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La Agencia de Seguridad Nacional, una agencia de Inteligencia del gobierno de Estados Unidos, sorprendió al mundo luego de que se conoció la labor de espionaje que realizaba. Hace poco construyó una gigantesca instalación en el estado de Utah, en un lugar casi completamente despoblado. | Foto: AFP

ESTADOS UNIDOS

La NSA, guarida del Gran Hermano

Esta es la National Security Agency, la misteriosa dependencia estadounidense que espía a amigos y enemigos.

13 de julio de 2013

Cualquiera pensaría que en épocas de recesión y de desempleo, la posibilidad de un trabajo “con excelentes condiciones salariales, oportunidades de promoción, horario flexible, programas de intercambio con prestigiosas universidades para liderar la nación en la protección de nuestros intereses” sonaría muy atractivo. Eso debieron creer dos agentes reclutadores de la National Security Agency (NSA) cuando fueron la semana pasada a buscar empleados a la Universidad de Wisconsin.

Pero el operativo salió muy mal. No solo les costó conseguir interesados, sino que enfrentaron una horda de estudiantes indignados que los acorralaron preguntándoles: “¿Cuando hablan de adversarios, quieren decir todo el mundo?”, “¿Hay que ser un buen mentiroso para trabajar en la NSA?” y “¿Ustedes piensan en las ramificaciones y las problemáticas que tiene su trabajo, o solo se emborrachan y van a karaokes después de la oficina?”.

Y es que en Estados Unidos como en el resto del mundo, las revelaciones del excontratista Edward Snowden sobre el espionaje generalizado de la NSA a miles de sus ciudadanos, así como a personas y gobiernos en el exterior, incluso aliados, tiene escandalizados a millones. Todo lo cual no solo dejó claro que Washington es capaz de cualquier cosa para garantizar su seguridad, sino que reveló que aunque no sea tan conocida como el FBI o la CIA, la NSA es la agencia de Inteligencia más poderosa del mundo. 

Algunos se burlan de ella, incluso la llaman, basados en las tres mayúsculas de su nombre, “No Such Agency” (“No hay tal agencia”) o “Never Say Anything” (“Nunca diga nada”). Y es lógico que no figure mucho porque su gestión se basa en el secretismo. Aunque Washington plantó sus bases poco después del ataque de Pearl Harbor en 1941, solo desde 1952 se supo de su existencia. 

Recién creada, la sede de la agencia abrió sus puertas en Arlington, en el estado de Virginia, muy cerca del centro de Washington y al Pentágono, donde opera el Departamento de Defensa al que se encontraba adscrita. Pero el miedo de que una bomba atómica de la Unión Soviética la hiciera trizas obligó al gobierno a trasladarla a Fort Meade, en el estado de Maryland, a unos 35 kilómetros tanto de la capital como de Baltimore.

En la Guerra Fría usó todas las tácticas posibles e imaginables para interceptar las comunicaciones del bloque comunista, llegando incluso a enviar aviones espías sobre Rusia como el U-2 que fue abatido por los soviéticos en 1960, a mandar un buque cerca de las costas egipcias en la guerra de los Seis días en 1967 que fue hundido por Israel o incluso a grabar las conversaciones de activistas antiguerra de Vietnam como la cantante Joan Baez o la actriz Jane Fonda. 

Pues como decía uno de los lemas de la agencia, “en Dios confiamos, a todos los demás los monitoreamos”. Por esa misma época, Frank Church, un senador demócrata, advirtió que esa capacidad de escuchar a todos “podría voltearse contra los estadounidenses y a nadie le quedaría privacidad alguna”.

Después de la caída del Muro de Berlín a la NSA le costó adaptarse al nuevo orden mundial. No detectó los atentados islamistas contra el World Trade Center en 1993, las embajadas estadounidenses en Tanzania y Kenya en 1998, el USS Cole en Yemen en 2000 y sobre todo, los ataques del 11 de septiembre de 2001. Pero con la obsesión por la seguridad que surgió con estos, el NSA renació a punta de miles de millones de dólares y encontró en la fibra óptica, la telefonía celular e internet los medios perfectos para espiar a la gente. 

