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LA MARCA DEL ZORRO

LA DEMANDA DE PAULA JONES CONTRA BILL CLINTON POR ACOSO SEXUAL PUEDE CONVERTIRSE EN LA MAYOR VERGUENZA QUE HAYA PASADO PRESIDENTE ALGUNO EN EL MUNDO.

10 de febrero de 1997

Cuando en febrero de 1994 Paula Jones, una desconocida ex funcionaria del gobierno del estado de Arkansas, denunció al presidente norteamericano Bill Clinton por un viejo caso de acoso sexual, casi nadie le creyó. Muchos pensaron que se trataba de una muchacha pueblerina con deseos de publicidad y otros trataron de trivializar sus denuncias con chistes de mal gusto sobre supuestas fantasías sexuales con el presidente del país más mojigato del mundo.
Para los periodistas de Washington el tema de moda con los Clinton no era de faldas sino de plata, de manera que fueron pocos los que sacaron la cabeza de los archivadores del escándalo Whitewater para prestarle atención a la muchacha de cabellera frondosa y voz insegura que insistía en que Clinton, cuando era gobernador de Arkansas, utilizó su poder para tratar de forzarla a realizar actos sexuales.Hoy Paula Jones ha dejado de ser un chiste. La revista Newsweek de la semana pasada revivió el tema con la foto de la mujer en la portada y una pregunta: _"¿Se debe creer a Paula Jones?"_ que podría sobrevivir como afirmación tras la lectura del reportaje. La exhumación periodística de un tema que parecía sepultado en los anales de la agitada historia hormonal de los presidentes gringos podría ser sólo el comienzo del escándalo más vergonzoso para Clinton.Todo indica que esta semana el caso llegará a conocimiento de la Corte Suprema de Justicia para que resuelva si el juicio contra el presidente debe llevarse a cabo durante su mandato o después de éste.
Los abogados de Clinton sostienen que el presidente tiene inmunidad hasta que termine su período. Sin embargo las probabilidades de que la justicia permita que el proceso continúe, al menos en su etapa probatoria, son altas, y de ser así el mandatario tendría que someterse a interrogatorio bajo juramento sobre los hechos ocurridos el 8 de mayo de 1991 en una suite del hotel Excelsior de Little Rock, Arkansas.
El caso podría ser fácilmente destruido, como ocurre con muchas de las denuncias de acoso sexual basadas en el testimonio de las víctimas, si no fuera porque Jones ha anunciado que está dispuesta a dar a conocer detalles distintivos de las partes íntimas del presidente.
Marcas íntimas
En la demanda, cuyo texto completo conoció SEMANA, el abogado de Jones sostiene que "hay características distintivas del área genital de Clinton que son obvias para Jones". En un país que parece programar cada año un escándalo sexual de acosadores ilustres, la temible advertencia de Jones ha dado lugar a toda clase de especulaciones morbosas sobre las presuntas muescas íntimas que podrían poner a Clinton en evidencia.De acuerdo con la demanda civil entablada contra William Jefferson Clinton y el agente Danny Fergusson, patrullero de Arkansas al servicio del entonces gobernador, los hechos ocurrieron así:
En marzo de 1991 Jones empezó a trabajar para una comisión de desarrollo industrial del gobierno de Arkansas, dirigido entonces por Clinton. Ganaba 6,35 dólares por hora, un sueldo modesto en la escala laboral de Estados Unidos. Su oficina organizó el 18 de mayo de 1991 en el hotel Excelsior la tercera conferencia anual sobre gerencia, a la que acudieron Clinton y varios de sus asistentes. Jones estuvo encargada de la mesa de registro con su amiga y compañera de trabajo Pamela Blackard, desde donde se dio cuenta que el joven y exitoso gobernador de su estado la miró varias veces.Mientras Jones, que tenía 24 años, y su amiga recibían invitados, Fergusson, vestido de civil pero con un arma al cinto, se acercó y se identificó como guardaespaldas del gobernador.Después de una corta conversación se despidió y horas más tarde volvió con un papel que tenía el número de la suite de Clinton en el mismo hotel donde se realizaba la conferencia.
"El Gobernador quiere conocerla _le dijo Fergusson a Jones_ y este es el número de su habitación".
Ambas muchachas quedaron extrañadas con la invitación y comenzaron a interrogar al escolta sobre los motivos de Clinton. Jones pensó que era un honor para ella conocer al gobernador más popular que había tenido el estado y de pronto conseguir una mejor posición en su trabajo. Así que decidió ir de inmediato y dejar a su amiga encargada de la recepción. "No hay problema, hacemos esto con frecuencia para el gobernador", le dijo Fergusson antes de escoltarla hasta la suite de Clinton. La puerta de la habitación estaba medio abierta, así que Jones prefirió tocar en el marco para evitar que con el golpe se abriera un poco más. "Adelante", dijo Clinton.La elegante habitación estaba acondicionada para funcionar como oficina. Tenía un escritorio, varias sillas y un sofá. Después de una corta conversación durante la cual el gobernador le preguntó a la joven por su trabajo y le dijo que él era un muy buen amigo de su jefe, Clinton se acercó a Jones y la tomó por las manos para tenerla más cerca a su cuerpo. Jones se soltó del gobernador, pero éste insistió deslizando su mano hacia la falda pantalón de la muchacha mientras le decía: "Me encanta como cae tu pelo en tu espalda... me encantan tus curvas", y trataba de besarla en el cuello.
"¿Qué está haciendo?", le dijo Jones, quien no puede olvidar el rostro muy colorado que tenía el gobernador. En lugar de abandonar la habitación Jones se sentó en la esquina del sofá y trató de distraer a Clinton preguntándole por su esposa pero el gobernador, que en este punto no parecía escuchar, se desabrochó el pantalón, se bajó los calzoncillos y le dijo a la mujer: "Bésalo".Aterrorizada, Jones se levantó del sofá y le dijo a Clinton que ella no era ese tipo de mujer que él estaba pensando. "Mire le dijo, me tengo que ir, mi amiga está sola atendiendo la recepción". Mientras Clinton "se guardaba el pene", reza la demanda, le dijo a Jones: "Bueno, no quiero que hagas algo que no quieres". Entonces se puso de pie, se subió los pantalones y agregó: "Si tienes problemas con tu trabajo dile a Dave jefe de Jones que me llame y yo me encargo de eso...". Segundos después, mientras Jones salía de la habitación, Clinton la miró severamente y le advirtió: "Eres una muchacha inteligente, mantengamos esto aquí entre nos".
Jones abandonó la suite consternada, dice la demanda, y al llegar a la recepción le contó a su colega lo que había ocurrido. Horas después le dio la misma versión a su amiga Debra Ballentine, quien le sugirió que debía reportar el incidente. Pero Jones presentía que nadie le creería y estaba segura de que perdería su puesto si lo hacía. En los días siguientes Jones relató su amarga experiencia a sus hermanos, a su madre y a su novio Stephen Jones, omitiéndole a éste último los detalles del "repugnante episodio" en la habitación del hotel. Se limitó a decirle que Clinton había tratado de "pasarse" con ella. Jones continuó trabajando en la comisión de la gobernación donde tramitaba documentos entre su oficina y el despacho del gobernador. En esa labor, un día de junio del mismo año, el escolta de Clinton se le acercó y le dijo que el gobernador quería su número telefónico porque estaba deseoso de verla. Ella se negó a darlo.Meses más tarde Jones se casó con su novio, con quien tuvo un niño. Al regresar del permiso de maternidad tuvo un nuevo encuentro con Fergusson."Bill me dijo que estabas muy bonita desde que habías tenido el bebé", le dijo el policía.

