Home

Mundo

Artículo

| Foto: AP

MUNDO

La odisea de un padre para encarcelar a los asesinos de su hijo

Francisco Holgado se sumergió en el bajo mundo de Jerez de la Frontera, España, en busca de los hombres que hace 15 años le quitaron la vida a su hijo. Pese a sus esfuerzos no ha logrado justicia.

Daniel Woolls, AP
13 de enero de 2011

Francisco Holgado mira desde su furgoneta blanca una pared encalada en la que ha escrito "14 años, justicia para Juan Holgado".
 
"Enmendemos eso", dice y se baja del vehículo, sacude una lata de pintura de aerosol y cambia la referencia numérica por un negro "15 años", el tiempo transcurrido desde que unos atracadores apuñalaron 30 veces a su hijo y dejaron que se desangrara. Y es el tiempo que, con ahora 66 años, ha librado una odisea personal en busca de justicia, que le empujó a realizar operaciones encubiertas, le costó su matrimonio, su carrera y le alejó de sus otros tres hijos.
 
El tímido cajero de un banco se disfrazó utilizando pelucas, moduló su voz para aparentar una dureza de pedernal y se adentró en el submundo de la delincuencia de Jerez de la Frontera, en España. Algo muy diferente a la vida de clase media que llevaba.
 
Era un universo de distribuidores de droga y prostitutas, redadas policiales y sucios rincones en los que los adictos se inyectan heroína. Holgado logró infiltrarse entre los sospechosos del homicidio de su hijo -cuatro heroinómanos con antecedentes de pequeños delitos y faltas- y grabó sus conversaciones con la ayuda de una grabadora oculta en su disfraz.
 
La información que recabó no resultó útil, por más que consiguió que los individuos confesasen. Esas grabaciones no fueron admitidas, en parte porque el que confesó estaba drogado.
 
"¿Qué debe hacer un padre?", comentó con una triste sonrisa. "Un padre cuyo hijo es asesinado no puede permanecer sentado en su casa. Tiene que dar la vida si fuera necesario".
 
Quince años después, todos los riesgos y amarguras sufridas no han dado los resultados apetecidos. Holgado sigue encontrando obstáculos en su obsesiva misión de llevar a buen fin el caso. A principios de enero, pese a la orden de un juez, la unidad forense de la policía dijo que no hay necesidad de analizar el ADN obtenido en muestras de sangre o las huellas dactilares levantadas del lugar del homicidio.
 
El abogado de Holgado apelará la decisión, aunque reconoce que sus posibilidades de salir airoso del procedimiento son escasas.
 
En la madrugada del 22 de noviembre de 1995, Juan Holgado, de 26 años, que también hacía de modelo y alguna vez soñó con jugar al fútbol profesionalmente, trabajaba el turno nocturno en una estación de servicio en sustitución de un compañero, a quien reemplazó como favor personal.
 
Cuatro atracadores acabaron con su vida a puñaladas y se llevaron unos pocos centenares de euros en efectivo, cartones de cigarrillos y unas botellas de licor.
 
La investigación policial y el manejo de las pruebas pecaron de negligencia y desconocimiento de las artes forenses en el mejor de los casos.
 
Los primeros policías que llegaron al lugar no acordonaron la estación de servicio, donde por todas partes yacían vidrios rotos y charcos de sangre. Los agentes permitieron a los reporteros y fotógrafos entran y recorrer el establecimiento sin restricción alguna, contaminando el área del delito. La empresa propietaria de la estación de servicio envió al día siguiente un equipo de limpieza y tras ser eliminados todos los restos de la felonía, reanudó la actividad comercial del establecimiento.
 
Una moneda de 500 pesetas manchada de sangre y que había sido recuperada como prueba se perdió, aunque posteriormente reapareció en la sede central de la policía, y un recipiente de cartón con jugo de naranja manchado con huellas ensangrentadas desapareció para siempre.
 
"Fue como un toro en una cacharrería", reconoció el entonces jefe de la policía de Jerez José Luis Fernández Monterrubio al declarar en el juicio. "Fueron destruidas pruebas".
 
Holgado vio con horror cómo fue malograda la investigación. Los cuatro sospechosos fueron detenidos repetidamente para terminar una y otra vez en la calle. Y aunque las confidencias anónimas permitieron su detención, el caso no prosperó.
 
En el primer juicio, en 1999, fueron rechazadas como pruebas las cintas grabadas por Holgado con el argumento de que su abogado dio a conocer su existencia solamente después de comenzar el proceso. Los cuatro procesados fueron absueltos: ninguna de las muestras de sangre o huellas dactilares encontradas en el lugar del delito eran suyas.
 
En el 2000, el Tribunal Supremo ordenó un nuevo juicio y admitió el uso de las cintas grabadas. En el nuevo proceso del 2003 los sospechosos fueron nuevamente exonerados, otra vez por falta de pruebas físicas.
 
En agosto del 2010, un juez aceptó una petición del abogado de Holgado para que las muestras de ADN y huellas dactilares fueran examinadas nuevamente por la Policía Nacional. Empero, los peritos forenses respondieron que no era necesario repetir los análisis porque fueron correctamente realizados la primera vez.
 
Ninguno de los sospechosos pudo ser contactado en la redacción de este artículo; los abogados defensores dijeron que no saben cómo contactarlos.
 
Holgado ha pagado un elevado precio en su empeño de llevar a la justicia a los homicidas de su hijo.
 
Se jubiló prematuramente para poder dedicarse de lleno a su misión. Sus tres hijos sobrevivientes -dos varones y una hija- dejaron de hablarle. "Todo lo que hace es en busca de publicidad", comentó su hijo Francisco, de 37 años. Holgado y su esposa Antonia se separaron hace unos ocho años; su matrimonio peligraba hace tiempo y la muerte de Juan fue la gota que colmó el vaso.
 
Pese a ello, Holgado visita diariamente el cementerio y sigue vistiendo de luto todo el tiempo.
 
Aunque algunos lugareños le pidieron que siguiera con su vida normal, no pueden dejar de admirar su tenacidad. "Es un luchador nato", dijo Pablo Berrera, de 33 años, un camarero en el café al que Holgado acude con frecuencia a consumir cerveza no alcohólica.