Sus cuarteles generales se levantan en un terreno de más de 200 hectáreas, un verdadero campus de inteligencia con decenas de edificios con oficina de correos, bancos, agencias de viajes, estación de bomberos y fuerza policial propia. La base está rodeada por un bosque, vallas electrificadas, barreras antitanques, sensores de movimiento y cientos de cámaras. 

Según la revista Wired, las paredes y las ventanas están forradas con cobre para evitar que se escapen señales electromagnéticas. El número de empleados que laboran allí es un misterio. Algún subdirector dijo en broma que la cifra “está entre 37.000 y 1 millón”. Una pista es su descomunal parqueadero, que con 18.000 puestos es uno de los más grandes del mundo. 

Pero Fort Meade es apenas una de las piezas de la densa red de la NSA. En septiembre la agencia planea inaugurar una base en pleno desierto de Utah, una de las regiones menos pobladas. Ahí invirtieron 2.000 millones de dólares en un megacentro de espionaje para interceptar, descifrar, analizar y guardar billones de bytes de información de todo el mundo en cuatro galpones de 25.000 metros cuadrados que albergarán servidores y supercomputadores. 

El centro tiene planta de agua y electricidad propia para ser autónomo en caso de ataque, 60.000 toneladas de equipos de refrigeración y claro, un sistema de vigilancia, filtros de acceso y barreras que costaron 20 millones de dólares. La NSA también cuenta con estaciones de interceptación y análisis en Hawaii, Texas, Georgia y Colorado, cuatro satélites en órbita y presencia en Inglaterra, Canadá, Nueva Zelanda y Australia. No por nada lo han calificado como “el sistema de monitoreo más poderoso del mundo”.

A la cabeza de este colosal Gran Hermano está el general Keith Alexander, un hombre tan influyente como discreto, que algunos comparan con J. Edgar Hoover, el mítico director del FBI. Alexander no solo es director de la NSA, sino que también es el jefe del Servicio Central de Seguridad y del Comando Cibernético de las Fuerzas Armadas. 

En su puesto desde 2005, poco a poco ha ido expandiendo su ejército informático y ha logrado convencer a Washington de darle cada vez más recursos. Para el presupuesto de 2014 el Pentágono obtuvo 4.700 millones de dólares extras para “operaciones en el ciberespacio”, mientras la CIA, para ese mismo periodo, enfrenta un recorte de 4.400 millones. Como relata la revista Wired, “la gente se refiere al general como el emperador Alexander, porque lo que quiere, lo obtiene”. 

¿Puede medirse cuánto espía la NSA? De entrada, no. Pero ciertos expertos calculan que la agencia, el máximo empleador de matemáticos profesionales a nivel nacional, intercepta diariamente unos 1.700 millones de correos electrónicos y de comunicaciones similares. Emplean traductores, ingenieros, analistas, diseñadores, expertos en criptología pero también hackers que trabajan en unidades de guerra cibernética y penetran los sistemas informáticos para robar información. 

Se sospecha que estos grupos, incluso, son responsables de varios virus que atacan los sistemas informáticos como el Stuxnet, que saboteó el programa nuclear iraní. En una entrevista publicada la semana pasada por Spiegel, Snowden, quien al cierre de esta edición seguía buscando cómo llegar al asilo en Venezuela (ver recuadro) afirmó que con toda seguridad “la NSA e Israel crearon conjuntamente Stuxnet”

El lío es que eso no parece ajustarse a uno de los mandamientos de la entidad, que se supone debe respetar a pie juntillas lo que manda la Cuarta Enmienda de la Constitución norteamericana, que forma parte de la Carta de Derechos impulsada en 1789 por James Madison para limitar los poderes del gobierno y proteger la privacidad de los ciudadanos. 

Según la norma, “el derecho de los habitantes de que sus personas, domicilios, papeles y efectos se encuentren a salvo de averiguaciones o embargos injustificados será inviolable, y no se expedirán órdenes que no se encuentren apoyadas en motivos verosímiles, basados en juramento y que describan el sitio que debe ser registrado y las personas o cosas que deben ser detenidas o embargadas”. 