La demanda

Después de su maternidad Jones fue transferida a un cargo sin funciones y empezó a notar, dice la demanda, un trato despectivo por parte de su supervisor. El constante temor de que sería despedida por no haberle dado gusto al gobernador y que su vida privada estaba bajo la lupa del gobierno la llevaron a renunciar en febrero de 1993. A principios del año siguiente Jones se mudó para Los Angeles, donde se enteró que una revista conservadora había empezado a publicar detalles de la vida sexual del presidente basándose en el relato de un escolta no identificado del gobernador. La revista The American Spectator decía que una mujer llamada Paula le había dicho al patrullero que ella estaba dispuesta a convertirse en la novia del gobernador. Enfurecida al reconocer su nombre de pila en el reportaje, Jones contrató a un abogado de la capital de Arkansas llamado Daniel Traylor y a un enemigo político de Clinton, Cliff Jackson, quienes hicieron en Washington el 11 de febrero de 1994 una conferencia de prensa para denunciar lo que desde entonces se conoció como el Troopergate.La conferencia fue un chasco. Jones, quien habló muy poco, dijo que Clinton le había exigido "un tipo de sexo" y sus abogados exigieron que el presidente reconociera que el incidente había ocurrido y se disculpara públicamente. Los periodistas se dedicaron a chismosear sobre el escándalo todavía con la memoria fresca de otro similar al que había sobrevivido el presidente en vísperas de las primarias de New Hampshire en 1992. En esa oportunidad la esbelta rubia Gennifer Flowers dio algunos detalles sobre sus encuentros furtivos con el gobernador.
Después de la conferencia Clinton trató de desmentir la versión de Jones y dijo que se trataba de un viejo truco para manchar su carrera política, pero el tiempo demostraría que al presidente le había preocupado este caso tanto o más que que el de Whitewater. De no ser así no hubiera contratado a uno de los abogados más prestigiosos del país como es Bob Bennet, quien cobra 475 dólares por hora. Fue justamente esta reflexión la que llevó al Washington Post a publicar una crónica del caso que, pese a su excesiva cautela, le dio una dosis de credibilidad al testimonio de la secretaria de Arkansas.
Si Paula Jones no tiene caso, ¿por qué el presidente contrata una figura de la talla de Bennet?, se preguntaron los editores del Post antes de dar su autorización para la publicación del reportaje.Bennet puso al servicio del presidente una legión de abogados que se dedicaron a escudriñar el pasado de Jones y encontraron algunas armas dañinas: un cuñado dijo que a la mujer le gustaba levantar tipos en los bares, un ex novio entregó fotografías de ella desnuda, que fueron publicadas en Penthouse sin su autorización, y un par de testigos aseguraron que Jones había tratado de pedir dinero a la Casa Blanca para comprar su silencio.
Pero Jones no se dio por vencida y siguió adelante con la demanda a pesar de los esfuerzos de la Casa Blanca _incluyendo una conversación telefónica con sus abogados en la que estuvo presente Clinton_ por tratar de llegar a un acuerdo.
Lo que sigue de esta saga sexo-judicial no va a tumbar a Clinton, tampoco le va a restar puntos de popularidad pues ya sus electores lo perdonaron por otro desliz. Pero de lo que si no hay duda es que el juicio _si la Corte da el visto bueno para que se ventile ahora y no después de que deje el cargo_ será el más penoso espectáculo para la vida personal y familiar de un presidente.
No debe ser muy cómodo para el hombre más poderoso del mundo tener que someterse a un examen forense para establecer "las características distintivas" de sus partes más privadas.