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LA MALA HORA

Washington a punto de perder uno de sus mejores aliados en Centroamérica.

4 de julio de 1988

Ronald Reagan puede haber tenido mucho éxito en Moscú, pero lo que es en Centroamérica la diplomacia norteamericana va de mal en peor. Después de su descalabro en Panamá contra Noriega, de la debacle de los contras en Nicaragua y del intento de golpe de Estado contra Vinicio Cerezo en Guatemala, el mejor amigo de Washington en la región, el presidente salvadoreño José Napoleón Duarte, se está muriendo.
Semejante noticia fue dada la semana pasada por el vicepresidente Rodolfo Castillo Claramount, quien confirmó los rumores en el sentido de que Duarte sufre de una úlcera sangrante de carácter canceroso y que el hígado también está afectado. Tal como están las cosas, son pocos los que dudan que Duarte sobreviva hasta el fin de su mandato presidencial en marzo del próximo año. En el mejor de los casos, lo más probable es que el mandatario se vea imposibilitado para cumplir a cabalidad con su función.
La declinación física del presidente salvadoreño coincide con la de su propio mandato. Al cabo de cinco años de gobierno, Duarte no logró conseguir sacar a su país de la crisis en que está sumido desde hace años. Ocho años de guerra civil han desangrado la nación y arruinado la economía. Los expertos estiman que el ingreso per cápita es ahora un 40% más bajo que a comienzos de esta década y que por lo menos un 10% de la población (500 mil personas) han debido desplazarse a campos de refugiados como consecuencia de la violencia.
Peor aún, es el hecho de que nadie ve la luz al final del túnel. Aparte de la crisis económica hay una profunda crisis política. El Partido Demócrata Cristiano (PDC), al cual pertenece el presidente, perdió la mayoría en las elecciones legislativas del pasado 20 de marzo y el primer grupo político es ahora la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), venido de la ultraderecha. Según sus enemigos, los dirigentes de Arena han tenido viejos vínculos con los escuadrones de la muerte que desde hace años han matado estudiantes, sindicalistas y periodistas en El Salvador. Inclusive, uno de sus líderes, el mayor Roberto D'Abuísson, fue acusado por el propio Duarte de ser uno de los autores intelectuales del asesinato de monseñor Arnulfo Romero en marzo de 1980.
Tal como están las cosas, nadie duda que sea el candidato de Arena el que gane las elecciones presidenciales a comienzos del próximo año. Aparte de perder hace unos meses, el PDC se ha dividido entre dos candidatos y cualquier esfuerzo de unión ha resultado en vano.
A todo eso se agrega la lucha con la guerrilla. Los esfuerzos de paz intentados por Duarte han sido hábilmente bombardeados por la gente de la derecha y nadie duda de que con el seguro triunfo de Arena, el nivel de la lucha se va a intensificar. En un comunicado emitido después del anuncio de la enfermedad del presidente, la guerrilla del FMLN sostuvo que "Duarte deja el país, pero queda la gente para llevar a cabo la revolución".
La situación está tan confusa y el vacío de poder tan grande, que realmente muchos piensan que la ausencia del jefe del Estado no va a cambiar la situación en nada. Tal como dijera un observador la semana pasada, "aquí todos quieren pescar en el río revuelto".
Esa observación incluye también a los militares. Con la salida del presidente los rumores sobre un eventual golpe de Estado se han hecho más fuertes. A pesar de que teóricamente Arena no está interesada en propiciar un golpe de Estado si puede llegar al poder por la vía democrática, es probable que haya gente que estimule a los militares para evitar el triunfo de la ultraderecha, si bien en ese estamento la división también cunde. Sin embargo, esa especulación es válida si se tienen en cuenta las malas relaciones que han existido entre los Estados Unidos y Arena. Desde 1984 cuando se decidió a apoyar a Duarte (incluso con dinero de la CIA, dicen las malas lenguas), Washington se ganó la enemistad de D'Abuisson. Diversos reportes de inteligencia dicen que el mayor retirado también está implicado en la desaparición y el asesinato de tres monjas norteamericanas a comienzos de la década.
Por lo tanto, es difícil contemplar un buen ambiente de cooperación entre la Casa Blanca y la presidencia salvadoreña si Duarte es remplazado por alguien venido de la ultraderecha. Aunque la capacidad de Washington para apoyar a gente de dudosas calificaciones no tiene límite, faltará mucho tacto y dinero por parte del departamento de Estado para echarse a Arena al bolsillo.
Ese escenario se agrava notoriamente con la enfermedad de Duarte. A pesar de su ya limitado poder, el presidente salvadoreño podría haber hecho algo que le diera el apoyo de Washington si se hubiera mantenido saludable. Ahora, con Duarte cuasimoribundo las opciones para el "simpático" Elliot Abrams y su equipo se están reduciendo.
Es tal vez esa la razón por la cual el vicepresidente Castillo invocó la semana pasada un salmo de la Biblia cuando habló de la enfermedad del presidente. Tal como están las cosas, la alusión al libro sagrado parece justa porque -por más cruel que parezca- tanto a Napoleón Duarte como a El Salvador sólo los podrá salvar la intervención divina.