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LA LIBERACION DE CARREÑO

Miguel Bonasso, corresponsal de SEMANA en México, habló con los secuestradores un día antes de la liberación del militar chileno.

4 de enero de 1988

Esto no es una crónica, es un testimonio. Y por eso resulta ineludible la primera persona. Que un periodista sea testigo y aún partícipe de un hecho sensacional mientras se está produciendo, es infrecuente pero ocurre. Pero que un periodista sea testigo único y privilegiado de un episodio dramático antes de que se produzca, es realmente insólito.

Y eso es precisamente lo que me ocurrió en relación con la liberación --por parte del Frente Patriótico "Manuel Rodríguez"--del teniente coronel Carlos Carreño del Ejército chileno. Increible, inverosímil casi, porque Carreño fue secuestrado hace tres meses en Chile por el grupo rebelde y apareció sano y salvo, en la tarde del miércoles 2 de diciembre, en Sao Paulo, Brasil.

Por azar y sin esperarlo (como suele ocurrir en estos casos) estuve en comunicación telefónica con los hombres que secuestraron y liberaron a Carreño en la víspera de que esa liberación se produjera. Más aún--sin saber de lo que se trataba y pensando, en cambio, en gente que podía estar perseguida--aconsejé a los liberadores de Carreño que se pusieran en contacto con uno de los grandes diarios de Brasil. Que es precisamente lo que ocurrió el miércoles 2 a las 6 de la tarde, cuando el militar chileno se presentó en la redacción de O Estado de Sao Paulo y fue recibido por el periodista de la sección internacional Christian Bofill, con quien había hablado por teléfono un rato antes.

Recién el miércoles a la noche, a través de los cables que fueron llegando a México, supe qué destino habían dado a mi consejo y el jueves por la mañana me alegró escuchar nuevamente al portavoz del Frente, ahora más tranquilo, haciéndome declaraciones exclusivas desde un paradero ignoto.

Los hechos se fueron dando de esta manera:

Una llamada angustiosa
El martes primero de diciembre fui despertado en mi domicilio de la ciudad de México por una llamada tempranera y angustiosa. Mi interlocutor--al que tardé varios minutos en reconocer-- se presentó como "Roberto, el amigo ingrato". El dato de la ingratitud, que aludía a cierto reportaje prometido y nunca cumplido, y el acento chileno, despejaron las últimas brumas del sueño y reconocí a Roberto Torres, portavoz en el exterior del frente "Manuel Rodríguez".

Hablando en clave y muy tenso, me pidió ayuda. "Necesito que me contactes con alguien de tu gremio acá en Brasil". Y enseguida, tratando de explicarse, me llenó de confusiones y dudas. "Hay una historia como la de tu libro" (dijo aludiendo a "Recuerdo de la muerte") y reiteró: "ese contacto es la única tabla de salvación, ¿no conoces a nadie de confianza?".

Tratando de ganar tiempo y de averiguar cuál era su situación real, le prometí buscar el contacto, sin darle nombres, y le pedí más detalles.

"Estoy enfermo" dijo, utilizando una expresión que en la jerga conspirativa equivale a "caí", "estoy preso". Conociendo la experiencia del terrorismo de Estado en la Argentina, donde algunos militantes secuestrados por las fuerzas represivas fueron captados por sus verdugos para convertirse en colaboradores, sentí a la vez vértigo, miedo y compasión. Y una terrible responsabilidad moral. A lo mejor el hombre había logrado escaparse de sus captores y quería denunciar su situación a la prensa internacional. Pero ¿y si no era así?, ¿si lo habían convertido por la fuerza en un agente de los servicios de Pinochet?, ¿si yo ayudaba involuntariamente a alguna maniobra provocadora del régimen chileno? Le pedí tiempo y quedó en llamar a las dos horas.

Lo hizo puntualmente, más tenso que antes. Por mi parte intenté que fuera más claro: "la situación de mi libro--dije--es como la de Jaime o como la de Tucho?" (Jaime Dri es el protagonista, que logra evadirse de la escuela de mecánica de la armada. "Tucho" es el sobrenombre de Tulio Valenzuela, quien simulando colaborar con la inteligencia militar argentina, llegó a México en 1978 con un comando del segundo cuerpo del ejército que planeaba asesinar a Mario Firmenich, y denunció la maniobra).

El contestó que era "parecida a la de Jaime" lo cual acentuaba la hipótesis de la fuga. Pero seguían mis reservas. Quise llevarlo hacia el tema de la "enfermedad" y las respuestas fueron confusas, crípticas. "Recién pude llamar a un médico". Dijo, y no entendí que había logrado evadir una persecución. Pensé, en cambio, que podía haberse escapado de manos de los hombres de la CNI (la sucesora de la siniestra DINA).

El insistió en que la única tabla de salvacion consistía en "agarrar a alguien de tu gremio". En esa segunda conversación yo no solamente estaba totalmente despierto sino que había procedido a grabar todo lo que estabamos diciendo.

Siempre con la duda de que estuviera en manos de los agentes de Pinochet, le pregunté cómo había podido hablarme por teléfono. La respuesta era la más indicada para alimentar mis sospechas. "Porque logré un huequito, logré un pedacito ahí".

También le pregunté si lo había "contagiado alguien que vino de allá" (de Chile) y la respuesta fue afirmativa.

