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LA OPCION DOBLE CERO

EE. UU. y la URSS se acercan a un acuerdo sobre desarme nuclear.

31 de agosto de 1987

La semana pasada hizo frío en Ginebra. Mientras al sur de Europa países como Grecia e Italia sudaban copiosamente con temperaturas de 40 grados centígrados y más, en Suiza el termómetro bajó hasta la marca de los cinco grados. Sin embargo, en algunos lugares de Ginebra la temperatura parecía ser la del centro de Atenas.
Esa es, por lo menos, la impresión que dejaron los negociadores norteamericanos y soviéticos que asisten a las conversaciones que ambos países sostienen con el fin de llegar a un acuerdo sobre el control de las armas nucleares. Después de varias semanas de bloqueo, las señales enviadas en los últimos días por Moscú y Washington sirvieron para reactivar el ambiente en la sala de conferencias y elevar un poco la temperatura del frío verano ginebrino.
Una vez más el tema de conversación eran los 441 misiles SS-20 y los 140 misiles SS-22 y SS-23 que posee la Unión Soviética en territorio europeo y asiático y los misiles Pershing 2 y Tomahawk -de los cuales hay 316 en Europa Occidental- que son propiedad de Estados Unidos. Los proyectiles tienen suficiente poder como para destruir varias veces las principales ciudades del mundo y su reciente instalación es una prueba más de la loca carrera armamentista en la que se han enfrascado ambas superpotencias desde hace un tiempo.
Sin embargo, ahora la idea es la de desarmarse. A pesar de estar sentados negociando durante buena parte de lo que va corrido de esta década, ni soviéticos ni norteamericanos han logrado ponerse de acuerdo sobre cuáles y cuántas armas destruir. La presencia de un presidente ultraconservador en la Casa Blanca que no dudó en calificar a la Unión Soviética de "imperio del demonio en el mundo", unida a una rápida serie de cambios de mando en el Kremlin, habían impedido que se hubiera llegado siquiera a un acuerdo para buscar un acuerdo.

O TODOS EN LA CAMA...
Afortunadamente, las cosas parecen estar cambiando. Tanto Ronald Reagan en Washington como Mikhail Gorbachov en Moscú deben sacar adelante un tratado para aliviar diferentes presiones internas. En el caso de Reagan, un entendimiento sobre el tema nuclear con Rusia es definitivo para darle un segundo aire a su último año y medio de mandato.
Desprestigiado por el escándalo Irán-contras, el mandatario norte americano necesita reencauchar su imagen de líder, si no quiere que la oposición demócrata lo condene a ser un jefe de Estado inoperante. Tal como le sucedió a Nixon con el tratado SALT I en 1973 -en pleno escándalo de Watergate- un acuerdo con los rusos ayudaría a distraer la atención, apaciguar la opinión pública y asegurarse un lugar, así sea pequeño, en los libros de historia.
Por su parte, Gorbachov también requiere algo para mostrar. El actual secretario general del Partido Comunista soviético esta empeñado en una serie de reformas internas, para las cuales necesita el apoyo del partido.
Desde la mejoría en el nivel de vida de la población hasta los cambios que se están haciendo en la KGB, hacen indispensable que el actual jefe del Kremlin mantenga una posición fuerte y ésta quedaría asegurada si hay luz verde con Estados Unidos. Hasta ese punto, las cosas van bien. No obstante, los dramas comienzan en plena mesa de negociaciones. Hasta el momento, todo parece indicar que el humo blanco se va a ver en las conversaciones sobre armas de alcance medio, llamadas INF (Intermediate Nuclear Forces) en el argot especializado. Es allí que entran en juego los misiles clase SS, soviéticos, y los Pershing y Tomahawk, norteamericanos. Estas armas tienen un alcance entre 500 y 5 mil kilómetros y, según el caso, están dotadas de una o más cabezas nucleares, con un poder destructor entre 10 y 50 veces más poderoso que el de la bomba atomica que destruyó a Hiroshima en 1945. Aparte de su poder destructor, los misiles de alcance corto e intermedio tienen un elemento espinoso adicional: están dirigidos a terceros países.
En el caso de los misiles norteamericanos en Europa, los blancos no son sólo soviéticos, sino también puntos estratégicos de los países que están detrás de la Cortina de Hierro. Aparte de eso, los Pershing y Tomahawk están emplazados en naciones europeas miembros de la OTAN que desde hace tiempo están incómodos con ese papel de plataformas de lanzamiento que se han visto obligadas a asumir. Por su parte las armas rusas tienen en la mira a las ciudades y puntos estratégicos de Europa Occidental y, en el caso de las emplazadas en Asia, a Japón, Corea del Sur y las bases de Estados Unidos en esa zona del Pacífico.

