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La luna de miel será corta

A pesar de la ilusión que ha generado, los problemas que enfrenta Barack Obama son insolubles.

19 de enero de 2009

La posesión de Barack Obama como presidente de Estados Unidos, que tendrá lugar en las escaleras del Capitolio en Washington este martes 20 de enero, es uno de los actos políticos más esperados de los últimos tiempos. Para presenciar su juramento ante la Biblia que usó Abraham Lincoln en 1861, más de dos millones de visitantes buscarán un sitio en el Mall, la gigantesca explanada del centro de la ciudad. El resto de la población se sentará frente al televisor, y muchos más harán lo mismo en el resto del mundo. Será historia pura en vivo y en directo.

Y es que la llegada al poder del primer presidente negro es un hito en la democracia más antigua del mundo. La ceremonia estará llena de símbolos. Como le dijo a The Politico el senador demócrata Edward Kennedy, "será el final de una lucha de dos siglos por los derechos civiles. Barack tendrá a sus espaldas la Corte Suprema, que hace 55 años derogó la discriminación racial y estará mirando al frente el monumento a Lincoln y el campo sagrado donde Martin Luther King pronunció su discurso 'Tengo un sueño'". Y como agregó el senador republicano Judd Gregg, "Obama contestará desde las escaleras del Capitolio que el sueño se ha cumplido".

Hasta ahora, Obama ha mostrado cabeza fría, buen olfato para rodearse, seriedad en las decisiones y un tono moderado que hacía falta en la política gringa. Pero no será fácil que logre cambiar todo lo que quiere. La herencia de Bush y los retos que debe enfrentar sugieren que, salvo que se produzcan auténticos milagros, su luna de miel será corta.

El panorama que tiene por delante es sombrío. "Una recesión mundial que tal vez no se había visto desde hace 80 años. Una nueva guerra en Oriente Medio y otras más viejas en África. Misiones lejos de haber sido cumplidas en Irak y Afganistán. Una Rusia espinosa y una China que se fortalece", dice The Economist, que en el plano interno dice que hay un "desempleo rampante", una "necesidad desesperada por un sistema de salud", y un "déficit y unas ciudades en declive".

Quienes tienen fe en Obama creen que él sacará el país adelante. Algunos lo comparan con Franklin Delano Roosevelt, el mejor Presidente del siglo XX. Incluso la revista Time publicó una carátula en la que puso el rostro de Obama en el cuerpo de Roosevelt. La idea del artículo era trazar un parangón entre la política del New Deal que se puso en marcha en 1933 y el plan de reactivación planteado por el nuevo inquilino de la Casa Blanca.

El New Deal fue histórico. En un país víctima de los durísimos efectos de la Gran Depresión de 1929, el programa reactivó la economía y convirtió a Estados Unidos en la primera potencia del mundo. Tras posesionarse en marzo de 1933 con el famoso discurso en el que dijo que "lo único a lo que hay que tenerle miedo es al miedo mismo", Roosevelt puso en marcha un gobierno que contrarió la típica filosofía gringa del laissez faire porque intervino directamente en los asuntos económicos.

Los tres primeros meses de esa nueva administración, mejor conocidos como "los 100 días", volvieron a encarrilar al país. Algo similar se pide a gritos hoy día. La recesión ya se ha instalado en Estados Unidos y el desempleo supera el 7,2 por ciento, el porcentaje más alto de los últimos 16 años. Sólo en diciembre se perdieron 524.000 puestos de trabajo. Por si fuera poco, el déficit en los tres últimos meses superó los peores pronósticos: 485.000 millones de dólares. Paul Krugman, columnista de The New York Times y premio Nobel de Economía, sostiene que puede ser aun mayor y que requiere medidas extraordinarias. Para rematar, las consecuencias de la quiebra de las hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, aparte del derrumbe de Lehman Brothers y de la pirámide del financista Bernard Madoff, se siguen notando.

La conclusión es que los 800.000 millones de dólares aprobados por el Congreso para reflotar Wall Street y que los 825.000 millones que la Cámara por iniciativa de Obama acaba de ofrecer para crear empleo se pueden quedar cortos. Cómo será el lío, que el Presidente electo anunció el pasado fin de semana que por falta de plata deberá retrasar varias iniciativas.

