahmadineyad celebró su elección. Como apuntaba The Economist, "la batalla por las calles puede inevitablemente dirigirse a una victoria para Ahmadineyad y el establecimiento clerical gobernante detrás de él. Pero una lucha titánica tras bastidores, ocultada por los eventos públicos y desvanecida frecuentemente por la máquina de rumores de Teherán, puede ser igual de crucial para el futuro del país".

El enfrentamiento trascendía a los candidatos. Ya desde los inéditos debates televisados la tensión comenzó a aflorar. "En uno de esos eventos mediáticos se hizo evidente que el pulso político entre Ahmadineyad y Musavi es en realidad una reedición de la lucha por el control de la República islámica que desde hace años libran el ayatola Jamenei y uno de los hombres más poderosos de Irán, el también ayatola Alí Akbar Hachemí Rafsanyani", escribió Ángeles Espinosa, la corresponsal de El País de España. En ese debate, Ahmadineyad acusó a Musavi de estar apoyado por una "mafia", con lo que se refería a Rafsanyani, a quien acusó de corrupto.

Lo curioso es que de todos estos personajes, el más novedoso es Ahmadineyad, quien hace parte de una nueva elite compuesta por radicales más jóvenes influenciados por su experiencia militar, pues pelearon en la guerra contra Irak (1980-1988). Los demás son viejos conocidos de la política iraní. Precisamente, durante los años de aquel conflicto bélico, cuando el ayatola Ruhola Jomeini era todavía el líder todopoderoso, Jamenei era presidente, Rafsanyani el líder del Parlamento y Musavi primer ministro, un cargo que después fue eliminado. De hecho, Musavi se retiró después de la vida pública y sólo hasta ahora volvió a aparecer.

La verdadera batalla es entre Jamenei y Rafsanyani, los dos pesos pesados. Ambos fueron padres fundadores de la República islámica, la relación entre los dos ha dado forma a la política iraní desde el ascenso de la revolución, y este episodio es la culminación de décadas de rivalidad.

En los primeros años de la República islámica nadie ponía en duda la suprema autoridad del carismático Ruhola Jomeini, quien combinaba plenamente el liderazgo espiritual y político de la revolución, el poder divino y el terrenal. Pero Jomeini murió, en 1989, sin un claro sucesor. En principio, su posición debía ser ocupada por otro gran estudioso del Islam. El gran ayatolla Hussein Ali Montazeri era el clérigo más calificado y el supuesto sucesor, pero había caído en desgracia por denunciar las torturas en las cárceles. Ni Jamenei ni Rafsanyani tenían el rango clerical requerido. En este punto, las versiones difieren. Algunas le apuntan a que Rafsanyani se alineó con Montazeri; otras aseguran que impulsó al propio Jamenei.

En cualquier caso, poco antes de su muerte, Jomeini encargó a Jamenei la plegaria del viernes en Teherán, lo que fue considerado un guiño. Al final, Jamenei consiguió dos tercios de los votos de la Asamblea de Expertos y desde entonces es el líder supremo. "Por dos décadas ha mantenido su posición no a través de la fuerza de la personalidad, ni siquiera de la autoridad religiosa, sino balanceando facciones y mostrándose por encima de las disputas", decía la más reciente portada de la revista Newsweek, dedicada a Jamenei. En esos años, también fortaleció sus relaciones con las fuerzas militares.

Rafsanyani, por su parte, fue presidente desde 1989 hasta 1997, cimentó su relación con los comerciantes y amasó una de las mayores fortunas de Irán. Después de los dos gobiernos del fallido reformista Mohamed Jatami (quien también apoya a Musavi), volvió a presentarse a la presidencia pero perdió con el entonces desconocido Ahmadineyad. Sin embargo su influencia no se desvaneció. Por el contrario. Además de haber apoyado decididamente a Musavi, hoy preside la Asamblea de expertos, un sanedrín de 86 clérigos que, en teoría, podría destituir a Jamenei.

Aunque no se ha dejado ver en público, Rafsanyani ha sido protagonista de estos agitados días. Sus hijos han sido encarcelados por apoyar las manifestaciones y diversas versiones afirman que se fue a Qom, el Vaticano iraní, para tratar de conseguir respaldo hacia Musavi (o censura hacia Jamenei) entre los grandes ayatollas. Ciertamente, una apuesta arriesgada.

La mayoría de los observadores apuntan que nada volverá a ser igual en el país de los ayatollas. "La convergencia de estos dos retos -movilización masiva y luchas internas-- ha producido la amenaza más seria a la supervivencia de la revolución islámica desde sus primeros años", escribió en Foregin Affairs Suzanne Maloney, especialista en Oriente Medio de la Brookings Institution. "Cualquiera sea el desenlace de la confusión electoral, ha destrozado irreparablemente sus activos más importantes —cooperación de las elites y participación popular— y dejó el Estado dependiente de una feroz pero intrínsecamente estrecha base de poder".

Las diferencias en la cúpula gobernante no son una novedad. Desde hace años, los periodistas y analistas dividen a las figuras políticas iraníes con etiquetas como conservadores y pragmáticos, o reformistas y fundamentalistas. Pero hasta las pasadas elecciones esas diferencias nunca se aireaban en público, el líder supremo se mantenía al margen y daba la sensación de ejercer como un árbitro que estaba más allá del bien y del mal. Esa fachada cayó. En esta ocasión, Jamenei no ocultó su favoritismo hacia Ahmadineyad y vinculó su futuro al del ultraconservador presidente. Su poder aterrizó a un plano mucho más terrenal.n