Ya hace unos años William Binney, un exfuncionario de la agencia, había denunciado que “están violando la Constitución. Pero no les importa, lo iban a hacer de todos modos y van a crucificar a cualquiera que se meta en su camino”. Contó que con el programa Stellar Wind se grabaron 320 millones de llamadas telefónicas diarias y que bastaba con introducir un nombre en la base de datos para que todas las comunicaciones del objetivo terminaran automáticamente registradas por la NSA. 

Y según las denuncias de Snowden la NSA, a cargo del programa Prism, sustentado en la Ley de Protección de América de octubre del 2007 y con el visto bueno de la denominada Corte de Vigilancia Extranjera, intercepta todo tipo de comunicaciones que estima necesarias para preservar la seguridad nacional. Sobre esas normas ha cabalgado la agencia para pedirles registros de comunicaciones a varias compañías telefónicas como Verizon y a empresas como Facebook, Microsoft y Skype, lo mismo que para chuzar las comunicaciones de distintos gobiernos europeos, latinoamericanos y probablemente del resto del mundo. 

En la página web de la agencia, el general Alexander dice que “más veces de las que podemos contar, hicimos historia sin que la historia siquiera supiera que estábamos ahí”. Ahora que todos saben que están grabando, copiando, guardando, organizando, analizando cientos de millones de murmullos, escritos, fotos, correos, datos, documentos, ya se puede decir que la NSA entró en la leyenda oficial del poder estadounidense. Solo que ahora, tal vez, no sean recordados como los buenos del paseo. 

En Rusia se queda

El exanalista de la NSA Edward Snowden le puso fin a semanas de especulación al pedirle asilo a Moscú. 

Después de casi dos semanas de bloqueo, en las que muchos se preguntaban si Edward Snowden podía abandonar la zona de tránsito del aeropuerto Sheremetyevo de Moscú, el excontratista decidió pedirle al Kremlin asilo político. Snowden, buscado por Washington después de haber filtrados documentos confidenciales sobre las actividades de la National Security Agency, se reunió con parlamentarios, dirigentes de ONG y abogados rusos para evaluar sus opciones. 

En principio las autoridades de ese país aceptarían la solicitud, pero advirtieron que “se puede quedar, primero si renuncia completamente a sus actividades, que le han hecho daño a nuestros socios estadounidenses; y segundo, si él lo desea”. Tanya Lokshina, de Human Rights Watch, dijo que Snowden “sentía que estaba bien y seguro en el aeropuerto pero que no se podía quedar ahí toda la vida”. 

Snowden tenía varios problemas para irse de Rusia: no tenía documentos válidos, pues Washington le canceló su pasaporte y muchos se preguntaban cómo iba a viajar, pues Estados Unidos dejó claro con el irrespetado viaje de Evo Morales que haría todo lo posible para obstaculizar su escape.

El joven estadounidense escribió en una carta pública que “desafortunadamente en las últimas semanas fuimos testigos de una campaña ilegal de Estados Unidos que me negó el derecho a buscar asilo (...) Estas amenazas no tienen precedentes en la historia: nunca antes se había visto a Estados conspirar para forzar el aterrizaje de un avión presidencial. Esa peligrosa escalada no solo es una amenaza para la dignidad de América Latina o para mi seguridad, sino para el derecho básico de cualquier persona a vivir libre de persecución”. 

Añadió que “solo acepto la propuesta de Rusia por mi imposibilidad para viajar”, que “mis acciones no quieren hacerle daño a Estados Unidos, todo lo contrario, quiero que mi país triunfe” y, evocando los juicios de Nuremberg, que "los individuos tienen el deber de violar la ley para prevenir crímenes contra la paz y la humanidad". 

En todo caso, Wikileaks Press afirmó que Snowden no renunciaba a viajar a América Latina donde Bolivia, Nicaragua y Venezuela se ofrecieron para recibirlo.