En el frente externo, Obama deberá sortear dificultades de gran envergadura. Una de ellas será el retiro de las tropas de Irak. Desde cuando era senador estatal en Illinois, el Presidente electo se mostró contra la invasión. Luego, como precandidato demócrata, pasó un año lanzando críticas al hecho de que más de 130.000 soldados norteamericanos estuvieran en territorio iraquí. Una de las banderas de su campaña fue la promesa de que, si ganaba los comicios del 4 de noviembre pasado, repatriaría las tropas. La muerte de más de 4.000 hombres justificaba hacerlas regresar en 16 meses.

Pero, una vez elegido, fue informado por el alto mando sobre la situación real en Irak y ahora parece haber cambiado de opinión. La semana pasada, su vicepresidente, Joe Biden, dijo en Bagdad que se adhiere al esquema de negociación de la retirada que había organizado Bush y que tal vez tome tres años.

El cierre de la prisión de Guantánamo, que Obama prometió hacer en poco tiempo, también está embolatado. "Uno de los integrantes del equipo de transición dijo que puede tomar un año, pues no se sabe qué hacer con los 248 prisioneros que están en ese lugar", reveló la semana pasada The New York Times. Esto va en la misma línea que lo publicado recientemente por Newsweek. En un artículo titulado 'El dilema de Cheney para Obama', el semanario recordó que hace poco el Vicepresidente señaló, respecto de Guantánamo y de las torturas, que si pudiera darle un consejo al Presidente entrante, le diría que antes de decidirse debe analizar los peligros de los grupos terroristas. Obama contestó que lo haría y dio la impresión de haber matizado su decisión inicial. El domingo de la semana pasada, en una entrevista con George Stephanopoulos, de la ABC, se negó a comprometerse cuando se le preguntó si declararía ilegales algunos métodos de interrogación, y dijo: "Los consejos de Dick Cheney están bien. Debemos asegurarnos de que las cosas se estén haciendo correctamente".

Todo esto suena extraño. Obama centró su mensaje de campaña en criticar las políticas de Bush, y en estos días, cuando ha recibido los informes de los cuerpos de seguridad, ha suavizado sus críticas al Presidente republicano. Y le dejó saber en una conversación privada con Michael Hayden, director de la CIA, que no abrirá investigación alguna contra los miembros de la agencia involucrados en los interrogatorios a los sospechosos de terrorismo. Bush, en su discurso de despedida el jueves en la Casa Blanca, hizo énfasis en que mantuvo el país a salvo de atentados a partir del 11 de septiembre de 2001. "Eso suma 2.710 días y la CIA tiene mucho que ver en el asunto", le dijo Hayden a The Washington Post.

Para algunos columnistas, los últimos comentarios de Obama son apenas lógicos en un hombre que antes era candidato y ahora es Presidente. Uno de ellos, el conservador Charles Krauthammer, los interpreta como la reivindicación de Bush. "Ningún presidente, salvo Richard Nixon, ha salido tan desprestigiado desde los tiempos de Harry Truman como George W. Bush. La rehabilitación de Truman tomó años. La de Bush ya ha comenzado. ¿El líder revisionista? Barack Obama", escribió el viernes en el Post. Según Krauthammer, el hecho de que Obama haya ratificado a Robert Gates como secretario de Defensa y nombrado como secretario del Tesoro al presidente de la Bolsa de Nueva York, Timothy Geithner, deja claro que habrá más continuidad de la que se creía.

Asegurar que esos giros de Barack Obama, y los tropiezos que han tenido algunos de sus futuros ministros permiten concluir que como Presidente será decepcionante es muy arriesgado. Obama ha escogido un brillante equipo de colaboradores, no ha perdido los estribos y ha impuesto una actitud dialogante que contrasta con el estilo belicoso y atropellador de George W. Bush.

Pero Obama quiere dar una sorpresa y ha puesto el listón muy alto. Admira no sólo a Franklin Roosevelt, sino a Abraham Lincoln, que abolió la esclavitud y conservó la unidad del país. Ambos, y George Washington, han sido los mejores presidentes. Obama será el primer Presidente negro, pero eso no le bastará para entrar en la historia. Tendrá que demostrar, en medio de un mar de adversidades, que sus promesas se pueden hacer realidad.