TRANCONES Y ARRANCADAS
Es con todo ese bagaje preliminar que las misiones diplomáticas de ambas superpotencias se han sentado a negociar. A pesar de haberse reunido en Ginebra durante años no fue sino hasta la cumbre Reagan-Gorbacho en Islandia que las cosas volvieron a ponerse en movimiento. Así, entre trancones y arrancadas, se ha llegado al momento actual. Las conversaciones estuvieron bloqueadas por más de un mes hasta que hace un par de semanas, Gorbachov anunció un cambio en la posición soviética. De la posibilidad de eliminar todos los misiles rusos y norteamericanos en Europa (conocida como "Opción cero") se pasó a la de eliminarlos también en Asia, en un nuevo giro bautizado como la "Opción Doble cero Global.
Por su parte, la Casa Blanca también cedió. El martes pasado Ronald Reagan anunció que de haber acuerdo, los Pershing serían destruidos y no "transformados" en misiles de otras características, como se pensaba inicialmente. Como es de suponer, la noticia fue recibida con gran beneplácito en Europa, complementada además por la reunión a efectuarse en septiembre entre Eduard Shervarbnatze, ministro de Relaciones soviético, y George Shultz, secretario de Estado norteamericano.
El entusiasmo, sin embargo, duro poco. Al día siguiente, los negociadores soviéticos cambiaron la nota al recordarle a Occidente que si se ha recorrido camino, queda todavía más por recorrer. El gran obstáculo sigue siendo el de los misiles Pershing 1A emplazados en Alemania. 72 de estos proyectiles están en suelo germano y a pesar de su reconocida obsolescencia los norteamericanos se niegan a negociar su desmonte debido a que bajo un curioso mecanismo, el cohete y su motor son alemanes, pero la cabeza nuclear esta controlada y es de propiedad de Estados Unidos. Como si eso fuera poco, los norteamericanos se niegan a renunciar a la posibilidad de modernizar los misiles dentro de unos meses. De tal manera, mientras que los rusos sostienen que los Pershing 1A son parte de la cuenta global, Washington insiste en que no puede negociar armas que son propiedad de terceros países.
Pero ese no es el único escollo. Todavía falta definir un método de verificación que ratifique que efectivamente los proyectiles están siendo eliminados por cada superpotencia y no solamente maquillados. Con algunas modificaciones, un misil tierra-tierra se puede volver mar-tierra o aire-tierra, lo cual haría que en términos prácticos el problema de fondo -el armamentismo nuclear- quedase igual.
Es precisamente este punto el que preocupa a muchos. Aun si se logra un acuerdo sobre proyectiles de rango intermedio quedan miles de cabezas nucleares montadas en misiles de largo alcance ubicados en el continente norteamericano y en el territorio ruso, al igual que en las flotas de submarinos y bombarderos.
No obstante, los optimistas insisten en que por algo se tiene que comenzar. Aunque se reconoce que el mundo seguirá al borde de la autodestrucción, lo cierto es que un acuerdo sobre armas intermedias va a reducir el nerviosismo europeo y la posibilidad de un error fatal.
La próxima reunión de Shultz y Shevarbnatze debe servir para limar las asperezas que se sigan presentando en Ginebra. El objetivo de ambos países es el de una cumbre. Reagan tendrá algo para capotear al Congreso de su país y Gorbachov podrá consolidar su poder. Es por esa razón que el pronóstico del tiempo en Ginebra asegura que -por lo menos en política internacional- la que se viene es una temporada muy calurosa.