En ese momento comencé a dudar seriamente de brindarle un contacto periodístico en Brasil. Temía comprometer a terceros en un asunto que cada vez me parecía más turbio. Pero, contradictoriamente, sentía que la vida de ese hombre podía estar en peligro y que tal vez dependía de mi buena voluntad que pudiera salvarse. A esa altura de los acontecimientos una sola cosa me parecía indiscutible: los hombres de la antigua DINA andaban por Brasil sin que los servicios secretos del país sudamericano lo supieran.

Esta certeza nacía de un dato proporcionado por Roberto: no había "locales" metidos en el asunto. Los brasileños, aparentemente, no conocían el indescifrable episodio que estaba produciéndose en su territorio.

Un periodista pierde "la nota"
Esas horas fueron un calvario.

Apelé a fuentes discretas del exilio chileno, dudé y al final tomé una resolución: llamaría por teléfono a un célebre periodista brasileño amigo mío y le contaría las cosas tal como eran. Podía tratarse de un perseguido... podía tratarse de un hombre convertido a la fuerza en agente del régimen pinochetista. Además, me martilleaban en el cerebro ciertas palabras dichas al pasar en la primera llamada: "mañana ten un grabador al alcance de la mano porque te voy a dar algo grande". En la segunda intenté echar luz sobre el punto y él respondió: "el miércoles, el miércoles te lo voy a decir".

Hablé a Brasil y mi amigo el periodista se indignó. "No me gusta nada este asunto. No quiero estar involucrado. Además no estoy para nada de acuerdo con lo que está haciendo el Frente Patriótico". Le aclaré que era una cuestión humanitaria y no política y que yo lo hacía por simple solidaridad. Alguien podía morir. Me contestó irónicamente: "¿Acá?, ¿en Brasil?, por favor". Cuando el vocero del Frente me volvió a llamar le dije que había fracasado en mis intentos y le sugerí comunicarse con el diario O Estado de Sao Paulo, que me parecía el más indicado. "Está bien--dijo--me voy a jugar a esa. Las horas están pasando y no me queda otra".

Los telefonazos pidiendo auxilio cesaron ese día. Me quedé pensando qué estaba por hacer la DINA en territorio brasileño.

"Manuel Rodríguez aparece y desaparece"
El miércoles, tras una charla reservada con un dirigente chileno, una idea comenzó a alojarse en mi cabeza tímidamente: ¿y si Roberto Torres quería decirme otra cosa?, ¿y si seguía siendo miembro del Frente Patriótico, y el Frente Patriótico estaba por producir realmente "algo grande"? Pensé fugazmente en la verdad, en la posibilidad de que hubieran sacado al teniente coronel- Carreño de Chile para dejarlo en un territorio donde su vida no corriera peligro. Después de todo el oficial, estando cautivo, había hecho ciertas declaraciones que podían no gustarle nada a sus colegas. En ese caso podrían eliminarlo atribuyéndole la responsabilidad a los guerrilleros.

Pero confieso que deseché la hipótesis. Parecía una locura. No lo era. A la tarde llegaron los cables de Sao Paulo. A la noche una voz misteriosa que no era la de Roberto Torres, me anunciaba que el portavoz del Frente volvería a hablarme.

En la mañana del jueves llamó dos veces. Crecientemente sereno. Hasta con ánimo para hacer bromas y declaraciones. Era otro hombre.

"Manuel Rodríguez aparece y desaparece..." dijo irónicamente, recordando las hazañas a lo frégoli del guerrillero chileno independentista, que se disfrazaba de cura, de campesino o de noble español para desorientar a la policía virreinal.

Le comenté las dudas que había tenido y me respondió que se había dado cuenta y que por eso "había comenzado a patalear desesperado".

Ahora, con la "salud" recobrada, sereno, me dio el embrión del primer comunicado. Las razones políticas y operativas de esta acción alucinante, por su combinación de sofisticación y artesanía, que supuso sacar de Chile al hombre más buscado y hacerlo aparecer en el Brasil.

"Queríamos cumplir nuestra palabra--dijo--y evitar que lo matara la policía en Chile". Y luego: "esto viene a desmentir los rumores sobre las fracturas del Frente Patriótico. Esta operación histórica demuestra que estamos unidos, que no hay división. Es una medida para señalar nuestro absoluto desacuerdo con este planteo de institucionalizar las elecciones, que está llevando a cabo todo el resto de la izquierda".

Al respecto este cronista le pidió a Eduardo Contreras, dirigente del Partido Comunista chileno exiliado en México, cuál era su opinión sobre el operativo. Contreras lo elogió de manera muy enfática: "es un triunfo del Frente Patriótico y del campo popular. Y lo aplaudimos para que no se especule, como se ha especulado, con que el PC condena ciertas formas de lucha. Esas formas de lucha siguen siendo legítimas frente a la tiranía y saludamos este hecho producido por los compañeros del Frente".

"El Frente--agregó Torres en su última llamada del jueves--reitera su línea política y demuestra su alto nivel de operatividad".

Como despedida dejó una promesa: enviar, cuando sea posible, un relato pormenorizado de todo el "episodio Carreño".

Esperamos que cumpla. Que esta vez no sea "ingrato". Aunque en rigor ya cumplió con esas llamadas telefónicas que empezaron como susto y acabaron en primicia.